» 18-12-2022 |
Marx ha sido tergiversado por la derecha pero también por la izquierda. La derecha -aliada del socialismo contra el feudalismo prusiano, en los primeros tiempos- pronto descubrió que Marx era el enemigo a batir. Su ontología del trabajo -con el proletariado como actor de la emancipación-, su enfrentamiento con la religión, su materialismo histórico, su rechazo de la filosofía y el Estado como vías de emancipación del ser humano, el enfrentamiento con la burguesía, la lucha de clases (violencia y dictadura del proletariado), todo ello era un ataque frontal contra la burguesía, el estado que la sostiene, la filosofía que la justificaba, y un sistema económico que se centra en la dominación de los proletarios y el trabajo esclavo de hombres, mujeres y niños. No era de extrañar que el sistema capitalista-burgués se revelara contra quien quería acabar con él. Y en esa lucha utilizó cuantas armas encontró o inventó para conseguir su propósito.
El socialismo fue tildado de revolución contra el sistema establecido que justificaba la violencia (la burguesía no cedería su posición dominante excepto por la fuerza), la dictadura del proletariado (la toma del poder político por el proletariado), la expropiación y la redistribución de la riqueza. Pero se hicieron otras mistificaciones que no figuraban en el ideario de Marx: la lucha de clases solo sería necesaria si la burguesía se resistía a ceder sus privilegios; la dictadura del proletariado era la posición simétrica de la dictadura de la burguesía y no un régimen dictatorial preciso; el capitalismo no era un sistema a batir sino a reformar. De hecho Marx pensó que la burguesía caería por el peso de sus propios errores estructurales, empezando por los países más desarrollados. Su análisis de otros sistemas de producción (individuales, sociales, familiares, comunitarios) sitúa al capitalismo como la culminación de todos esos sistemas… pero con cuatro “fetichismos” (mercancía, trabajo abstracto, valor y dinero) que lo harían inviable: la burguesía entendió que se atacaban la relaciones de producción: capital, salario, fuerza de trabajo, propiedad de los medios de producción y se dedicó a blindarlos: entronizó el capital, minimizó los salarios, robó la plusvalía de la fuerza de trabajo y afianzó la propiedad de los medios de producción.
El caso de las izquierdas es diferente. Marx tuvo siempre que lidiar con las diversas tendencias que se daban en la izquierda: cooperativistas, blanquistas (revolucionarios), socialistas utópicos, prudhonianos (contrarios a la propiedad privada), todas ellas fruto de la contradicción entre activismo y teoría, pero las divergencias que se suscitaron en la interpretación de su teoría se resumen en tres: la redistribución de la riqueza (valor y dinero), la planificación estatal de la economía y la lucha de clases. A ellas hay que añadir la aceptación de los fetichismos como cuestiones estructurales de la economía en general (y no exclusivamente del capitalismo): mercancía, dinero, valor y trabajo abstracto. Y es aquí donde reside la gran tergiversación del sistema de Marx. Si con la planificación estatal de la economía se propicia el comunismo de Estado y la economía dirigida, con la redistribución se conculca el estado (burgués) de derecho y con la lucha de clases se violenta la convivencia social, con la aceptación de los fetichismos se instaura el “socialismo de estado”. La izquierda asume que para salvar el estado se debe ceder en algunas de sus reivindicaciones y en especial las que afectan a los trabajadores (plusvalía, salario, propiedad de los medios de producción y capital). Tan enemigo del “comunismo” de Marx resulta la derecha como la izquierda.
Pero hay otra responsabilidad que afecta exclusivamente a la izquierda y es que ha marcado el camino que debía seguir el capitalismo para perpetuarse. Al “naruralizar” los fetichismos se descentró de la reforma estructural del capitalismo, que era la única forma de hacerlo desaparecer o reformarlo. La subida de los salarios (redistribución del valor y el dinero) convirtió a los trabajadores en consumidores engordando al capitalismo. También redistribuyó la riqueza el Estado de bienestar que proporcionó sanidad, educación, y derechos laborales a los trabajadores con la garantía del Estado. El capitalismo de gestión (el contubernio de empresarios y políticos en un capitalismo expandido) politizó al capital, diluyendo su carga de exclusividad y abriendo la puerta al ultraliberalismo, en un aumento significativo de la desigualdad. La economía de la simulación (el endeudamiento como aumento de la riqueza) generalizó la especulación (el dinero crea dinero, aunque no riqueza efectiva). Las crisis se convirtieron en un corrector de los derechos laborales (y los dimanados del estado de bienestar), en una puesta a cero periódica de los derechos individuales. La robotización (la desaparición de la fuerza de trabajo industrial) -que debía garantizar la renta mínima vital a los trabajadores desalojados de sus puestos de trabajo- suena hoy más como una amenaza directa a su supervivencia que a una redención. Cada iniciativa de la izquierda contra el capitalismo ha marcado el camino que éste debía seguir para perpetuarse.
Para Marx el capitalista no era la clase dominante y el capitalismo no era la conspiración del capital para explotar a los trabajadores, sino la evolución natural (lo que no quiere decir que no se debiera modificar) de la relación del ser humano con la naturaleza a través de la ontología del trabajo. El proletariado, debía sustituir la filosofía (inoperante) y al Estado (alineado con la burguesía) como único medio de emancipación. Marx cedió muchas veces ante la posibilidad de la unión de la izquierda (AIT) y esas concesiones fueron entendidas por las distintas facciones de izquierdas como victorias de su particular tendencia. Pero como he dicho, el gran error de la izquierda es la asunción de los fetichismos (mercancía, valor, trabajo abstracto y dinero) como características intrínsecas de la economía política y no de la economía burguesa. Esa “responsabilidad de Estado” que simplemente antepone los intereses del Estado (que ya Marx había denunciado como aliado de la burguesía) a los de los trabajadores (los proletarios), desmonta la idea de emancipación que forma la espina dorsal del sistema Marxista. Y ha sido obra exclusiva de la izquierda.
Otra economía política es posible pero pasa por la reforma del capitalismo (que es indesalojable) en sus cuatro categorías fetiche: mercancía, valor, trabajo abstracto y dinero, lo que por otra parte no deja de ser una reforma sustancial. Tan como dice Jappe no se trata de anticapitalismo sino de altercapitalismo. El capitalismo solo se puede reformar desde dentro, ha venido para quedarse.
El desgarrado Diciembre 2022.