» 09-04-2024

Lecciones de política alternativa 102-3. Ranciére. Extranjería.

“El inmigrante y la ley del consenso” 1993. Aquel año se aprobaron por la derecha, en Francia, tres leyes que trataban de la inmigración (menores, ius soli, nacionalidad, residencia, identidad, reagrupación familiar…). En España se legisló (4/2000, 8/2000, 14/2003 y 2/2009) sobre el tema con evidente retraso. Estas leyes tuvieron, en Francia, una amplia aceptación de la izquierda que justificó su cambio de posición con dos argumentos: hay que afrontar con valor el problema y la vía adecuada es la jurídica (que -decían-no suponía grandes cambios pues recogía disposiciones dispersas) sin importar si es la derecha la que toma la iniciativa legislativa. El primer argumento: la valentía, dimanaba de la conciencia de la izquierda de los errores cometidos causados por “… la adhesión ciega a la ‘objetividad’ de la ‘necesidad” (Rancière 2023, 42). Obviaban que “… en política no hay necesidad objetiva ni problemas objetivos. Tenemos los problemas políticos que elegimos tener, en general porque ya tenemos las respuestas” ibidem). 

 

Se justificaba esta posición -frente a los que la cuestionaban- por la necesidad de resolver un problema acuciante que estaba ahí y al que -esos cuestionantes- daban la espalda. El argumento culpabilizador siempre funciona y más si se funda en la “necesidad” como argumento absoluto, asentado sobre las exigencias del mercado global: “La esperanza defraudada no constituye realidad; ni la negación, pensamiento” (Rancière 2023, 42). La impotencia (no se puede hacer más de lo que se hace) y la gestión de consecuencias (se actúa cuando el mal ya está hecho), completan el argumentario. El problema se solucionaba -como en el mercado del mundo del trabajo- con la desestructuración de este, no solo por la “necesidad”, sino porque de esa manera se escamoteaba la verdadera dimensión de la política: la evidencia de una sociedad dividida y que vive del conflicto. Acabar con los mitos (no se pueden cerrar fábricas) garantizaba - a contrario- la ejecución de una política realista. Pero al acabar con los mitos se ponían en crisis los sistemas de regulación social ligados al mundo del trabajo, como la seguridad social y la educación y se anulaba la posibilidad de que una sociedad basada en el conflicto acoja la alteridad. 

 

El número de inmigrantes no ha aumentado en los últimos años pero tenían otro nombre y otra identidad: se llamaban obreros. Hoy no son más que inmigrantes, gentes con una piel y unas costumbres distintas. Y así se cimienta la aparición de los “problemas sociales” sobre la ruina de las identidades y las alteridades. Y por otra parte surge la figura inmediatamente identificable del causante del problema: el otro. Los problemas se han vuelto críticos y hay que resolverlos con valentía… como hizo Aznar con la devolución en caliente de aquellos inmigrantes subsaharianos que deportó por la vía rápida: en avión. 

 

“Porque los problemas sociales siempre se pueden identificar con uno solo: la existencia de personas problemáticas: personas que no debería estar, ni haber estado nunca ahí. Basta con constituir la figura de ese otro y tomar las medidas necesarias contra él”. Y aquí es donde interviene la ley: la sustitución de medidas circunstanciales, provisionales y dispersas fruto de la improvisación, por la norma general. Y en vez de resolver el problema… lo crea. Dibuja una figura unitaria del otro, unificando las disposiciones en la ley. Convierte en un único extranjero indeseable al joven francés de origen magrebí, al trabajados de Sri Lanka, la mujer argelina que viene a dar a luz a Marsella y al padre de Mali que solicita el reagrupamiento familiar, a los que no es difícil encontrar sus homólogos en la situación española. Y para obtener la unificación introduce nuevas acepciones como “ilegal” entre “extranjero” y “delincuente”.

 

También la ley encuentra justificación entre sus defensores: combate el racismo al separar los extranjeros buenos (a los que “salva”) de los indeseables. Se identifica extranjero y sospechoso reducidos a ilegales culpables. La ley, objetiva el contenido de este sentimiento difuso de inseguridad en un único objeto de temor a una multitud de casos y grupos, constituyendo “la figura única objeto del rechazo” fácilmente identificable. De esta manera, se amalgama la reagrupación familiar y los matrimonios de conveniencia en la poligamia musulmana, en un solo objeto de temor y rechazo. Así el pueblo soberano encarna la multitud de quienes sienten el mismo temor. “Es lo que quiere decir consenso… la identificación inmediata del sujeto que tiene miedo. El consenso político no suele instaurase sobre la opinión razonable sino sobre la pasión irracional. No se consensúa primero con uno mismo, sino contra el otro. Consentir es ante todo sentir en común lo que no podemos sentir” (Rancière 2023, 46).  

 

El consenso se desenvuelve en dos círculos. En primer lugar en el de la complementariedad de una política rehén de la necesidad y unos problemas sociales que son el reverso de esa necesidad… y que el Estado no duda en “solucionar” mediante la represión. En segundo lugar el consenso también es “la complementariedad de la posición razonable de los problemas objetivos y de su solución pasional. La transformación de la elección y los conflictos políticos en problemas sociales (que) también es la transformación del objeto del problema en objeto del odio” (Rancière 2023, 47). Es posible que la ley no sea eficaz -como vaticinan desde la izquierda (como cualquier ley que pretende llegar a todas las personas que infringen la ley)- pero en lo que sí es eficaz es en “ fomentar un sentimiento común hacia los indeseables y la disposición de los buenos ciudadanos deseosos de ir más allá de la ley y, en concreto de ayudar a lograr su objetivo: la inmigración cero” (Rancière 2023, 4). 

 

"El racismo no es la consecuencia desafortunada de problemas sociales que la objetividad de una política consensual debería regular. <<Problemas sociales>>, realismo consensual y estallidos racistas son elementos de una misma configuración" (Rancière 2023, 47). Está de moda entre los intelectuales (atrapados en esta lógica desde hace años) considerar que, oponerse al demencial sistema operante es cosa de nostálgicos trasnochados tercermundistas y simpáticos pero estúpidos jóvenes. Se trata de un realismo de poca monta con el que es necesario terminar. Oponerse a estas tres leyes de extranjería no es ocioso. “Es restaurar la dimensión de una acción política capaz de soportar las divisiones de la sociedad  y de hacerse cargo de las alteridades. El realismo consensual no es la medicina alternativa que curará la sociedad de sus monstruos, es la nueva locura que los sostiene. Al contrario, disentir es lo que hace que una sociedad sea habitable. Y la política, si no la reducimos a la gestión y a la policía de Estado, es precisamente la organización del disentir” (Rancière 2023, 48).

 

El desgarrado. Abril 2024.




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