» 21-01-2021 |
Dice Rancière que el estado plutocrático se compone de los intereses del Estado (política), su aparato militar (ejército), el poder económico y el mediático. Estos son los cuatro poderes separados y no los de Montesquieu. Y estos, están auténticamente separados (no necesitan intradependencias) porque sus intereses son convergentes, página 147 (“De la guerra como forma suprema del consenso plutocrático” en “Disenso, FCE, 2019). La perfecta integración de estos cuatro poderes constituyen el estado plutocrático que pueden, y de hecho dan, lugar a la guerra, como ocurrió en el caso de Irak y las armas de destrucción masiva que fueron enunciadas por el Estado, activadas por el aparato militar, asumidas por el poder económico y publicitadas por el poder mediático. Insisto en que no hizo falta dependencia alguna entre ellos porque sus intereses convergieron. De alguna manera esta maniobra acaba con la falacia de los medios de comunicación dependientes del estado.
Hay que añadir también que esa convergencia no impidió que la opinión pública se manifestara en contra (inútilmente) de una guerra infundada y unas armas indemostradas. El estado plutocrático no necesita la opinión pública ni acallarla. Pero que exista una opinión pública independiente y unos medios informativos autónomos no quiere decir que el Estado no controle (disponga de) a parte de los medios de comunicación, más allá de la los medios de titularidad pública y los órganos mediáticos propios del mismo. Esa convergencia la hemos visto con Berlusconi, Murdoch, Turner, y en menor escala en España con Cebrián y P. J. Ramirez. Si Berlusconi ha llegado a presidente, Murdoch puso a Trump en el poder a través de la FOX, Turner controla con la CNN las noticias en todo el mundo, Cebrián y Ramírez fueron capaces de bloquear noticias sobre sus andanzas financieras y sexuales cuando les convino además de apoyar a los partidos del bipartidismo. Pero hay otros escalones además de medios independientes, medios propios, medios políticos, están también los periodistas alineados. Componen una legión de tertulianos y habituales de los mentideros políticos que en el caso de la Sexta (conocida por su pluralidad política), parecen estar en nómina.
La cantidad de periodistas que defienden las tesis de determinados partidos políticos es ingente. En la Sexta se distinguen Marhuenda, Inda, Clavé, Roig, etc. que defienden encarnizadamente al PP. Los defensores de la izquierda: Escolar, Marañas, Maestre, Cue, y otros cuyos nombres no recuerdo ahora, sería más ecuánime llamarles de centro por cuanto se les ve menos el plumero (o quizás no). Hay una tradición española que entiende que quienes defienden la derecha, la Iglesia, la moral dominante, tienen perfecto derecho a ser despiadados (?) mientras quien defiende la izquierda, solo puede hacerlo desde el academicismo o desde la radicalidad. La barbarie no es cosa de derechas o de izquierdas es el fruto de una situación desesperada. Y estoy hablando (volviendo al periodismo) de una cadena plural. Lo que ocurre en las cadenas sesgadas… eso es doctrinario. El problema es que un periodista debería informar (lo que nada tiene que ver con la opinión) y por tanto no debería descubrírsele su particular sesgo político. No es así. Los periodistas son encarnizadamente sesgados. Tras ello, deploraremos que los jueces muestren su propio sesgo, cuando lo que hacen es recoger el ambiente y el tono de la sociedad en la que viven. El talante de confrontación en el que vivimos es axfisiante.
Pero lo que describía Rancière era “la convergencia”. Los medios dependientes del gobierno apoyaron la guerra; los medios independientes de izquierdas se opusieron; pero el resto de los medios apoyaron masivamente la guerra sin necesidad de que el Gobierno tuviera que convencerlos. A esa convergencia Rancière le llama el consenso, aquello que diferencia la policía de la política. Y no habla de un policía que (im)pone orden, sino a una división de lo sensible (una forma de clasificar el mundo) en la que no caben disidencias, huecos, desajustes. La política es lo contrario, la posibilidad de que aparezcan disidencias, desajustes en la cuenta, la razón de los que no tienen derecho a la razón, los que -en democracia, por poner un ejemplo- no tienen derecho a hablar porque ni su linaje (sangre), ni su posición, ni sus conocimientos los hacen merecedores de esa participación. Pues bien lo determinante es que, antes de analizar la razón, la división de lo sensible (la clasificación previa del mundo realizada previamente) ya está determinando el resultado. Hacer una encuesta telefónica quiere decir que solo contestarán los que tienen teléfono. La convergencia no se produce por azar. La convergencia es el consenso implícito que ha determinado la división de los sensible, el planteamiento previo de la muestra.
El consenso es una forma de convergencia superior a la dominación. No hace falta que los medios de comunicación sean dependientes del Gobierno, solo hace falta que sean convergentes… lo que depende de la división de lo sensible, de la previa sectorización del mundo. La primera manifestación de la inteligencia fue la clasificación, la ordenación del mundo. La inteligencia salvaje ya la utilizaba. Después vino la razón y llegamos a pensar que esa era la definitiva manera de encontrar la verdad. No era así. La verdad solo puede refulgir si la división de lo sensible, la clasificación del mundo está “bien” hecha. No se puede jugar al ajedrez sin tablero, por más sencillo que este sea y por importantes que sean las fichas. De hecho, la gran metáfora del ajedrez habla del tablero: si ponemos un grano de trigo en la primera casilla y vamos doblando, al llegar a la casilla 64 no habrá trigo en el mundo capaz de llenarla. Comprendo que estos conceptos no son fáciles (ni para mi) pero son determinantes. El consenso es la dominación (pos)moderna (con lo que no estaría de acuerdo Rancière). No solo tenemos que estar atentos a la fuerza, a la sangre, al conocimiento. Debemos estar atentos al tablero de juego: la división de los sensible.
El desgarrado. Enero 2021.