» 02-12-2019

La verdad hoy 8. La verdad filosófica.

No es fácil encontrar una teoría de la verdad filosófica clara. Quizás la verdad es el punto álgido de la filosofía y desde luego su mayor exportación a las diversas teorías de la cognitividad, que arrogantemente se han separado de la filosofía, como el método científico, la cibernética, la lingüística, etc. Una filosofía que tiene que aguantar críticas como “Imposturas intelectuales” de Brickman y Sokal, difícilmente está para ayudar a la ciencia, una ciencia cuyas lagunas en cuestiones de verdad son apabuyantes. En un mundo en el que sacar claro de oscuro es prácticamente imposible, la filosofía debería exponer una teoría de la verdad asequible. Leo “Posverdad y otros enigmas”, Maurizio Ferraris, Alianza, 2019 (2017). Como ya he comentado el libro parece tratar de la posverdad… pero su tema es la verdad.

 

El conflicto se plantea entre la ontología (la realidad, lo que hay, el ser) y la epistemología (el saber, lo que enunciamos de la realidad). Parecería que la verdad es algo sencillo: la situación en que la ontología (la realidad) coincide con la epistemología (lo que enunciamos): la realidad verifica la enunciación. Pues no. Se plantean múltiples problemas: Tal como lo hemos planteado existe un sujeto que enuncia. ¿Y si no? ¿En ausencia de un sujeto que enuncia, la coincidencia es factible, o sea, es la verdad, absoluta? ¿Existe la verdad en ausencia de sujetos? ¿La nieve es blanca (porque es blanca) para los murciélagos? y otra cuestión ¿existe la verdad antes de que exista el conocimiento? ¿Era la sal cloruro de sodio para Homero? No es cuestión de entrar en un curso de lógica que suele consistir en una sucesión de trabalenguas. Pero no podemos dejar de pensar que vemos el mundo a través de los conceptos que tenemos de él (¿tenemos conceptos para todo?), a través de nuestras percepciones sensoriales, a través de nuestras interpretaciones, en una palabra, a través de tecnologías de la interacción. ¿Qué es la verdad para los seres irracionales (los animales y los políticos)? Están excluidos de una percepción ajustada del mundo por carecer de razón o de interpretación? No es posible pues los errores suelen conducir a la muerte.

 

Lo primero que hace Ferraris es aparcar el par de oposiciones de tufo metafísico: ontología/epistemología. La verdad no es cosa de dos. Es cosa de tres. Entre ambas, falta lo que Platón llamaba el nexo, y él llama la tecnología. hay que mediar entre ontología (la realidad) y epistemología (lo que enunciamos de la realidad), entre la blancura de la nieva y mi constatación. La tecnología son las gafas, el telescopio, el microscopio, la iluminación (todo aquello que la teoría cuántica diría que perturba la observación). Pero es más. La igualdad que hemos instituido entre ontología y epistemología, esa igualdad que funda las matemáticas (el sistema de verdad de los números), el concepto (el sistema de verdad de las palabras) y la justicia (el sistema de verdad de lo social y lo ético)… no es suficiente. Entre los dos antiguos antagonistas es necesario introducir un mediador, algo más que una igualdad. La tecnología. Es una hecatombe, porque Ferraris no es un posmoderno y recela de los que atacan a la metafísica y a la ontología (al orden filosófico establecido) en nombre de lo que él teme falacias, cuando la mayor de las falacias la desigualdad entre ontología y epistemología la introduce él. La tecnología (que defiende como fundadora del linaje humano) rompe la igualdad para establecer una mediación, una desigualdad al fin. Relación no es igualdad. No rompe la relación pero rompe la igualdad.

