» 11-04-2022 |
Macron: 27,8%; Le Pen 23,1%; Melenchon 22%. Para entendernos: Macron es un partido liberal al estilo de C’s; Le Pen es un partido de ultraderecha blanqueado a social; Melenchon es la izquierda radical, el Podemos español. Para encontrar los equivalentes al PP y el PSOE españoles debemos descender a Pacresse: 4,7%, e Hidalgo: 1,8%. Además a la (ultra)derecha de Le Pen ha aparecido un ultraderecha radical: Zemmur con el 7,1%. En definitiva el bipartidismo se ha hundido política y económicamente y en su lugar aparece un tripartidismo con entre el 22 y el 28% de los votos con un partido de centro-liberal, uno de ultraderecha social y la ultraizquierda radical. Dicho tripartidismo no se refleja en la segunda vuelta a la que solo pasan los dos primeros: Macron y Le Pen. El equivalente de nuestro Podemos se queda a menos de medio millón de votos de pasar a la segunda vuelta. En las próximas elecciones los dos partidos que disputaran el poder serán la ultradercha social de Le Pen y la ultraizquierda de Melenchon. El tránsito a la radicalidad se habrá consumado y el bipartidismo se restaurará entre dos partidos ultras… descafeinados, flaqueados por otros dos aun más ultras a derecha e izquierda. Como diría el Conde de Lampedusa: “Todo debe cambiar para que todo siga igual”.
Lo más llamativo es el hundimiento de los dos tradicionales partidos de derecha y de izquierda (el equivalente a nuestros PP y PSOE), la socialización de la ultraderecha de Le Pen y la aparición de una ultraderecha aún más ultra de Zemmur. ¿Por qué este cambio en las preferencias del electorado? Hay varias razones y todas ellas consecuencia directa de las estupideces de los partidos del bipartidismo.
1) El fracaso de la globalización (la dependencia económica de otros países se ha demostrado una trampa: energía, material sanitario, alimentos, deslocalización de empresas, etc). La UE no ha sabido culminar la unión europea: militar (la defensa militar de los miembros sigue siendo soberana), fiscal (los paraísos fiscales siguen siendo soberanos), económica (la política económica sigue siendo soberana), humanitaria y política (el Parlamento europeo sigue sin ser operativo). Ni siquiera se ha conseguido la unión nominal como demuestra el Brexit, y los nacionalismo de ultraderecha y de izquierda. La ultraderecha esgrime este fracaso y un nazionalismo exacerbado.
2) El individualismo nos hace cada vez más reacios a integrarnos en formaciones en las que que no tenemos ninguna participación, en una ausencia clamorosa de democracia directa. Una democracia en la que la única participación es el voto (mediatizado y manipulado) ya no es suficiente para motivar al electorado. Los ciudadanos exigen de los gestores resultados, como se les exige a ellos mismos en sus trabajos. Y esos resultados son mayormente económicos: pocos impuestos y muchas prestaciones… dentro de un clima de libertad y de derechos generalizados. La corrupción, las corruptelas y el despilfarro enervan a los ciudadanos cuya vida es más y más difícil cuando los políticos se limitan a decir “es el mercado amigo” o “Vivisteis por encima de vuestras posibilidades” mientras roban a más y mejor. Los electores están mejor preparados que nunca. La lucha por el adoctrinamiento escolar es encarnizado.
3) Las intoxicaciones, mentiras y estupideces de los políticos. La respuesta a ese electorado cada vez más inteligente, es la mentira generalizada, la irresponsabilidad institucionalizada, la ignorancia de lo que ocurre a su alrededor, la autovictimización, la justificación en la corrupción del otro, etc. Todas esas actitudes han conducido a la desafección de los ciudadanos hacia sus políticos, desafección que se traduce en desinterés manifiesto por un discurso que se ha convertido en incomprensible. Pero también conduce a la práctica del voto por descarte: votar al nuevo prescindiendo de su discurso y descartando a los que ya la han cagado. El éxito de C’s, Podemos y VOX se sitúan en este mecanismo. Ascenso (mientras no gobiernan) y caída (en cuanto lo hacen). El contubernio entre políticos y empresarios (la institucionalización de los poderes fácticos: bancos, energéticas, multinacionales, especuladores financieros, etc.) fomenta la desigualdad. Los poderosos disfrutan de legislación “ad hoc”, beneficios fiscales, acuerdos de concesiones, libertad de circulación de capitales (hacia paraísos fiscales) aumentando exponencialmente la desigualdad. Todo vale para engañar al pueblo: demagogia, intoxicación, mentiras, estadísticas, opacidad, etc.
