» 08-07-2024

Los errores de la humanidad 5. La clase (casta) única.

El pensamiento racional se origina en el orden, la jerarquía, la inclusión en clases (clasificación). Las clasificaciones son el mundo ordenado y por tanto comprensible; el fondo de armario, las bases de datos con las que opera nuestra mente, y por supuesto, uno de los primeros objetos de esa clasificación son los sujetos del grupo social. La primera distinción es de lugar: dentro/fuera tanto a nivel “uno a uno” (nosotros/el otro), como social (autóctono/extranjero). Forman dos categorías fundamentales: el individuo y el grupo social. La segunda de modo: superior/inferior, de nuevo en los niveles individual y social. Del macho alfa para abajo todos tienen su lugar en la escala de la fuerza, la inteligencia, la habilidad, la riqueza, y cualquier otra. Los grupos se clasifican del mismo modo. La clasificación de tiempo: antes/después ordena por edades -y por grupos de edades. Resumiendo: espacio (dónde), modo (cómo) y tiempo (cuándo). La cantidad (cuántos) también se podría incluir en esta aproximación. Las clasificaciones por la pertenencia a un tótem, las castas, la clase social, la familia (nuclear o extendida), la tribu, la etnia, la raza, los esclavos, se generalizan como particiones de lo sensible (Rancière) cuando de sujetos se trata. 

 

El paso de la tribu a la polis, de la cohesión del grupo por lazos de sangre a lazos de otro tipo (religión, afinidades, ideología, clase…) requiere unos incentivos no naturales al ser una opción electiva.  Requiere una oferta tentadora. La ciudad es tentadora en sí (pluralidad, anonimato, mercado, especialización, intercambios…) pero cualquier ciudad lo es, lo que significa que los rectores de la ciudad deben subir la apuesta y ofrecer a sus ciudadanos lo que otras ciudades no les ofrecen: seguridad, servicios, prestigio, estabilidad…). El germen del Estado está en estas ciudades-estado que lo prefiguran: ejército, impuestos, mercado, foro, circo… Y lo más importante: un plan, un futuro. Los monarcas deben ser grandes guerreros (hay que atacar y defender) y grandes constructores (la ciudad debe funcionar) pero sobre todo, grandes vendedores de futuro. Se impone diseñar un futuro dorado. Y así guerreros y sacerdotes evolucionan hacia la propuesta y la realización de ideas, transformadores de ideas en realidades. Primero los monarcas (y su corte de nobles  conspiradores) y luego los burgueses consejeros (tecnócratas) -al servicio del monarca- para acabar en los burgueses mercaderes capaces de financiar mejor que guerrear. Las alianzas militares se transforman en alianzas económicas y la burguesía capitalista se convierte en política. Los monarcas conservarán su apariencia pero sin contenido, como la monarquía española. Como un virus los políticos se introducen en las monarquías y las corroen por dentro. Se ha alcanzado la nueva clase dirigente: los políticos. El gran error de la civilización.

 

Pero alcanzar el poder requiere un aliado tan poderoso como lo fue Dios,  otorgando su gracia a los monarcas: el pueblo. Los consejeros tecnócratas (en realidad filósofos, librepensadores…) construyen una teoría del Estado en el que el pueblo es el sujeto de la soberanía… ¡sin haberse postulado para ello! Porque no se trata de que gobierne el pueblo sino que desplace a los monarcas y a los religiosos “por la gracia de Dios”. Una pantomima para derrocar a los que esgrimían como título para gobernar: la edad, la nobleza, la fuerza, la sabiduría, la riqueza (Platon)…cualquiera que se postule, llamando a gobernar a quien no posee ni título, ni sabiduría ni talante (pues es ignorante y vicioso), es decir a quien necesita ser representado, tutelado. El gobierno del pueblo pero sin el pueblo. Y así se produce el borrado del pueblo otorgándole el título de los que no tienen título y ningún poder. El pueble se convierte en un significante vacío, como lo era Dios, y como lo acabará siendo el monarca. Lo que los burgueses tecnócratas y mercaderes han perpetrado es la muerte del pueblo como antes mataron a Dios y a la monarquía absoluta. El pueblo, estúpido y apático será desde entonces engañado, mentido, manipulado, otorgándole un título estelar sin ningún contenido. 

