» 23-10-2024 |
La filosofía siempre ha entendido su quehacer como una teoría del todo. El sumario de cualquier libro docente hace una clasificación de las disciplinas especializadas que pretenden agotar todo el campo del conocimiento humano. Los filósofos -por tanto- son teóricos del todo. Pero clasificar no es unificar. Los intentos de reducir la filosofía (el mundo) a unos pocos principios son más escasos. Las categorías aristotélicas primero, kantianas después y por último peircianas son una muestra. La opción de la metafísica es evidente: el ser (ya implícito en Aristóteles). Un mundo detenido, congelado que comprende el devenir (el cambio) mediante la adición de parches a la ontología. El humanismo retornó al hombre el cuerpo y lo puso como medida de todas las cosas. Ha habido muchos intentos hasta el punto que es raro el filósofo que no ha enunciado alguna vez: “todo se reduce a…” La metafísica ha tenido innumerables intentos de entronizar sustitutos del ser en su sistema, manteniendo el mismo modelo con distintos protagonistas. En el pasado pre-histórico: la verdad subjetiva (el pensamiento salvaje) y el relato (pensamiento mítico); en el presente histórico: el trabajo: (Marx), la historia (Hegel), el lenguaje (Saussure/Peirce), la ética (metaética), etc. La posmodernidad impugnó (deconstruyó) la metafísica en su totalidad en busca de alternativas. La IA (cibernética) y la metafísica del cuidado (femenismo), podrían ser las alternativas para el futuro. Pero más allá de entronizar un sujeto o buscar alternativas a la metafísica no se vislumbra un intento -como el de los científicos- por reducir el mundo a un principio generador.
No hay garantías de que ese principio exista, aunque es cierto que es más fácil explicar el mundo desde un único principio que tratando con la complejidad que nos muestra. La navaja de Okham estaría de acuerdo. Como humanos estamos influidos por los ejemplos que el mundo nos da y tendemos a pensar intuitivamente que si nosotros (y la vida en general) tenemos un principio y un fin así debe ser también con el mundo. Las leyes de la termodinámica dicen que la energía es eterna (por lo menos hacia el futuro) pero que su capacidad de uso se degrada, lo que nos obliga a pensar por qué en el pasado tuvo niveles altos de usabilidad, aunque podría deberse a una ley de la relatividad entre la energía y el contenedor (el espacio-tiempo). El fluir del tiempo nos impone la vívida percepción del pasado y el futuro (que la ciencia no admite parcialmente). Como Einstein introdujo la constante cosmológica -modificando su teoría de la relatividad- porque creía intuitivamente que el universo era estacionario (no se expandía), nosotros podemos estar cometiendo continuamente errores fruto de nuestra intuición. La verdad (la certeza) también es relativa. Como en la evolución de las especies, los ejemplares vivos que nos rodean no son nuestros antepasados sino sus descendientes… lo que es parecido pero no es lo mismo. El mundo que nos rodea puede no darnos pistas sobre como eran las cosas en un pasado hipotético primigenio (o, no).
El mundo que nos rodea nos ofrece singularidades que podrían ser indicios de como han evolucionado las cosas. La equivalencia entre la geometría y las fuerzas de la naturaleza (teoría de la relatividad: la gravedad es una deformación del espacio-tiempo; teoría de cuerdas: las dimensiones son intercambios de partículas; equivalencia onda partícula: la materia es una vibración del espacio-tiempo; teorema de Noether: la simetría es equivalente a una ley de la conservación de la naturaleza; etc.) nos propone que el espacio-tiempo es el origen del universo (o sus ladrillos fundamentales… en caso de eternidad). A partir de ahí la simetría se muestra como infinitamente fecunda determinando invarianzas en campos absolutamente alejados, así como la teoría de grupos que encuentra una estructura (matemática) común en multitud de campos. Se hace difícil pensar como la geometría pueda materializarse pero, sabiendo que la masa (lo que da sustancia a la materia) es un intercambio de partículas (Higs) que a su vez son vibraciones en el espacio tiempo, la cosa se hace menos abstrusa.
