» 15-02-2022 |
Hace ya mucho que la política es la ceremonia de la confusión, pero no es fácil rastrear porque hemos llegado a esta situación. La política no es teoría (como la cognición) sino praxis; es la parte de la filosofía que (como la ética) nos habla de la acción. Históricamente la política nace de la mano de la dominación. Según Platón la dominación de la edad (la experiencia vital), la nobleza (la sangre y la herencia), la fuerza, la sabiduría y -extrañamente- la democracia: la mayoría indiscriminada. La dominación es insoslayable en nuestra especie por lo que solo podemos aspirar a la dominación mínima: la del 51%. La política no puede aspirar a la supresión de la dominación por lo que solo puede minimizarla. ¿Por qué evolucionamos de la dominación de uno (monarquía, dictadura, caciquismo), de pocos (oligarquía, nobleza, poderes fácticos) a una mayoría (democracia, anarquismo asambleario) tiene poco que ver con la solidaridad, el altruismo, la generosidad o el humanismo. La soberanía del pueblo ha sido históricamente un arma arrojadiza, una opción amenazante, pero nunca se ha querido establecer de verdad. La democracia representativa es la prueba: la soberanía del pueblo pero sin el pueblo… más allá de los comicios cada cuatro años mediatizados por una ley electoral sesgada.
La primera “ficción” de la representación popular consistió en la partición de lo sensibles, la selección del cuerpo electoral. Empezaron siendo los nobles, los patricios, con exclusión de mujeres, trabajadores, esclavos y extranjeros. Después se amplió a todos los hombres mayores de edad, Más tarde a las mujeres, y finalmente a los extranjeros. La representación -que empezó siendo la solución necesaria para problemas de comunicación, cultura y transporte- se fue separando paulatinamente del pueblo hasta ignorarlo. Primero se deslindó de la representación de un grupo determinado de electores, después se centró en partidos políticos en vez de en personas políticas, para finalmente suprimir cualquier opción de democracia directa. Hoy la democracia representativa española no admite más que la rendija electoral mediatizada. Pero no podemos despreciar la situación de profesionalidad de los políticos que no solo no tienen una profesión que los acerque a los ciudadanos sino que necesitan ser “colocados” en una “profesión” eventual mientras están en stand by. Lo que solo se logra inventando instituciones inútiles como el Senado, Las diputaciones, la política gremial, etc. No se puede hablar de “democracia” en estas circunstancias, por lo menos no, de democracia plena.
Pero en lo que esta seudo-democracia es penosa es en su relación comunicativa con los medios y con los electores. Una vez suprimida la relación directa con éstos últimos, toda relación es retórica, apariencial, intoxicante, estratégica, hipócrita, rastrera, crispada, corrupta… Porque los políticos cada vez se alejan más de la acción (que los retrata) y se aproximan más a la teorización: la esencia. Pero llegan más lejos y también se alejan de lo teórico. Los políticos no hablan de la realidad sino de las propias palabras, de la teoría, de las intenciones, de grandes palabras, vacías de contenido real o esencial. Es la apariencia, que en un segundo estadio del alejamiento de lo real (la acción), les permite vivir en el limbo de las apariencias. Un político es un inútil que ni hace, ni tiene ningún contenido: es pura apariencia. Porque su razón es retórica: no persigue la verdad sino convencer, y para convencer vale todo. La retórica culmina con la carrera hacia el puro electoralismo: un político no defiende ideas o actos, defiende su escaño, su poltrona, sus votos. Pero no solo defiende eso. También defiende su culo, es decir, su irresponsabilidad. Electoralmente hablando es primordial que no se le asocie con ninguna cagada o corrupción.
Los políticos ya no defienden promesas, ideas, actos o intenciones. Defienden palabras vacías, generalizaciones abstractas o intenciones generalistas. Un político es un significante vacío cuyo significado no remite a la política (el bien común) sino a la irresponsabilidad, la bella apariencia, la socialidad, el buen rollo, etc. Y como esta posición tiene poca defensa su relación tiene que derivar hacia el insulto, la denigración, la crispación, la calumnia. Cuando alguien no vale nada, solo puede sobresalir cuando hunde a los demás. Evidentemente no pueden responder a los periodistas convirtiendo las entrevistas en un erial de ideas, actos, decisiones o intenciones. Los políticos han conseguido convertirse en un saco de pedos del que salen insultos e improperios contra todos (incluso los medios y los ciudadanos: ¡habéis vivido por encima de vuestras posibilidades!) pero que no tienen ningún otro contenido. Naturalmente la reinvención de la realidad también es importante: Partidos legales son tildados de ilegales, actuaciones institucionales democráticas son convertidas en atentados contra ella, los cordones sanitarios son exigibles y existen pactos democráticos reprobables ética y legalmente. No solo se evaden de la realidad sino que se inventan otra alternativa.
Y así llegamos a la situación postelectoral de CYL. El PP está a punto de clamar que si pacta con la ultraderecha será por culpa del PSOE, porque no se abstiene. Es decir: hemos pasado de la responsabilidad de los propios actos a que estos sean responsabilidad de los otros. ¡No solo son incapaces de moverse sino que si lo hacen es por culpa de los demás! Este argumento tiene ya recorrido anterior. Ya se dijo que si el PSOE “aceptaba” los votos de los parlamentarios “radicales” era reo de inmundicia. La teoría de la irresponsabilidad llega así a su momento culminante: no hago nada pero, además, lo poco que hago es culpa de los demás. Los cordones sanitarios son antidemocráticos puesto que la ultraderecha tiene los escaños que tienen porque los ciudadanos se los han dado. ¿O son gilipollas los ciudadanos? ¿No nos decían que el pueblo nunca se equivoca al votar? En una democracia representativa los políticos representan a los ciudadanos y lo demás es conculcar la voluntad popular. Otra cosa es que las malas artes de los políticos en su relación con los ciudadanos hayan hecho escuela y la ultraderecha cobre fuerza aplicando esa mierda: intoxicación, crispación, mentiras, insultos.
Ya vale de reflexionar sobre el lenguaje. La misión de un político es actuar, no maquinar para defender su culo. La estrategia tiene como límite la representatividad del sistema democrático y cuando se sobrepasa… pasa lo que pasa: la ultraderecha.
El desgarrado. Febrero 2022.