» 04-05-2024

Lecciones de política alternativa 102-25. Pandemia. Rancière. “Los treinta ingloriosos”.

Texto publicado en 2020 sobre la pandemia de coranavirus del mismo año con el nombre de “¿Una buena ocasión? Reflexiones en tiempo de confinamiento”.

 

Dicen que el confinamiento es una ocasión única para reflexionar sobre la sociedad que vivimos, en un zafio intento de alinearnos con las tesis del poder. No parece que una situación de aislamiento del mundo, en el que no sabemos nada de lo que pasa en los hospitales dónde se cura, ni de los despachos en los que se gestiona, sea el momento más adecuado para reflexionar. Y más si tenemos en cuenta qué los análisis que se manejan hoy ya estaban hechos ayer, igual que las teorías del biopoder y de la sociedad de vigilancia. No se trata tanto de nueva información como de encontrar el momento oportuno de justificar las medidas y la recomendaciones de la autoridad médica que salvaguarde el culo de los políticos convertidos por una vez en salvadores de nuestra salud. Sin embargo la gestión de la crisis por parte de nuestros Estados dista mucho de ajustarse al paradigma de un control científico de la población. Primero por los que negaron la propia existencia de la pandemia, después -en los casos en que se aplicaron medidas como el confinamiento- por la escasa credibilidad de esas medidas en el control de la salud pública. Se parecía más a la práctica habitual de vaciar las calles en caso de conflicto que a una medida sanitaria.

 

Se trataba de disimular la impotencia de nuestros gobernantes tanto para conocer como para gestionar la pandemia. Se delegó en los expertos médicos para lo primero, se culpabilizó a los ciudadanos por su comportamiento, se ocultó la absoluta falta de medios para combatirla (camas, UCI, mascarillas, tests, desinfectantes, etc.) Incluso poniendo en duda su idoneidad: "las mascarillas no sirven para nada”. Por supuesto había qué escamotear a la población que la situación de la sanidad era completamente inadecuada para combatir la pandemia debido a los continuos recortes. La situación evidenciaba la estupidez de la destrucción de los sistemas de protección social. El sistema congénito de inseguridad utilizado por los gobiernos para el control de la población se volvió en su contra en forma de pánico. La globalización que había deslocalizado la fabricación de los elementos básicos (batas, mascarillas, test, desinfectantes…) también se significó como elemento negativo y abrió el melón de los comisionistas, intermediarios y corruptos. La prohibición en la comunidad de Madrid del traslado a los hospitales de los mayores afectados redondeó esta cascada de insensateces. El gobierno era responsable de la vida de los ciudadanos cuando ya había desistido de cuidar de su salud (como en la ola de calor francesa comentada en una entrega anterior).

 

Ideas elementales fueron relativizadas con la idea de desdibujarlas. En primer lugar no se había producido el triunfo del biopoder que nos introducía en la dictadura digital. En segundo lugar la impotencia no debía interpretarse como debilidad. Y al mismo tiempo no había que proyectar las consecuencias negativas hacia el futuro. Se genera así una esperanza nueva en un mundo mejor, no solo económico sino también político. Pero ¿quien habrá de hacer todo lo que debe de ser hecho? El futuro no se construye en la dinámica del presente. Después del fin de la epidemia, nuestros gobiernos retomarán su dinámica habitual, la de la máquina-mundo capitalista cuyo avance gestionan y cuyos daños colaterales intentan atenuar llegado al momento. No resulta evidente que el confinamiento nos haya hecho avanzar mucho al respecto.Y la ocasión se habrá perdido.

 

El desgarrado. Mayo 2024.




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