» 13-11-2018 |
En entregas anteriores recalamos en la “Aisthesis” de Rancière y la superación del relato aristotélico por la literatura moderna mediante Flaubert, Conrad y Wolf. Se trataba básicamente de la irrupción de los microacontecimientos, de la cotidianidad, de la nimiedad, de lo absolutamente sin importancia. Se acababa así con el relato que reestructura la realidad para darle planteamiento, nudo y desenlace. Evidentemente este giro que hace desaparecer la intriga plantea serios problemas en la labor de mantener la atención del lector que se ha quedado sin historia. Con ocasión de la lectura de “Para una imagen de Proust” contenido en “Iluminaciones”, Taurus, 2018(1929) de Walter Benjamin, releo la segunda novela de “A la búsqueda del tiempo perdido”: “A la sombra de las muchachas en flor” y de esa confrontación salen estas notas.
La obra de Marcel Proust consta de siete novelas (13 volúmenes) publicados entre 1913 y 1927. Benjamin fue traductor al alemán de algunas de las novelas. Narrada como una autobiografía no se sitúa cronológicamente en el momento que narra sino que supone una revisión del pasado desde el presente (de ahí el título). En una carta de Benjamin a Adorno se desvela la interpretación que el primero hace de esa revisión del pasado y del recuerdo en la clave marxista-sionista que le caracteriza: “”Me habla usted, y muy bien, por cierto, de la experiencia del “no es esto: esa precisamente que hace del tiempo un tiempo perdido; Se me antoja que para Proust, hubo un modelo de esa experiencia fundamental (un modelo no inconsciente por muy hondamente escondido que estuviere): a saber, “el no es esto” de la asimilación de los judíos franceses… Precisamente el hecho de que Proust no fuera más que un medio judío pudo capacitarle para calar en la precaria estructura de la asimilación: una cala que le facilitó desde fuera el asunto Dreyfus”.
Benjamin -que había pensado escribir un texto sobre la interpretación de Proust: “En traduisant Marcel Proust”- se toma muy en serio su trabajo y analiza diversos autores que se habían ocupado históricamente de su interpretación. Así rescata de Cocteau “el deseo ciego, absurdo, poseso de la dicha” que sin embargo no logra transmitir a sus lectores pues “…no sea sino fruto del esfuerzo de la aflicción del desengaño” De, en una palabra, la renuncia al heroísmo y a la ascesis. De Max Unold retoma las “historias de revisor” (el aburrimiento): “No solo ha sacrificado amigos y compañía en la vida, sino acción en su obra, unidad de la persona, fluencia narrativa, juego de la fantasía”. Pierre-Quint le permite destacar “…su deseo sería construir toda la edificación interna de la alta sociedad como una fisiología del chisme” en las que “su sustancia no es el humor sino la comicidad”. “Se hace pedazos la unidad de la familia, y de la personalidad, de la moral sexual y del matrimonio por conveniencia. Las pretensiones de la burguesía estallan y se disuelven en risas”.
Es Ortega y Gasset el primero que “ha prestado atención a la existencia vegetativa de las figuras proustianas”. “Sus conocimientos más exactos, más evidentes, se posan sobre sus objetos como insectos sobre sus hojas, flores y ramas, insectos que nada delatan de su existencia hasta que un salto, un golpe de alas, una pirueta, muestra al espectador asustado que una vida incalculablemente propia se ha entrometido inadvertida , en un mundo extraño”. Maurice Barrès dijo de Proust: Un poeta persa en un garito de portero” Por su parte Ramón Fernández distingue entre el tiempo y la eternidad y Benoist-Méchin: la eternidad de la que Proust abre aspectos no es el tiempo ilimitado sino el tiempo entrecruzado… que no tiene mejor sitio que dentro, en el recuerdo, y fuera, en la edad. Por su parte Jacques Rivière: “Proust se acerca a la vivencia sin el más leve interés metafísico, sin la más leve proclividad constructivista, sin la más leve inclinación al consuelo” y por último Jesús Aguirre (traductor al español) de quien el editor rescata varias observaciones: “En Proust vive algo mucho más grande y mucho más importante que el psicólogo” del, por lo que veo, en Francia se habla casi exclusivamente” (Carta a Max Rychner). El lado más problemático del ingenio proustiano consiste en “la completa eliminación de lo moral por la observación sumamente sutil de todo lo físico y espiritual” (Carta a Hofmannsthal).
