» 08-04-2024 |
“Los treinta ingloriosos” se inicia con un prólogo en el que Rancière liga los textos fraccionarios en una interpretación unitaria. 1991 es el año de la publicación de “El fin de la historia y el último hombre” de Francis Fukuyama en el que se vaticina el fin del comunismo como ideología y el principio de una era liberal que (sin oposición) entraba en “… la edad del realismo en la que la consideración apasionada de los problemas objetivos generaría un mundo apacible” (Rancière, 2023, 29). A esta situación, de fin de las ideologías, de desapasionado realismo objetivo y, de placidez, Rancière llama consenso (lejos de la acepción habitual de acuerdo, fruto o no del debate). Este consenso caracterizará los treinta años del texto. Pronto esa realidad plácida se vio volatilizada por la aparición de las guerras étnicas y los fanatismos religiosos, aunque más allá de estas injerencias externas el propio consenso encerraba su contradicción… como se vio en la toma del Capitolio por las huestes de Trump instadas po- la negación expresa del resultado de las urnas, mientras Europa ve como la ultraderecha accede al poder. Desde el terrorismo del 11S hasta la pandemia, la realidad se ha empeñado en impugnar el consenso.
El mecanismo normal de la máquina de dominación consensual se ha servido del “…refuerzo del sentimiento identitario, del estado de seguridad y de la autoridad absoluta de los expertos” (Rancière 2023, 31) tratando, del mismo modo, cualquier perturbación. Es este funcionamiento normal -que impugna la paz que se prometía- el que analiza Rancière. La primera manifestación fue la guerra de Irak que escenificó el triunfo del liberalismo en “… la identificación absoluta del hecho y del derecho, de la expansión ilimitada del poder y de una justicia que George Bush hijo, durante la segunda invasión de Irak, calificaría como infinita” (Rancière 2023, 31) . Dicha justicia se reveló, avalada por un torrente de mentiras, desde la inconsistente afirmación de la existencia de las armas de destrucción masiva hasta la necesidad de la defensa de occidente. La lógica del consenso proclama su paz que se centra -cuando se trata de los otros- en: “… la identificación del poder de la riqueza con lo absoluto del derecho. Declara abolidas las antiguas divisiones del conflicto político y de la lucha de clases… Al mismo tiempo, no conoce más que una sola forma de alteridad, la alteridad de quien está fuera, de quién es absolutamente otro: el imperio del mal contra el que toda violencia es legítima, o la víctima absoluta que se apropia de un derecho ilimitado (Rancière, 2023, 32).
El consenso ópera con nosotros de una forma más lenta. "no como la afirmación de la misión global de la gran nación, sino como la simple adhesión al curso necesario de las cosas… la aceptación del no alternative de la revolución neoconservadora” (Rancière, 2023, 32). La huelga de 1995 contra la reforma de las pensiones nos mostró, “a toda una parte de la intelectualidad de izquierdas respaldar al gobierno de derechas en sus ataques a esos obreros retrógrados que defendían egoístamente sus arcaicos privilegios en detrimento de las exigencias objetivas de la economía global y de la solidaridad que se imponían” (Rancière, 2023, 32). Esta posición “arcaica" de los trabajadores se asimiló con toda naturalidad a las nostalgias de la extrema derecha identitaria y racista. “Y se creó una figura negativa equivalente, el ‘populismo’, la supuesta expresión de un populacho superado por la modernidad” (Rancière, 2023, 32). El contubernio entre los poderes financieros la ciencia y la opinión ilustrada estaba servido.
Y en esta lucha del poder con el populacho atrasado se suscita el tema del racismo,- en relación a una inmigración que resume en el término- los distintos problemas suscitados por la descolonización. El poder arguye que frente al racismo “sucio” de la ultraderecha se debe afrontar el problema pero desde un enfoque civilizado, un racismo desde arriba, limpio. El resultado es que al racismo “natural” de clase (el consenso de la adhesión a la mera necesidad de las cosas) se añade el racismo descarado del odio al otro materializado en “… la economía pasional del miedo, de la exclusión y del odio". Parece que esta materialización se perfeccionó mediante el apoyo de la intelectualidad de la izquierda llamada supuestamente a denunciar el consenso, como fruto de la alienación que habían experimentado. Por si no bastará el neoliberalismo denuncia la aspiración a la libertad sin trabas que reclama la juventud rebelde desde mayo de 1968 y la aspiración democrática de la libertad y la igualdad se interpretan como una afán desmedido hacia el consumo. Se crea así el mito del individualismo democrático qué colabora con la absolutización del poder capitalista. El racismo se canaliza por la izquierda republicana -que abandona su tradicional neutralidad ante la escuela pública- para demonizar a la joven árabe con velo (francesa e hija de franceses) designada como persona extranjera. El racismo vulgar de la extrema derecha se alía con el racismo “distinguido” del poder. Al odio a la igualdad se une el odio desnudo al otro, convirtiendo al militante anticapitalista o antirracista, en el asesino integrista, en lo que podría llamarse el islamoizquierdismo.
Todo este movimiento dirigido a imponer el consenso como realidad única culmina en la contrarrevolución intelectual que “… o bien ha rechazado todos los valores progresistas tradicionales, o bien los ha convertido en lo contrario de lo que eran” (Rancière 2023, 35). Frente a ella surgen los movimientos sociales en sentido inverso, producidos en lugares periféricos -dónde escasea la democracia - pero que alcanzan las capitales occidentales. Así la primavera árabe o la ocupación de las plazas “… ha creado un tiempo concreto que ha interrumpido la reproducción del tiempo de la dominación. Conocemos el destino de estos movimientos, unos directamente reprimidos por la violencia del Estado, otros desviados en beneficio de las fuerzas ajenas y los simplemente incapaces de sobrevivir a largo plazo” (Rancière 2023, 35). La contraofensiva los tilda de revuelta infantil frente al orden adulto de la política razonable, o de la espontaneidad sin programa frente a los cálculos a largo plazo de la estrategia revolucionaria”.
La ocupación de las plazas significa no un conflicto de fuerzas opuestas Sino una oposición de mundos: “… el mundo de la igualdad y el mundo de la desigualdad que implican formas diferentes de construir un tiempo y un espacio comunes” (Rancière 2023, 36). Éstos movimientos escenificaron que “… el tiempo de la “política adulta”, -la del orden representativo- no es más que la reproducción de un sistema de dominación encerrado en sí mismo. Y también en ese tiempo cerrado, el tiempo del enemigo, en el que se inscriben las supuestas estrategias a largo plazo” (Rancière 2023, 36). Durante mucho tiempo estas estrategias se asentaron en una sólida creencia: la de una evolución histórica que destruiría las propias dominaciones que ella misma había generado. Pero si algo anunció el colapso del bloque soviético fue el fracaso de esta creencia. El tiempo ya no trabaja para transformar la desigualdad en igualdad, que son dos mundos enfrentados.
Los primeros movimientos de ocupación de las plazas se esforzaron por construir un espacio y un tiempo de iguales utilizando una práctica de la lucha laboral: la ocupación. Trasladaron esta expectativa de un mundo de igualdad, al espacio de la calle y bajo la frágil forma de la asamblea fraternal,
pero estos movimientos sociales no estaban exentos de contradicciones internas que se desgranan en los últimos artículos del libro. Y este es el panorama de estos 30 años, cuyo detalle expondré en sucesivas entregas. La posibilidad de asomarnos a nuestro pasado más reciente -de la mano de un experto- es una oportunidad única para adentrarse en la política y entender, de paso, el mundo que habitamos.
El desgarrado. Abril 2024.