» 16-12-2020 |
Siempre me ha parecido apasionante como la “razón” (y la entrecomillo porque quizás no debiéramos decir la razón sino la expansión de la mente) se ha abierto paso en la evolución del ser humano. Lo he comentado otras veces (es decir: me repito) pero esa escalada que empieza en la clasificación (establecer series significativas) de las percepciones del mundo y continúa con su jerarquización (dar valor) son las primeras y fundamentales acciones del isomorfismo (relación punto a punto) entre la realidad y nuestra mente. La clasificación es lo que Ranciéte llama la partición de lo sensible que ya es una forma de pensar “avant la lettre” porque, como dividimos la realidad ya es una forma de tomar partido. Esa partición es perfectamente distinguibles entre las tribus primitivas (a las que se tomará como modelo del pensamiento primordial) que practicaban lo que Levi Strauss llamó el pensamiento salvaje.
Durante milenios se ensayó una forma de razón (y entiendo por razón la posibilidad de la mente de entender el mundo) que todavía no era metafísica (y al decir metafísica quiero decir que más allá de las apariencias existen explicaciones no evidentes de como las cosas son). Fueron los presocráticos los primeros en pergeñar teorías que estaban por debajo de la realidad perceptible: estructurales, finalistas, esotéricas, mitológicas (que no deja de ser un tipo de lógica), etc. Hasta entonces las explicaciones eran perceptivas o reveladas (imch Allah). El mundo mítico, durante milenios, trato de entender el mundo desde la topología (la “razón” reside en un lugar o en una persona), o desde la revelación (la verdad reside en un ser superior que se nos manifiesta). Este tipo de razón se asentaba en máximas de sabiduría que a modo de píldoras eran distribuidas entre los ciudadanos: los refranes, proverbios, adagios, brocardos, suras, etc. Esta forma de razón todavía duraba en tiempos de los romanos en la tópica (la verdad son máximas de conocimiento ancestrales) y la retóríca (la verdad reside en el lenguaje).
Tras los presocráticos llegó Sócrates que “inventó” la dialéctica: de la controversia nace la razón. Sócrates era dinámico, es decir la verdad no es absoluta (algo solidificado) sino algo dinámico que se construye en el diálogo. Y aquí se produce la ruptura entre Oriente y Occidente. Platón se asienta en el estatismo y eleva al ser (la ontología) en el sustento de la filosofía. Heráclíto ha perdido y Parménides ha ganado. La filosofía oriental se aleja de la occidental embarcada en un concepto del devenir como esencia que nada tiene que ver con el estatismo platónico. Aristóteles -que se opondrá a su maestro en la cuestión del idealismo frente a su naturalismo materialista- no tratará de recuperar el devenir frente al ser y ese acuerdo tácito marcará la filosofía y la metafísica occidental durante 25 siglos: la metafísica. Pero tanto el maestro como el alumno establecen un sistema de pensamiento que persigue la verdad con ahínco; la lógica, las matemáticas, el lenguaje, la ética y la política, que transforman la física en la metafísica.
Pues bien, 25 siglos después, aquellas divergencias filosocráticas resurgen con fuerza de la mano de la política, hasta el punto que nos da a pensar que la política es el fin de la civilización. En primer lugar resurgen los “argumentarios” es decir las máximas de verdad (refranes, adagios) anteriores a la razón filosófica, en un momento histórico en que esas prácticas se halla refugiada en las prácticas religiosas de la verdad revelada. En segundo lugar la dialéctica se convierte en la posverdad es decir algo que no persigue el conocimiento sino el desconocimiento, la intoxicación, la desinformación, el secretismo y la opacidad. Y en tercer lugar la ética no existe: la política es una forma de vida parásita.
Porque la política no es una teoría del conocimiento (sería imposible visto el personal que la milita) sino una teoría de la acción. Los políticos son los herederos de los militares, de los guerreros por otros medios, pero activistas, de ningún medio pensadores. No en vano la política es la continuación de la guerra por otros medios (Clausewitz). Pero se han arrogado la exclusividad de la formulación de las leyes. Se han arrogado el control de la verdad positiva (y positiva en derecho quiere decir que no es razonada sino solidificada). Si todo eso se realizara con unas normas razonables sería aceptable pero no es así. La democracia es una pantomima de la igualdad en la que las elecciones están mediatizadas, los derechos son topológicos y el nepotismo y la corrupción es la norma.
Estamos en una situación i-racional. La política ha trastocado el pensamiento para imponer una teoría de la acción que es absolutamente partidista (no de partido -que también- sino de parte). Todo es un engaño y la única posibilidad que nos da la democracia es la rendija electoral, mediatizada y manipuladora. La intoxicación (el argumentario) ha convertido la mierda en miel (mielda). solo hay dos soluciones: irse, o aprovechar esa exigua y vergonzosa rendija que esa exigua y vergonzosa política nos proporciona. En un mundo en el que Trump, Bolsonaro, Aznar, Gadafi, Simon Peres, etc, pueden ser líderes solo la fuerza te puede apoyar. La fuerza del voto: ¡echémosles! Y sé que no hay mucho para escoger, pero este es un camino que resolveremos en muchos años y con mucha constancia. Y si no lo quieres hacer por ti hazlo por tus hijos que la sostenibilidad bien entendida empieza por la política. ¿Que futuro quieres? Porque nadie te lo regalará. Tic Tac, Tic Tac. Y no olvide que el que no es demócrata es terrorista, independentista, bolivariano o radical.
El desgarrado. Diciembre 2020.