Para Benjamin la obra de Proust es “síntesis imposible de reconstruir de la introspección del místico, el arte del prosista, el brío del sátiro, el saber del erudito y la timidez del monomaníaco”. “Comenzando por la construcción que expone a la vez creación, trabajo de memorias y comentario, hasta la sintaxis de sus frases sin riberas, todo está fuera de norma”. “E insanas en grado sumo son las condiciones en que se basa: una dolencia rara (asma nerviosa), una riqueza poco común y una predisposición anormal. No todo es un modelo en esta vida, pero sí que todo es ejemplar”. “Obra de una vida”. “discrepancia irrefrenablemente creciente entre vida y poesía”. Una vida descrita no tal como ha sido sino tal como la recuerda. No es el relato de la vida sino el relato del recuerdo y por tanto el relato del olvido. Relato tupido puesto que el recuerdo no tiene límites. El acto puro de recordar constituye la unidad del texto más allá de la acción y del autor (y personaje). “El despliegue sin yerro de las horas más triviales, fugaces, sentimentales y débiles en la existencia de aquel al que pertenecen”.
La pasión por los lenguajes secretos de los salones, el trato en los círculos feudales, el uso de la jerga, le lleva a sustituir la concisión de las palabras que informan, por la experiencia de la dificultad de experimentar lo que podría decirse en pocas palabras. Palabras que pertenecen a una jerga fija según una casta y una clase y que los que están fuera de ella, no pueden comprender. Su atención a la camorra de los consumidores, el análisis del snobismo, la atención a lo económico, hay algo detectivesco en ese análisis de la crema de la sociedad que se convierte en crítica. “El procedimiento de Proust no es la reflexión sino la presentización. Está penetrado por la verdad de que ninguno de nosotros tiene tiempo para vivir los dramas de la existencia que le están determinados”. Difícilmente ha habido un intento más radical de introspección en la literatura. El parloteo vacío de todo concepto es el ruido con el que la sociedad se hunde en el abismo de esa soledad. La imposibilidad de la amistad, pues la conversación va unida a una insuperable lejanía de aquel con quien se habla. Y para acabar le arrebata el estudio del personal de servicio, quizás porque eran los observadores privilegiados de su propio cometido.
El tiempo perdido -tal como yo lo veo- es el tiempo al que no se le encuentra sentido: “la experiencia del: no es esto”. En una labor de rumiante, Proust vuelve sobre sus pasos para localizar ese sentido que la vida no proporciona y que pretende hallar en la rememoración, en la rearticulación de lo vivido con lo reflexionado. Hay aquí reconocimiento que la vida no es un relato y necesidad de encontrar ese relato retrospectivamente, para dar sentido a la vida. Pero también hay derrota cuando en tantas ocasiones el relato es imposible. Juego de conceptos y palabras en el que raramente se encuentran y se confieren sentido. A veces surge el sentido y las palabras y los conceptos se articulan en conjuntos coherentes de significantes y significados. En otras ocasiones el encuentro es imposible: las palabras se convierten en jerga de una sociedad saturada, consumista, obsesionada por lo económico y lo protocolario de la pertenencia a una casta y a una clase. En esos momentos la presentación (llevar la mente a la cosa, como cuando un niño nos conduce ante el objeto que quiere mostrarnos, en vez de señalarlo o nombrarlo) sustituye a la representación (llevar la cosa a la mente: representarla, nombrarla). El juego eterno de los significantes y significados sin despreciar un contexto exuberante.
El desgarrado. Noviembre 2018.