4) El Populismo. Entiendo por populismo decirle al pueblo lo que quiere oír: impuestos más bajos, “España va bien”, prestaciones sociales más generosas, importancia internacional. A veces lo que se predica difiere del colectivo al que se dirige. El sueldo mínimo, la fiscalidad, el pleno empleo o el horario laboral deben ser más amplio (más reducido) para los trabajadores y más reducido (más amplio) para los empresarios. Decidir por quien se decanta el político es el origen de la desigualdad. La política se ha convertido en una profesión (y no en un servicio a la comunidad) y como tal, conservar el empleo es sustancial. Ello conduce al poltronismo o el aferrarse con uñas y dientes al puesto (dimitir es un verbo ruso que no se conjuga en español). No queda más remedio que engordar los logros y disminuir los fracasos, en una palabra: mentir para comer (caviar, obviamente).
5) El fin de las ideologías. Las ideologías han justificado históricamente la dominación: de Dios, del linaje (de la sangre y de otras afinidades) de los padres, de la experiencia (el senado, el consejo de ancianos), de la fuerza, del saber (la inteligencia). Recordemos (Harari) que la ideología es la continuación del parentesco por medio de la afinidad de ideas. La democracia se adopta como única manera de imponer una cierta igualdad entre todas esas manifestaciones de la dominación y -curiosamente- empieza por el sorteo, el azar, entendido como la intervención de Dios en las cosas de los hombres. Fue la utilización de la facción que tenía más iguales (el pueblo) por otras facciones en pugna, lo que hizo que la idea de democracia se impusiera, aún cuando los promotores nunca pretendieron ponerla en práctica. La división entre plebeyos y nobles se materializó -en el marxismo. en la lucha de clases y en la ideología (que ha dominado siglo y medio) más importante. Esas ideologías políticas han sido la teocracia (la religión), la monarquía, la oligocracia, el patriarcado (el machismo), la voz de la experiencia (el senado), la dictadura (la fuerza), el saber (la tecnocracia) y finalmente la democracia. Pero a mediados del SXX se produce el fascismo: la denostación de las ideologías como institución política. El fascismo renuncia al sustrato que supone la ideología: patriotismo, utilitarismo, violencia, coraje y análisis “ad hoc”. Estas son las características que Habermas caracterizó en el fascismo nazi. Hoy el fascismo (la ultraderecha se ha blanqueado aproximándose a la ideología como forma de camuflaje) es una forma de real politik (pragmatismo) que no renuncia a la fuerza y al coraje sobre un análisis de la sociedad sesgado y teñido de nazionalismo. Pero por más “democrático” que quiera aparecer, el utilitarismo a-ideológico es su seña de identidad.
Probablemente podríamos añadir otros rasgos, pero con estos son suficientes. Hemos caído en el fascismo generalizado (afecta a todos los partidos) y los grandes culpables son los partidos políticos cuya ambición, ansia de poder y de dinero, falta de escrúpulos y de ética, ha facilitado la lectura fascista de la política. La solución francesa es el cordón sanitario (pragmatismo donde los haya). La solución española es lanzarse en brazos de los fascistas (política de fusión, mientras su jefe mira hacia otro lado). Es cierto que los totalitarismos pueden ser de derechas o de izquierdas (Nazismo/fascismo/nacionalcatolicismo y Comunismo de estado), pero lo que es seguro es que también son a-ideológicos. Estamos en tiempos totalitarios (fascistas) - disfrazados de democracia nominal- prescindiendo de las ideologías en las que se producen. Las ideologías han muerto pero el bipartidismo solo está pasando por un mal momento, aunque nunca volverá a tener la fuerza que tuvo antaño. O, sí.
El desgarrado. Abril 2022.