» 10-06-2022

La sociedad de la incomunicación 1. Introducción.

Hubo un tiempo en el que la “intelligentia” dictaminó que el fin del lenguaje era la comunicación. Eran hombres y como tales inmersos en la metafísica que les obligaba a ser analíticos, es decir, a discurrir de lo particular a lo general, de lo simple a lo complejo; por adición. Obviaron algo tan simple como que el lenguaje había nacido ligado a las emociones y las pasiones y, para nada, a la reflexión intelectual. Pero la interpretación era golosa y decidieron que uniendo sonidos se formaban palabras y uniendo palabras se formaban ideas. Despreciaron el lenguaje como vehículo de emociones y pasiones o como medio de dominación. Pero llegaron más lejos porque despreciaron la comunicación no verbal que tanto dinero daría a sicólogos y feriantes. La función descriptiva del lenguaje tampoco fue tenida en cuanta sino como complemento (enumeración de datos perceptivos) de la reflexión cognitiva. Las mujeres no aceptaron este esquema (sin rebelarse contra él) y aplicaron el lenguaje a las emociones, las descripciones comunicativas y la holística (sintética frente a la analítica masculina), es decir: el lenguaje expresaba sentimientos, intercambiaba experiencias perceptivas o no pretendía explicar el mundo desde sus partes componentes. Evidentemente esto era así en tendencia lo que no impedía que cada individuo escogiera su propia forma de usar el lenguaje.

 

Ya Mcluhan había anunciado que “el medio es el mensaje” desplazando el significado del contenido del lenguaje al medio que lo emite (los media o los políticos, el poder, etc.). Antes Saussure estableció la diferencia entre significante (el soporte lingüístico) y significado (el contenido ideológico o sustancial) y de paso evidenciando que el significado era insoslayable para el lenguaje (a pesar de la lógica formal), aunque formalmente se podían enlazar significantes en un, a modo, de lógica de significados. Pierce añadió el contexto a este esquema relativizando el significado a las circunstancias en las que se produce. La sicología avanzó que existían lenguajes puramente emotivos como el parloteo -con el que los adultos se dirigen a los bebés-, el lenguaje amoroso, el consuelo, etc. Freud descubrió que el inconsciente irrumpe en el lenguaje mediante los actos fallidos (lapsus linguae) y los sueños. El positivismo lógico denunció que el lenguaje era una fuente de equívocos, Bourbaki exigió probar cualquier afirmación hecha con lenguaje y el estructuralismo dijo que el todo es más que la suma de las partes y ese exceso es la información. Aristóteles afirmo que la percepción es ya juicio, tiñendo los datos de concepto. Somos lenguaje por lo que las interpretaciones son infinitas, pero hay una constante que nadie niega: el lenguaje es esencialmente comunicación, y la comunicación se supone directamente conectada con la verdad. ¿Es así?

 

La respuesta es ¡no! y eso es lo que voy a tratar de mostraros. Los padres construyen una estructura de verosimilitud que engaña a sus hijos, pero no para siempre. Es una estructura de lenguaje y cuando el hijo descubre el engaños desconfía de éste para siempre. Los reyes magos, Santa Claus, el ratoncito Pérez, las hadas, los cuentos, la infalibilibilidad paterna-materna, etc. El padre es sustituido por el maestro, esencia de la verdad que tantos aprovechan para adoctrinar. Pero el maestro también muestra sus pies de barro y cae en el rechazo (teñido por un sentimiento de fraude). Rancière en “El maestro ignorante” enunció la imposibilidad de la educación unidireccional. La religión (entre el cuento y la parentalidad) es capaz de resistir más que los anteriores (o, no) pero, en general acaba también destronada de su posición de verdad inexpugnable. A partir de ahí el niño tiene que buscar la verdad fuera de la infancia: la ciencia, la filosofía, la amistad, el amor y en algunos casos excepcionales la sociedad: el altruismo, la solidadidad, la generosidad. La política también es candidata, pero merece un capítulo aparte. No siempre es el emisor del lenguaje el que defrauda la confianza sino que a veces la sordera (real o adquirida) del audiente, resulta determinante. Y la sordera tiene mucho que ver con la cultura y con el conocimiento, con la desafección y con la desconfianza.

 

De una o de otra manera la presunta comunicación que se da por supuesta en el lenguaje, brilla por su ausencia en la mayoría de los casos. El racionalismo y la ilustración -además del pensamiento metafísico- insisten en el valor comunicacional del lenguaje por encima de cualquier otra consideración, hasta el punto de construir un mantra de identidad entre el pensamiento y el lenguaje. Pero quizás, es hoy en día, cuando el lenguaje ha perdido radicalmente su valor comunicacional y sobre todo su valor de verdad. Los fake, la posverdad, la demagogia, el populismo, el postureo, etc. La metafísica es un sistema de igualación, desde la identidad hasta la metáfora, pasando por la simetría. El lenguaje se ha convertido en el vehículo de la dominación (de hecho siempre lo ha sido. Ahora simplemente se ha descarado) y la dominación tiene infinitas manifestaciones. Ciudadanos, espectadores, niños, mujeres, colectivos minoritarios, altersexuales, colonizados, consumidores, votantes, el lenguaje no renuncia a ningún ejercicio de dominación y para ello, reduce su función comunicativa a niveles alarmantes. Como siempre no os propongo un plan porque no lo tengo. Haremos camino al andar.

 

El desgarrado. Junio 2022.




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