» 12-07-2024

Los errores de la humanidad 9. El tiempo.

 

Para ”entender” (interiorizar, integrarlo mentalmente) el espacio-tiempo hacía falta inventar la ciencia. Porque nuestra mente es incapaz de entender el espacio tiempo continuo y recurre al expediente de: hacer uno de ellos constante, para observar el otro, en lo que se llaman rodajas de espacio o de tiempo nulo (o infinitesimal). Esta manera sucesiva de contemplarlos impide la visión conjunta. ¿Por qué nuestra mente es incapaz de observar más de tres dimensiones? es un  misterio pero probablemente tiene que ver con la necesidad de simplificar el mundo para entenderlo. El primer paso para pensar el mundo pudo ser la exclusión: si no es una posibilidad es la otra. (los pares de oposiciones metafísicos así lo hacen pensar). En el caso de tres, el error solo deja una posibilidad: es la tercera. Pero en el caso de cuatro, tras el error ,todavía quedan dos posibilidades… vuelta a empezar. Los pueblos arcaicos tienen números para los tres primeros items y a partir de ellos la cantidad “muchos” define el resto. Nosotros mismos somos incapaces de percibir -como cantidad- un conjunto de cosas superior a tres, a partir de la cual debemos “contar”. Contar consistió “científicamente” en asociar una cantidad a cada dedo y por eso usamos un sistema (decimal) con tan pocos divisores (cuatro) y no el sistema sexagesimal que tiene seis y por tanto es mucho más fácil de aplicar a la realidad. El espacio y el tiempo están irremisiblemente marcados por la cantidad y por la decisión.

 

El pensamiento mítico -anterior al metafísico- era esencialmente topológico. La verdad era topológica (residente) y se desarrollaba en gran manera entre el sujeto (la verdad subjetiva) y la verdad del lugar y del tiempo, prendida en los lugares significativos o en la experiencia de los mayores. La experiencia -que posteriormente el logos arrinconaría en gran manera dada su inferioridad manifiesta respecto a la razón- era la memoria de la vida y la fuente de conocimiento cultural, pues era transmisible por medio de relatos explicados por cuentacuentos junto al fuego vespertino.  El espacio del hombre era la acción. Su pensamiento se consumía en la estrategia para vencer en su cotidiana lucha con la caza o con los enemigos: la caza y la guerra. El consejo de ancianos -que después se convertiría en el senado- era la sabiduría de la época. No sabemos si era también de ancianas, pero sería lo más probable puesto que la sabiduría recaía sobre ellas, transmitida de madres a hijas, mientras cocinaban, tejían, moldeaban vasijas, hacían cestos o recogían bayas. En los asentamientos la agricultura (de huerto) era practicada por ellas mientras los hombres cazaban. En resumen la función de recoger las enseñanzas que la naturaleza impartía y que se adquirían por simple observación, les pertenecía. El pensamiento mítico empezó con el relato como verdad, muchos milenios antes que el metafísico, y enlazó con el pensamiento arcaico.

 

A la historia del universo -lo que se inició en el Big Bang y lo que sucedió a continuación- Hawkins le llamó la historia del tiempo, el tiempo del tiempo. Hace 13.500 millones de años. La abrumadora sensación de infinitud que nos provoca comparado con nuestros escasos cien años de existencia (treinta y cinco, en su caso) debió se la misma que el ser humano arcaico sufrió ante el espectáculo de la naturaleza desatada. Fue la impotencia lo que empujó al ser humano a conocer y dominar el mundo que se abría ante sus ojos. El tiempo es la vida, el recorrido entre el nacimiento y la muerte. No podían entenderlo de otra manera. pero el tiempo se plasmaba en la experiencia, lo opuesto a la juventud: la fuerza, la potencia. La experiencia es la sabiduría y la juventud es el tiempo de aprendizaje, de inexperiencia, de desconocimiento. La razón fue la revolución de los jóvenes contra los viejos, y aunque fueron dominados como fuerza la razón fue adoptada para siempre. La razón no requería experiencia, era autónoma. El género hombre siempre ha afrontado la vida como lucha. Contra la naturaleza primero pero entre congéneres enseguida: contra los compañeros por el liderato, contra los extranjeros y extraños por el territorio, contra los viejos por el poder, contra las mujeres por la sabiduría. Todo se puede obtener con la lucha y para luchar hay que ser joven: fuerte, ágil y alocado (insensato, valiente, osado… lo que podríamos llamar: pensar con los cojones). La juventud es una forma de inmortalidad pasajera, la ajenidad de la muerte. El joven muere para que el viejo pueda vivir. Y a ello se aplicó. A dominar la juventud como única forma de supervivencia. Un día el padre deja de ser más fuerte que el hijo, es el fin de su propia juventud. No se es viejo por el paso del tiempo, se es viejo porque la juventud te arrincona, te vence. Y esta lucha a muerte (nunca mejor dicho) es el tiempo. 