No por ser nuestra capacidad mental la más importante (que no la más eficaz) del universo conocido quiere decir que pueda con todo, es decir que sea capaz de dar una explicación cabal del universo. Si la supervivencia es la medida de nuestra exitosa relación con el medio es evidente que millones de especies lo han conseguido antes que nosotros y tal como pintan las cosas no parece que podamos mantener nuestra situación en un mundo que nos afanamos en destrozar. En especial nuestra limitación estructural de procesar la información en estructuras en árbol en un mundo en el que las relaciones se producen en red, haber desdeñado el devenir ante el ser, y muchas otras simplificaciones que necesitamos para comprender el mundo (los absolutos, la universalización por abstracción, el análisis, la verdad como esencia que se esconde tras la apariencia, los axiomas, la inducción y la deducción, etc.) deforman nuestra visión del mundo hasta desvirtuarla. Quizás es la recursión (el pensamiento recursivo) nuestro peor descarte. El hecho de que la lógica la mire con suspicacia, por incluir lo definido en la definición, no ayuda a una utilización mucho más intensa como parece ser la única solución para el conocimiento. La IA pondrá las cosas en su sitio.
Os parecerá que no resulta creíble que en un panorama tan negro hayamos alcanzado los niveles tecnológicos que nos han llevado a la luna (en un gesto -por cierto- más de chulería que de progreso inteligente). Tras nuestro imponente sistema de pensamiento se esconden avergonzadamente mecanismos de recursión de prueba y error que son los que realmente nos empujan en nuestro progreso. Nadie lo quiere reconocer pero así es. La recursividad no tiene buen cartel, pero se hace uso de ella de forma constante. El mecanismo que utiliza -en verdad- nuestra ciencia se parece más al de la evolución de las especies que a cualquiera de los constructos teóricos de los que presumimos. Es significativo que la cibernética (fundada sobre una máquina de Turing) funcione por este método exclusivamente, en un reconocimiento tácito de que la verdad absoluta no existe y que con una verdad adecuada a fines, tenemos suficiente. La evolución no utiliza hipótesis sino que explora todas las posibilidades -una y otra vez (recursivamente)-, las verifica en lo real por prueba y error y deja que la competencia por la supervivencia seleccione las mejores soluciones. No es una forma de pensamiento -tal como la entendemos doctrinalmente- pero se comporta como tal. Lentamente ha conseguido logros que -no solo parecen imposibles- sino que no han sido igualados por la ciencia humana-analógica o maquínica-digital.
La causalidad (esa forma de relacionar fenómenos por su recurrencia natural observada) se abre a nuevas posibilidades como la retroalimentación (recursiva) integrando la dinámica en su seno. La ergódica hace equivaler la recursión temporal (la sucesión de una experiencia en el tiempo), a la recursión espacial (la multiexperiencia simultánea). ¿Cómo sería la recursión espacio-temporal? La mayoría de las paradojas (esa lacra de nuestro pensamiento racional) son defectos de recursión. La clasificación bien podría entenderse como recursión espacial, pues en un sistema metafísico-ontológico la recursión espacial anida en múltiples nichos. La autosimilaridad fractal es una recursión a distintas escalas… ampliadas a las dimensiones fraccionarias. Las matrioskas (recursión por inclusión) se producen en una dimensión. ¿Cómo debe ser en dos dimensiones? La simetría es una recursión sin resultado: invariante, y sabemos la importancia que tienen los invariantes para nuestra especie (la causalidad, la previsión del futuro) y nuestra ciencia (en la que la igualdad es omnipresente). El caos: la sensibilidad de las condiciones iniciales a la recursión, no son sino procesos dinámicos de divergencia. En fin, el rey está desnudo y nadie se atreve a denunciarlo.
El desgarrado. Octubre 2024.