» 02-09-2024

Monólogos 14. Amor.

¡Que bonito es el amor. Qué bonito es aunar los trastos de mear! En un sistema de pensamiento racional -como ésta metafísica nuestra- el amor es algo raro. Y no solo porque ese sistema desprecie los sentimientos y las emociones (¡y las pasiones!), frente a las razones, que lo hace, sino porque no aduce ninguna razón que justifique su existencia o su lugar dentro de la citada metafísica. Hay otras cosas que escapan al esquema metafísico: el humor, el candor, el juego, pero no tienen el calado que tiene el amor. Pues el amor escapa a la dominación, que entre otras cosas, determina el acceso tasado al placer. Cualquiera puede acceder al placer inherente al amor lo que no quiere decir que las instituciones de dominación como la Iglesia o el Estado, hayan tratado tradicionalmente de regularlo poniéndole toda clase de trabas. ¿Cómo se puede manipular y controlar a unos sujetos que tienen libre acceso al placer? Hasta los adiestradores de animales saben que adiestrar es pagar con placer (alimentos, golosinas, reconocimiento) la sumisión y la obediencia. No es cierto que se prohibieran los animales en los circos. ¡Murieron todos de diabetes! Así entendido, el control del amor es el control de la sociedad. Pero por otra parte (desde el punto de vista de los dominados), es la recompensa  a una sociedad que ofrece pocas oportunidades de felicidad (el placer blanco), la compensación a los múltiples sinsabores que la sociedad nos inflige, un cierto modo de liberación. La economía positiva del placer.

 

Quizás no hace falta pensar en el amor y lo que se tercia es sentirlo, es decir contemplarlo exclusivamente desde el punto de vista emocional y, por tanto, ajeno a la razón. Pero la dominación transforma el sentimiento en razones y no queda otra que mirarlo desde ese punto de vista. El amor (su control) es un mediador social. Empecemos por un poco de historia. El amor ha evolucionado con la especie humana. Se originó como el vínculo que anudaba la familia nuclear, esa institución exclusiva de nuestra especie que reúne a un hombre, a una mujer y a los hijos que procreen. No fue un capricho sino una necesidad. Dado el constante aumento del tamaño del cerebro del feto se llegó un limite infranqueable: el canal pélvico, el agujero en la cadera que la cabeza debe atravesar para proceder al alumbramiento. La consecuencia fue que el parto se debía hacer mucho antes de que el neonato estuviera maduro (fuera cabezón) para enfrentarse al mundo, requiriendo de múltiples atenciones y cuidados hasta alcanzar ese estado, unos cinco años después del parto. La mujer necesitaba ayuda, pero también la especie… que necesitaba acortar el lapso entre partos para colonizar el mundo. Pero ¿cómo hacer colaborar al hombre? Había que convencerle de que los hijos eran suyos lo que se conseguía con la fidelidad (aquí el candor masculino  ¿arrogancia? ayudó  mucho, porque lo de la fidelidad era una estrategia perdedora para la especie si se quería evitar el infanticidio: la promiscuidad confundía al padre enfrentándole a la inseguridad de su progenie). 

 

Pero ningún hombre en su sano juicio se hubiera enfrentado voluntariamente a proteger y alimentar a una pareja y a sus hijos por un periodo no inferior a cinco años a cambio de un polvo. El placer o la conciencia de la paternidad no bastaban. Y la naturaleza encontró la solución en desconectar los circuitos racionales del hombre (y de la mujer por simetría) para que no se diera cuenta de donde se estaba metiendo. Previamente había aumentado el número de polvos,  ampliando la disponibilidad sexual de la hembra a todo el ciclo menstrual y no exclusivamente al periodo fértil. El amor (el vínculo), nace como una irracionalización pasajera, como una enajenación,  como una especie de locura. Un cóctel de hormonas que preparara los cerebros de ambos cónyuges para que no pensaran en las consecuencias de sus actos, que desconectaran circuitos de agresión y recelo, pero también con un aumento de la recompensa sexual: El sexo por placer (sin fines reproductivos) había hecho su aparición. La especie se había hipersexualizado. La misión de la mujer ya no era solo escoger un macho -mediatizado por el instinto (ya entregado a su función)-  sino convencerlo, seducirlo, pues a cambio del polvo se le exigía la adhesión a la familia a plazo fijo. Aquí nace la seducción, la oferta del placer, el escote (¡mira lo que tengo aquí para ti)! Ni casquivana, ni coqueta… madre, necesitada de ayuda y colaboración. Dispuesta a lo que sea por conseguirlo. Por una parte una oferta de sexo continuado y por otra la confusión del juicio para evitar una decisión racional… y las drogas necesarias para facilitar la convivencia. ¡Ahí es nada lo que sabe hacer la naturaleza para obtener sus “fines”! y, eso, sin fines, sin planificación, aprovechándose de lo que el azar le ofrecía. 