 

Entre ese tiempo subjetivo del pensamiento arcaico y el tiempo de Einstein que ha perdido su independencia fusionado con el espacio, el tiempo ha sido el testigo mudo de nuestro consumir la vida. La evolución es el tiempo hecho sustancia. El tiempo es el recorrido desde la inexistencia a la inexistencia pasando por la vida. Un camino nulo con una memoria fulgurante. Sin el instinto de supervivencia el tiempo no sería la medida de la vida, pues la duración sería “intrascendente”. Los principios que definen la vida son territorio, alimentación y reproducción que componen la supervivencia, la trascendencia: durar en el tiempo y existir en el espacio. Son conceptos filosóficos que cuando tratan de ser científicos se diluyen. Espacio y tiempo son los puentes tendidos entre el mundo y la vida. La inyección de vida en la ciencia. Entenderlos como escenario, como contexto, es acertado… aunque no sirva para la ciencia. Extensión y duración… vida. 

 

La lucha generacional (joven-viejo) nunca se ha equiparado a las luchas de la dominación: de los dioses, de los sexos (hombre-mujer ), la lucha de clases (la lucha laboral y la luchas social) o la lucha territorial (amigo-enemigo). Quizás porque el vínculo padres-hijos es el más fuerte y por tanto inhibidor de la violencia y de la dominación.  Sin embargo en la actualidad podríamos perfectamente hablar de “jovencismo“ como hablamos de feminismo, de lucha de clases, de lucha colonial, o de integrismo religiosos (luchas de religión). Sin perder de vista que el concepto “lucha” es absolutamente masculino y que si ha trascendido al campo femenino es por perfusión, por contagio, pues no olvidemos que el hombre borró a la mujer (y a otras manifestaciones de la sexualidad) como ha borrado a otros dioses, otras clases y otras culturas. La cultura patriarcal es eso, ese borrado, esa dominación: cristiano, hombre (heterosexual), joven y blanco. Ahí está el modelo sobre el que practicar la igualdad. Y no se trata de historia, todas esas luches están ahora en la calle y este siglo se caracterizará por su resolución o la desaparición de la especie absorbida por su ego patriarcal.

 

La fantasía de la muerte del padre por los hijos para tomar el poder y las hembras, que Freud plasmó en “Totem y tabú” no se resolvió -como él previó- con la represión por el super-yo de cualquier otra futura rebelión asesina de los hijos (en el fondo la resolución del complejo de Edipo). Está todavía sobre el tablero y se dan las condiciones para que se resuelva definitivamente. Hay que matar al patriarca, no hay otra solución. Su dominio no ha parado de crecer y ahora es ya insoportable.  Dioses, jóvenes, mujeres (y otros altersexuales), clases desfavorecidas y etnias colonizadas, están por fin listos para la lucha. No se trata de feminismo, liberación sexual, libertad de cultos, o emancipación de los jóvenes y los colonizados sino de contrapatriarcalismo, solo hay un enemigo a batir: el gran dominador: el hombre. El SXXI será el de la hiperrevolución… pero hay que darse prisa que ya hemos gastado un cuarto.

 

El desgarrado. Julio 2024.




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