» 07-07-2022 |
La política es una filosofía de la acción. No pretende entender el mundo sino cambiarlo. Lo dice el refrán (ese depositario de cultura popular): “No es lo mismo predicar que dar trigo”. Cuando la política (el servicio de lo común) se convirtió en un empeño profesional, en un oficio, se puso en primer lugar la cuestión de no perder el empleo (es decir: ganar elecciones, o por lo menos, mantener la poltrona), pasando a cuestiones secundarias: el servicio a la nación, la acción efectiva (ejecutividad), la vocación (generosidad, solidaridad, altruismo, filantropía), la responsabilidad, la bonhomía, etc. Los políticos se convirtieron en truhanes, en engañabobos que mantuvieron los nombres de las cosas pero que cambiaron las cosas mismas. Se llama egotismo y consiste en ajustar las cosas a las palabras. No otra cosa ha hecho la UE cuando ha aceptado que el gas y la energía nuclear se consideren (se clasifiquen) energías verdes.
El proceso de entender (interiorizar) el mundo (conceptualizarlo: convertirlo en datos manipulable por el pensamiento) ha sido definido magistralmente por Rancière como “La partición de lo sensible”. De cómo clasifiquemos las cosas del mundo dependerá como las tratemos por el pensamiento o como las conceptualicemos. Linneo clasificó el mundo de los animales y las plantas en una ordenación considerada científica. Es una operación previa al pensamiento (la citada manipulación) de cuyas “bondades” nos habla -por ejemplo- la estadística: de como escojamos el universo escrutado dependerá el resultado. No es lo mismo que el feto (o un embrión) sea un precursor del ser vivo a que sea un ser vivo. No es lo mismo que las células madre sean células vivas humanas a que no lo sean (simples objetos de laboratorio). No es lo mismo que el ser humano sea individual (libre) a que sea social, y por tanto con responsabilidades para los demás. Lo que condiciona: el suicidio, la huelga de hambre, el uso del cinturón de seguridad o el derecho a no vacunarse. En todos los casos citados (Pero no en el caso de la estadística, las puras clasificaciones científicas o la construcción del género) se involucran conceptos éticos. En cualquier caso las consecuencias de esa partición de lo sensible son significativas. Lo suficiente como para que no nos lo tomemos a la ligera.
Hace décadas (quizás milenios) que los políticos practican el “noble” arte del egotismo: se llama libertad a tomar cañas o no cruzarte con tu expareja por las calles de Madrid; se llama clase media a las clases adineradas en cuestión de concesión de becas. Se reescribe la historia desde el punto vista del ganador, a la invasión de Ucrania y la masacre de sus nacionales se le llama lucha contra el nazismo. A los rescates bancarios se les llama préstamos preferente sin coste para el pueblo (¡Si Guindos. Hablamos de ti!); a las reformas laborales brutales se les llama ajustes del mercado; a las amnistías fiscales se les llama regularizaciones voluntarias; a la congelación de los salarios se le llama pacto de rentas, a la i-responsabilidad, se le llama: aforamiento, amnistía, indulto, inviolabilidad, o emérito, a la oligocracia partidista se le llama democracia. En general el cambio del concepto que corresponde a un nombre asumido o interiorizado popularmente se le suele encuadrar en aquello tan viejo de que “el fin justifica los medios”, pero no se afronta abiertamente así, sino que se utiliza el circunloquio para evadir la responsabilidad o la autoría. Se conserva el significante pero se cambia el significado.
Por supuesto lo contrario también ocurre con frecuencia: mantener el significado y cambiar el significante, aunque se da más en significantes particulares (un partido) que remiten a significados generales (ideología, historia). Los comunistas españoles, -el PC- cambió sus siglas a IU (izquierda unida) cuando la caída del muro de Berlín nos propuso aquello del fin de la historia (de hecho: el fin del cambio de la historia, la llegada a una situación ultra-estable, inamovible) y la campaña de propaganda se hizo insoportable al identificar comunismo con stalinimismo. En el otro extremo del espectro CyU cambió de siglas tres veces en pocos años simplemente para evadir la sombra del pujolismo corrupto. El contenido era el mismo pero las siglas cambiaron para evadir la realidad o la propaganda. No está de más recordar que “Las palabras y las cosas” fue un gran éxito de Foucault y de su arqueología del saber en el que no era despreciable la influencia de la Historia (Hegel). El PP nos ha mostrado como las siglas permanecen mientras se niega la historia anterior (el contenido): “no contestaré más preguntas sobre la corrupción y venderé la sede del partido” dijo Casado como si olvidando la historia se desvaneciera la corrupción. Diferentes estrategias pero un solo cometido: Engañar.
No podemos pensar que la UE haya cambiado la clasificación de las energías gasista y nuclear por un exceso de celo lingüístico. El cambio tiene consecuencias económicas y medioambientales enormes. Se llaman energías verdes a lo que no lo son, degradando a las auténticas a una categoría que incluye elementos espurios. Se abre con ello el paso a la financiación privada y pública, a las ayudas y a las subvenciones, que solo corresponde a las auténticas energías renovables, y sobre todo a la dignidad de la que se excluye lo nocivo o lo dañino. Solo queda -para no caer en la trampa- condenar al ostracismo a la etiqueta: energías verdes (utilizando en su lugar: energías limpias, renovables, etc.). Pero la intoxicación de la población, el acceso a la financiación y el blanqueo de los delincuentes ambientales, ya está operado. ¡Hay que tener cojones para llamar energías verdes al gas (emisiones de CO2, efecto invernadero, calentamiento global) y la nuclear (Residuos nucleares Fukushima, Chernóbil…)! Podríamos dejar para esas dos energías el título exclusivo de energías verdes y empezar a manifestarnos en contra de esas energías verdes, pero añadiríamos confusión, en el ya intensamente bombardeado por la propaganda, cerebro del elector. No hay salida. La intoxicación gana y el pueblo pierde.
Pero el contubernio entre políticos y empresarios se mantiene incólume. Lo que ha hecho la UE es dar vía libre a energías anti-ambientales y dañinas para la salud. Blanquearlas, apoyarlas, integrarlas en auténticas energías limpias, legalizarlas medioambientalmente. Esos son los políticos que representan a los ciudadanos europeos. En esa mierda estamos inmersos. ¡Bien por el gas y la nuclear; recuperemos el carbón y el fracting; suspendamos el programa de defensa del medioambiente. El planeta puede esperar, el nivel de vida de políticos y ciudadanos… no.
El desgarrado. Julio 2022.