» 14-12-2021

Lecciones de política alternativa 91-3. La política vacía 1. las ideologías

Dice Harari que la ideología es una ampliación del parentesco por medios no biológicos. Debido a la economía de escala, el progreso de la humanidad dependía del tamaño de sus agrupaciones, y cuando el parentesco fue insuficiente debió ampliarse mediante fratias o hermandades (“Totem y tabú”) que acabaron siendo simples comunidades ideológicas. Una ideología es una comunidad de intereses y de objetivos determinados… por lo que pueden haber distintas ideologías. Esto establece una diferencia entre la familia y la “familia  expandida” por la ideología, que es la responsabilidad. La responsabilidad ante la familia la decide la propia familia; la responsabilidad ante la familia ideológica la define la sociedad. Y con eso no quiero decir que los delitos intrafamiliariares estén exentos de la férula social.

 

Si entendemos la política como algo que se caracteriza por la acción y no por la reflexión, la ideología (intereses y objetivos) se ajustaba perfectamente a la acción política. La ideología ha llegado a ser algo eminentemente político. La dificultad de las decisiones asamblearias (tomadas por el colectivo) condujo a los caciques, que por conexión con Dios, su linaje, su fuerza o su inteligencia decidían por todos. Pronto la legitimación del título por el que se ejerce el poder fue más importante que la ideología, o la ideología se convirtió en el designio del poderoso. El conservadurismo estableció que lo que siempre ha sido así no tiene porque cambiar, y la dominación de la sangre, de la fuerza o del saber siempre había sido así.

 

Para el pensamiento griego el gobierno es un problema de titulación (legitimación). Aristóteles distinguía tres tipos de gobierno: el gobierno de los aristoi o de la virtud; el gobierno de los oligoi o de la riqueza y el gobierno del demos o de la libertad, simplificaba los títulos que Platón había establecido: la sangre, la fuerza y el saber. Pero los dos coinciden en el título del pueblo, el título de los sin título (como dice Ranciére), los que nunca han estado llamados al poder. Por eso digo que la democracia nunca fue sino un subterfugio, una coartada, un límite al que se podía aspirar pero que no era necesario alcanzar. Pero toda pantomima necesita un sustento, a poder ser ideológico. Y la ideología se convirtió en ese sustento. Los intentos de sustentar ideológicamente los títulos de legitimación ancestrales fueron varios, el principal de ellos, el del “contrato social”. En una articulación biológica-histórica-operativa se esgrimió que la única manera de salir de la barbarie fue la concesión del poder a quien podía detentarlo. Pero el tiempo pasa y las necesidades de sustentar, ideológicamente, el poder crecen… a la par que el mayor conocimiento generalizado.

 

La ilustración siente el impulso de redimir la sociedad desde la razón y desarrolla una teoría política que podríamos llamar “los derechos humanos”: libertad, igualdad, fraternidad. Las dos primeras, aspiraciones tendenciales sin realidad final posible… ideales; la última consistió en poner la emancipación en las espaldas de los propios emancipados. En aquel momento, se genera el debate ideológico que nunca abandonará la política. La derecha y la izquierda se consolidan en aquellas cortes que enfrentaban a la nobleza y el clero, con los buegueses. El conflicto ideológico de clases está servido. Pero lo mejor estaba por llegar. Marx da un giro radical a las ideologías al poner en primer plano a la explotación de los trabajadores por los amos (posteriormente empresarios), al centrar el debate en el conflicto laboral (que excluyó a las mujeres y a los niños). Se inicia la lucha obrera que llega mucho más allá que la diferencia entre burgueses -de un lado- y el clero y la nobleza -de otro.

 

Pero la ideología burguesa, la que se ha enfrentó a la nobleza (aristocracia) y el clero (teocracia), la que dirigió la revuelta contra la oligarquía, se convierte en la reacción contra el laborismo (como tan bien demuestran las etiquetas del parlamento inglés). La burguesía se atrinchera contra ese laborismo pujante conservando el nombre de liberales que ya no les corresponde puesto que son la reacción. Si la aristocracia y el clero eran los conservadores, esa burguesía fueron los liberales mientras lucharon contra ella. Cuando se convirtieron en la reacción dejaron de ser liberales para convertirse en conservadores. Pero las etiquetas en política son importantes y todavía hoy, esos reaccionarios siguen defendiendo el título de liberales.

 

La ideología del liberalismo es simple -en el momento en que nace-. niegan el estado absoluto contra el que luchan y defienden la igualdad de los burgueses con los aristócratas (No más allá). Una vez elaborada esa “ideología” eso se convierte en la negación del estado económico centralizado (asunto para el que los burgueses se ven perfecta capacitados) y el reconocimiento de los burgueses como iguales a los aristócratas, igualdad que para nada pretende que todos seamos iguales. Pero hábilmente formulada parece que se reclame la libertad frente al estado opresor y la igualdad de los ciudadanos. Nada de eso era verdad pero de es ficción viven. Liberal quiso decir opuesto al estado absoluto y a la desigualdad de los burgueses frente a los aristócratas. ¿Qué podía salir mal? Hoy son los herederos del conservadurismo contra el que lucharon, aunque en su lucha por tomar las competencias del Estado -que hoy ya no es absoluto sino muchas veces social y de derecho- han llegado a ese engendro que es el ultraliberalismo que supone el contubernio con los políticos de ese estado al que odian (y del que chupan) y de la desigualdad más grande que jamás ha visto nuestra historia.