 

Esta magnífica conspiración encuentra un opositor: Marx (un burgués librepensador), que propone poner el trabajo en el centro de la metafísica  (en el lugar del ser) y resucitar al pueblo trabajador de modo que se postule para detentar efectivamente el poder y que se revolucione hasta alcanzarlo. Y señala al enemigo: la burguesía. Es la primera vez en la historia que alguien señala al pueblo como real aspirante al poder. Las revoluciones francesa y americana habían sido revoluciones burguesas, de propietarios y comerciantes contra la  monarquía absoluta. Por primera vez el pueblo aspira conscientemente al poder. Todos reaccionan ante esta propuesta antinatura: la monarquía, la Iglesia, la república, la burguesía. Por primera vez en la historia (de nuevo) todas las facciones tradicionalmente enfrentadas se alían contra la bestia: el pueblo consciente de su poder. El marxismo será una falsa alarma pues son los propios dirigentes de los obreros los primeros que aspiran a representarlos, a tutelarlos a manipularlos (los mismos perros con diferentes collares). Tras un siglo y medio de lucha cae la URSS y el muro de Berlín y Fukuyama puede decir que la revuelta de los trabajadores ha terminado que el capitalismo (transmutado en (ultra)liberalismo -como si la economía fuera congruente con la política idealista-) ha ganado la partida. El pueblo retoma su papel: el significante vacío del título para gobernar: la soberanía del pueblo. El muerto goza de excelente salud. 

 

La lucha ha fortalecido al capitalismo político que ha conseguido en los años de lucha -invocando la amenaza comunista- hacer de la democracia una caricatura, un esperpento, pervirtiendo las instituciones y vaciándolas de contenido: la democracia es el gobierno de un cadáver del que los gusanos han tomado el relevo vital. Pero algo más ha ocurrido. En la larga lucha los burgueses tecnócratas y mercaderes han sido barridos de la política por la clase política, en la que la ascendencia de aristócrata o de trabajador ya no tiene importancia. Lo que importa es la entrega total al juego del poder en cuerpo y alma, profesionalmente: son los trabajadores del poder, organizados como los antiguos pelotones de trabajadores pero habiendo renunciado a la representación del pueblo: ahora se representan a ellos mismos. Organizados en facciones sin democracia interna dicen defender la democracia; presumen de honradez mientras esquilman y despilfarran las arcas del Estado; se llenan la boca con el bien común que dicen representar mientras defienden sus prebendas y sus poltronas con ardor guerrero. Nunca una panda de delincuentes tan bien organizados y tan sanguinarios (Ucrania, Gaza) había estado al frente de los Estados. Ganapanes incultos y desalmados, blindados de cualquier responsabilidad o deber. Son la clase política. La clase que ganó la guerra contra el comunismo. Estos trabajadores del poder han realizado contubernios con los burgueses-capitalista para esquilmar al pueblo con lo que se podría llamar capitalismo de gestión (política, societaria y financiera).

 

Como consecuencia del borrado del pueblo como sujeto de la historia a manos de sus dominadores, la negación del inconsciente colectivo, la reducción del pueblo a masa sin inteligencia y sin norte, ávidos de riqueza y de placer, hoy estamos en la desafección total, el divorcio entre el pueblo y sus dirigentes, y ellos parecen no enterarse en su castillo de prebendas, irresponsabilidad y estulticia. No se trata de derechas e izquierdas, se trata de clase dominante y clase dominada, revolucionaria… aún cuando la revolución sea imposible. El capitalismo sigue siendo el mismo dominador del pueblo de siempre pero ahora se ha añadido la clase de los trabajadores del poder que -aliados con los anteriores- significan un nuevo enemigo para el pueblo. ¡Éramos pocos y parió la abuela!

 

El desgarrado. Julio 2024.




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