 

El amor es pues la conjunción de estas tres direcciones: la biológica (entontecer la mente racional, armonizar la convivencia, hipersexualizar la reproducción, fidelizar). Por otra parte la dominación, el control del placer por parte del poder. La regulación de la institución matrimonial que -en el caso de la Iglesia- supone la creación de una rama específica del derecho: el derecho canónico. Y finalmente -pero no menos importante- el valor de mediador social de la convivencia, de compensación de los sinsabores de la sociedad, el anhelo de libertad (aunque a través del vínculo), de emancipación, de liberación, de economía del placer. Y estas tres corrientes son, a menudo, contradictorias. La hipesexualidad se opone a la fidelidad. El acceso libre al placer se opone a la sumisión. La liberación se opone al vínculo. Lo individual (incluida la familia como unidad) se opone a lo social. El equilibrio es precario lo que exige una enorme dosis de precaución y sobre todo evitar explicaciones simples, dogmáticas, o rígidas. No se puede decir que una mujer provoca (al coito) cuando se exhibe en la grandeza de su atractivo. Está cumpliendo su papel de seductora en favor de la especie. Nuestro pensamiento no debería ser ¡donde va esa buscona! sino ¡con mujeres así la continuidad de la especie está asegurada! o ¡qué gran madre! Tampoco se debe reprimir la respuesta comedida del hombre ante esos atractivos. Lo que no quiere decir que no se deba convenir, pactar, acordar de modo que se respeten todas las sensibilidades. Y debemos recordar que la regulación legal exhaustiva es imposible por lo que la educación es imprescindible para llenar los huecos legales.

 

Algunas posiciones actuales pueden ser comprendidas mejor a través de este enfoque. ¿Por qué la ultraderecha se opone al matrimonio ampliado? Porque atiende exclusivamente a fines reproductivos (biológicos): todo lo que no produce hijos no es matrimonio (causalidad simple, metáfora). Su carácter autoritario excluye la función del placer y de liberación del amor, pues el uso fascista de la fuerza excluye cualquier otra regulación social de mediación o de recompensa. Es una visión arcaica y estrecha en todo parecida a la de la Iglesia (las iglesias) que practica la pederastia pero prohibe la homosexualidad, y el matrimonio extendido y basada en la dictadura (del dios justo) pero dictadura al fin. ¿Por qué las manadas? La lectura que hacen es: si seduce es que busca sexo indiscriminado. Excluye dos cuestiones: es posible que busque sexo pero no contigo, y en eso no se diferencia de ninguna otra mujer: está seleccionando. Es posible que no busque sexo (¡por que yo lo valgo) y simplemente la has malinterpretado. Y por eso es tan importante el solo sí, es sí… revocable en cualquier momento. Ninguna actitud justifica una interpretación unívoca. La manada es una partida (muta) de caza, Una reunión de machos violentos que aplican al sexo lo que solo deberían aplicar a la caza (en tiempos pasados) y al deporte, o a la defensa (en la actualidad), quizás al trabajo. El sexo es un convenio, un pacto, un acuerdo expreso. Nada autoriza a presumirlo.

 

La píldora no solo supuso la liberación de las relaciones sexuales sino que puso, exclusivamente en manos de la mujer la decisión de la reproducción. El preservativo era evidente pero la presencia de la píldora no esta garantizada. El hombre ha perdido la iniciativa en la elección (que sigue correspondiendo a la hembra, seducciones aparte; la acción (la iniciativa); y en la decisión de la reproducción. ¡Para ser el rey de la creación menudo re-corte! Ni siquiera hoy detenta la exclusiva de la defensa y la alimentación de la familia. No es de extrañar que se sienta herido en su sensibilidad de macho, lo considere como obra de la mujer y cargue contra el feminismo. Y entenderlo no quiere decir comprenderlo. El hombre está pasando un mal momento, el temporal no tiene pinta de amainar, y lo soluciona cargando la mano. Y son los jóvenes (tradicionales detentadores de la rebelión) los que canalizan esta pérdida de poder mediante una regresión a tiempos pasados en los que la fuerza bruta, la dominación y el control, la expulsión de la mujer del saber, del género y del maestrazgo, en que la elección, la iniciativa y la decisión que le pertenecían, han caducado. Pero 1) les pertenecía por usurpación y 2) los tiempos cambian y eso no hay conservadurismo que lo pare. Y para colmo ese chorro prodigios de espermatozoides que les entronizaba como padres potenciales de la humanidad está disminuyendo a marchas forzadas. ¡Pobre macho!

 

El desgarrado. Septiembre 2024.




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