 

Pero la ideología del laborismo también comete excesos. La dictadura del proletariado es uno de ellos. Enunciarse como dictadura es romper las reglas del juego. Los trabajadores tienen razones sobradas para estas cabreados pero no pueden amenazar con la dictadura. Marx nunca pretendió que fueran los países mas pobres los que abrazaran el socialismo-comunismo. Siempre pensó  que serían los países más desarrollados (sería el progreso el que lo hiciera). No fue así. Sin embargo la teoría marxista fue enormemente ilustrativa no solo por poner en primer plano el trabajo sino porque enunció dos de los principios de la economía política que todavía hoy nos unen: la mercancía como  equivalente universal del intercambio y el dinero como equivalente universal del valor. El capitalismo le debe mucho a Marx. Por supuesto la exclusión de las mujeres de la lucha social (que ya entonces trabajaban en la revolución industrial de forma significativa) fue otro error de cálculo. Lo que no empece para que la lucha social que iniciara fuera absolutamente necesaria.

 

El enemigo ideológico del liberalismo se convierte en el laborismo -tomando los nombres genéricos de derecha e izquierda- pero si el segundo tiene sólidas bases ideológicas, el liberalismo no los tiene y menos cuando se alinea con el conservadurismo (primer contubernio ideológico) que no deja de ser un tradicionalismo sin sustento ideológico alguno. Y ahí llegamos a la generalización de los estados constitucionales. Pero las constituciones las redactan los partidos políticos. Estos son la consolidación de las ideologías en estructura burocráticas. Las cosas se enquistan durante años mientras el Estado de los partidos se consolida hasta un grado demencial. La ausencia de democracia interna, la preponderancia de la institución sobre el individuo (al que pertenece el acta), el programario, la financiación ilegal, la corrupción y la necesidad del voto por encima de todo, corrompen los partidos. Los partidos políticos son una transversalidad, puesto que toso los partidos, sea cual sea su ideología, la muestran.

 

Pero otras transversalidades amenazan. El esquema derecha-izquierda pierde atractivo (aunque no poder) y aparecen alternativas (pero siempre dentro de la estructura de partidos que parece inalienable). La oposición liberalismo-laboralismo pierde fuelle ante sensibilidades otras: ecológicas, feministas, altersexuales, nacionalistas, etc. todas ellas fuertemente ideologizadas. Pero la estructura de partidos resiste, la mayoría de las veces absorbiendo esas corrientes en su seno. Pero ha llegado el momento de hablar de dos a-ideologismos pragmáticos: el capitalismo y el fascismo. El capitalismo es originariamente un tradicionalismo: la dominación de la riqueza (ya enunciada por Aristóteles), probablemente de origen visceral (biológico) pero con una capacidad de regeneración asombrosa. El capitalismo adopta la ideología del liberalismo, pero pronto toma las riendas. Convierte la fórmula marxista (el dinero es el equivalente universal del valor) en un absoluto: el dinero es el valor. La felicidad es una pantomima, lo único importante es el dinero. Como los virus, tras una primera etapa (industrial) de explotación de los trabajadores hasta la extinción, reconoce que no se puede matar al huésped y lo convierte en consumidor (aumentándole el salario). Los trabajadores se envalentonan (al saberse necesarios) y se asocian en sindicatos plantando cara a la patronal. Consiguen el estado del bienestar: seguridad en el trabajo, sanidad, educación, prestaciones sociales, pero el capitalismo no está vencido. En una tercera fase se alía con los políticos en lo que se puede llamar el capitalismo de gestión (Reagan-Tatcher 1970). Es el ultraliberalismo. La caída del bloque soviético (bastión del comunismo de Estado) en 1989 deja al capitalismo como única “ideología” política (Fukuyama). Su nueva frontera es la robótica que acabará con el laborismo por extinción.

 

El fascismo es tan a-ideológico como el capitalismo… pero algo hay. Ortega y Gasset lo tildó de ausente de ideología y Habermas lo definió como: catastrófico-analítico, nacionalista-patriotero, violento, pragmático y corajudo-poligonero. Todo relacionado con la acción y nada relacionado con la reflexión. Tanto el capitalismo como el fascismo son “ideologías que se nutren de la tradición, de la conservación de lo ancestral. Pero lo que los aúna de forma significativa es el utilitarismo (lo que suele ser opuesto a la ideología). Pero lo que también los une es su camaleonismo y al decir camaleonismo quiero decir hipocresía, apariencia, simulación… cualquier cosa con tal de perpetuarse.

 

Se puede ser de derechas o de izquierdas, feminista, anticolonialista, eltersexual, nacionalista o animalista, se puede ser capitalista o fascista pero lo que no se puede olvidar es que todo eso son ideologías o pragmatismos… nada más. Aunque parezca mentira -y volviendo a lo que encabezaba esta entrega- la ideología es lo que nos une, lo que nos hizo humanos modernos. Encontrar en ello motivo de disputa es una sinrazón. Es esa la cáscara vacía de la política: una ideología que en vez de unir -como era su destino- separa.

 

El desgarrado. Diciembre 2021-

 

 




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