» 08-01-2020

La verdad hoy 10-1. La verdad posmoderna (Derrida). Deconstrucción y diferenzia.

Sigo el texto “Derrida” de Jordi Massó Castilla, RBA, 2015. Derrida entabló un duelo con la metafísica (entendida como la creencia en unos principios inmateriales que rigen el orden del mundo de lo material) desde la llamada filosofía de la diferencia que defiende la necesidad de pensar de otra manera el legado de la tradición del pensamiento occidental. Para ello introduce un nuevo modo de lectura de los textos de filosofía y de literatura (que no considera un método cerrado y acabado) al que llama deconstrucción, que permite desvelar las contradicciones, inseguridades e inconsciencias de los sistemas filosóficos. Introduce también un nuevo concepto de escritura no subsidiario del logos (el habla, la voz). Para ello abordó una nueva ciencia: la gramatología, opuesta al estructuralismo, cuya misión no es desvelar el significado oculto de los textos sino jugar con ellos. Así, desdeñaba: al autor, y la forma de los textos (los métodos tradicionales del análisis textual) para centrarse en el lector y su capacidad de crear significados.

 

Iniciado en la fenomenología de Husserl (las cosas tienen un sentido último que equivale a su esencia, cuyo descubrimiento solo se produce cuando se deja de lado el trato cotidiano que el ser humano tiene con las cosas: epojé), la abandonó, tanto por su dependencia de la metafísica como por su dificultad para tratar la literatura. Estudió entonces a Heidegger que también atacaba la metafísica a la que hallaba incapaz de integrar las emociones y las pasiones en la razón. Este rechazo de la razón ya lo habían seguido Freud (que aceptó la i-rracionalidad del inconsciente) y Nietzsche (cuya “voluntad de poder” entendía como una fuerza o pulsión vital creadora de nuevos valores). Superar el modo de pensar metafísico caracterizado por: 1) la espacialidad como extensión, 2) la temporalidad como una linea que tendida del pasado al futuro, 3) la sustancia como sustrato permanente de la cosas, 4) la realidad como el sujeto (o conciencia) que la construye, requería encontrar un pensamiento alternativo que Heidegger pensó encontrar en los presocráticos (escapar a la dialéctica racional/irracional). Esta destrucción o desmontaje del pensamiento occidental pasó en Derrida a ser la deconstrucción.

 

La primera clave es la deconstrucción. La pregunta ¿qué es la deconstrucción? es una pregunta equivocada,  pues ese “es” que exige la contestación, la dejaría atrapada en las redes de la metafísica. Se trata más bien de una actitud o un gesto de lectura, una predisposición a descomponer y analizar, una propuesta de nuevas vías, un mejor conocimiento del mecanismo filosófico, que, y eso es lo importante, no tiene sujeto. Y lo primero que había que deconstruir era a Husserl y a Heidegger para librarlos del lastre metafísico que cargaban. La fenomenología estaba inmersa en la metafísica, en la tradición que Derrida llamó logocentrismo que asignaba al logos (palabra, lenguaje, razón) el origen de la verdad en general. Para Husserl la esencia del mundo se presenta en la conciencia como una voz desveladora de la verdad de las cosas. El primero en denunciar la fenomenología fue Heidegger que la vio como una filosofía de las esencias que relegaba la existencia del hombre (existencialismo). Lo importante no es ¿Que es el hombre? (como se pregunta la metafísica) sino ¿cómo es el hombre? centrándose en la vida y en la existencia. El hombre es sustituido por el Dasein (ser ahí), un modo de ser propio del hombre que da sentido a las cosas que aparecen ante él. Pero Derrida también descubrió rasgos metafísicos en Heidegger, como la idea de origen. Heidegger se retrotrae al momento inicial de la filosofía (los presocráticos) en el que existía un contacto directo con el ser, no mediatizado por esencias ni sustancias. Mantuvo la pregunta por el ser y la creencia de que este puede desvelarse mediante la des-ocultación (ilatencia) de su misterio.

 

La deconstrucción del mecanismo metafísico se realizaba en dos pasos: 1) su asiento sobre el logocentrismo: palabra; logofonocentrismo: voz;  falogocentrismo: padre. 2) El logos es único y siempre igual a sí mismo, pese a que en la historia de la filosofía encontremos pares de oposiciones metafísicas (mente-cuerpo; materia-forma; esencia-existencia…) que tienden a ser reducidas a un origen, principio o fundamento (uno, ser, causa, dios). La identidad absorbe la diferencia. Históricamente se había privilegiado una de esas oposiciones sobre la otra, y viceversa. La única solución es ni una, ni otra, afirmar la indecisión de modo que la identidad quede anulada, que lo mismo nunca absorba lo otro, que el secreto del texto quede a salvo.

 

La segunda clave es la diferenzia (différence), palabra que suena igual que diferencia pero se escribe distinta. Solo la escritura es sensible a la distinción entre ambas palabras. Los pares de oposiciones metafísicas provienen de esta diferenzia y no de un origen común, una identidad. La idea de una diferencia original es absurda por cuanto origen y diferencia son contradictorios (¿diferente a qué?). La solución fue cambiar el concepto de tiempo lineal, que deja de ser un presente simple e inmodificable convirtiéndose en un diferir que es a la vez aplazar, origen y conclusión. Se desbarata así la distinción identidad/diferencia, y se establece la necesidad de una nueva forma de pensar distinta de la metafísica y la lógica.

 

De acuerdo a ese nuevo pensamiento los textos (que sustituyen a la palabra, la voz, el logos) están constituidos por estas diferencias irreductibles. Buscar el sentido (situado fuera de ellos) mediante el esquema fenomenológico se hace imposible. Escribir es todo lo contrario a fijar un sentido que solo pertenecía al habla, la voz. Escribir es tejer un entramado de diferencias que se presta a ser leído como un juego que efectúa el lector. No se trata de que encuentre el sentido originario sino de que juegue, sin pretender conocer lo que quieren decir los textos, que guardan siempre celosamente “la ley de su composición y la regla de su juego” (Massó 2015, 45).

 

Por eso el logofonocentrismo había desconfiado siempre de la escritura, considerándola un mero registro de la lengua hablada. Todo esto se plasma en la sentencia con que se inicia “La diseminación” (1972): “‘un texto no es un texto si no esconde a la primera mirada, al primer llegado, la ley de su composición y la regla de su juego’. El texto guarda siempre un secreto inaccesible para el lector. Lo es, al menos, en una primera lectura. Pero no hay segunda lectura que suceda a la primera y que a su vez sería relevada por una tercera, y así sucesivamente” (Massó 2015, 45). Resumiendo: hay dos formas diferentes de leer a) la metafísica: la que busca desvelar el secreto del texto y b) la deconstructiva: la que entiende que esto es imposible, que no hay un último sentido al que llegar porque el secreto es la condición de todo texto. Continuará.

 

El desgarrado. Enero 2020.




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