 

Y la operación resulta rutilante. Mediante este simple cambio convierte la teoría de la verdad en algo infinitamente más amplio y explicativo. El pensamiento de los animales se integra en esta teoría de la verdad, el arte, la intuición, la técnica en general, todo es ahora parte de un continuo, de una explicación general. Veamos algunos de los detalles. Empieza por la interacción a la que tilda de tecnología, tanto entre los animales como en el hombre primitivo. Ritos de iniciación evolucionan, asumen formas jurídicas, y crean una serie de reglas y leyes que determinan una esfera de verdad. Entiende que la interacción forma (aunque no necesariamente) esquemas interpretativos, en la más absoluta ausencia de conceptos, simplemente mediante las competencias (habilidad) que no exigen comprensión (intelección). Se puede manejar dinero sin saber nada de economía y empezar a escribir un libro sin saber cómo va a acabar. Tal como él lo dice: “siguiendo las oscuras pulsiones de mi mente bicamaral” (Ferraris 2019, 137). Pero eso no la limita hacia el futuro. Puede generar comprensión superando la competencia. El esquema ternario absorbe al secundario integrándolo (como las buenas teorías físicas).

 

Realiza una reinterpretación de la hermenéutica, reconduciendo la “función conceptual al esquema interpretativo, esto es como actividad práctica que tiene que ver más con gestos que con conceptos” (Ferraris 2019, 137). Se une con ello a la reflexión pragmatista. La práctica artística, en la que el autor no sabe explicar cómo ha alcanzado el estado concreto ni sabe como describir el proceso compositivo, llenando el discurso de elementos inconscientes y automatismos, se reconvierte a performatividad en la que el hacer artístico halla sus propias reglas, sobre la marcha, estableciendo las reglas del género y asumiendo una función de ejemplaridad y canon. No se le escapan las técnicas, a las que libera de la iteración para adentrarlas en la inventiva. Tampoco olvida la imaginación, tantas veces asimilada a una superfacultad humana y que entiende como posibilidades de registro, exteriorización y acumulación tan afines a la tecnología.

 

La acción humana es contemplada como una praxis inconsciente que se vuelve consciente gracias al progreso histórico (Vico). Analiza la intuición, como desconocimiento de las razones de nuestros actos que sin embargo están fundados. Pero también encontramos este mecanismo en las matemáticas, en la física o en la informática (Euler, Einstein, Turing) en las que no es necesario alcanzar la comprensión para ejercer las competencias de cálculo. “Un sistema de signos es puesto en interacción, en un principio, por razones prácticas o rituales, por  contabilidad o por vaticinio; a lo largo del tiempo, empero, los signos se emancipan y se sofistican, y sobre todo se sofistican las acciones (operaciones) que se pueden hacer con estos signos; por último surge la esfera de las matemáticas como colección de teoremas y de operaciones verdaderas” (Ferraris 2019, 139).

 

Pero todo esto no evita ni la capacidad de mentir ni la indefensión ante la evidencia de que la tecnología conduce tanto a la verdad como a la falsedad. ¿Existe alguna forma de distinguirlas? Y aquí vuelve Ferraris a hacer una pirueta volviéndose hacia la heurística (según el diccionario Webster: la ayuda u orientación para resolver un problema sin justificar o sin justificación). Lo que hace es volver la cabeza hacia los efectos (no deseados). El fracaso de la tecnología supone el primer paso para la búsqueda de la verdad. El poder heurístico del fracaso es que errando se aprende (no olvidemos que el sistema de prueba y error fue el primer sistema de pensamiento del hombre… heredado de los animales). Es importante que reparemos en que la igualdad que había desechado como forma de comparación, en favor de la relación, da paso ahora a una nueva forma de comparación (exclusión), que pone en boca de William James: “Son verdaderas las ideas que podemos asimilar, convalidar, corroborar y verificar. Las ideas con las que no podemos hacer todo esto son falsas” (Ferraris 2019, 141). Ya no es necesario comparar o relacionar. Simplemente basta excluir. Hemos pasado de la teoría de la verdad a la teoría de la decisión.

 

El desgarrado. Diciembre 2019.




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