» 05-09-2024 |
Cuando el porcentaje de divorcios es el más alto de todos los tiempos la parafernalia que rodea al matrimonio es cada vez más escandalosa. El concurso de extravagancias en cuestión de declaraciones de amor) peticiones de mano y divulgación del sexo de los recién nacidos -patrocinado y divulgados por los medios de comunicación- ha alcanzado extremos de delirio; la organización de bodas se aproxima cada vez más a la de cualquier espectáculo multitudinario; el gasto alcanza niveles estrafalarios; la red de regalos que arrastra (a la carta), los simbolismo que conlleva convierten al matrimonio en la fiesta más importante de lo social, ante las que palidecen otras como el nacimiento, la recepción en la comunidad (provisional y definitiva), o los funerales. ¿Que hay tras el matrimonio que justifique este despliegue? El matrimonio es el cruce entre dos institutos sociales cruciales: en primer lugar la constitución de la familia nuclear, buque insignia de la evolución social humana. Pero también el establecimiento de redes no parentales de vínculos -de las que es modelo- superando el ámbito tribal y dando origen a la expansión de la humanidad, la ciudad y las ideologías. Y seguramente esta segunda es más importante que la primera, frente a la que las liturgias matrimoniales se convierten en folclore.
Con la fraternidad se completa la terna de metas que la revolución francesa propuso y que los políticos pretenden habernos obtenido, en contra de toda realidad. Si la igualdad lima las diferencias individuales que permite que las metas sociales cobren forma, la fraternidad se sitúa en lo social desde lo social. Está aquí borrando cualquier individualismo. El acento se sitúa en la cualidades sociales del altruismo, la solidaridad, la generosidad, la empatía. La palabra no solo olvida la sororidad (la hermandad entre mujeres) -siempre puesta en duda- sino que centrándose en la hermanidad se distrae de otras muchas relaciones sociales de cohesión, como todo tipo de parentescos, y las extraparentales de compañerismo, amistad, alianza, colaboración que fundan la cohesión por compartir ideales que tanto significaron en la situación de superar el parentesco por la afinidad electiva, como cohesionador social y sirvieron para dar el gran salto de la tribu a la ciudad. Ideales que hoy solo vemos políticos, pero que empezaron siendo la coincidencia en un proyecto de vida, una forma de entender las diferencias respecto a los parientes. Se dice que a los amigos se los escoge mientras que la familia viene impuesta. Estas afinidades electivas consagran la libertad de pertenecer a la sociedad. Se pertenece a la familia por obligación pero la red de relaciones extraparental (social) es voluntaria, aunque esa libertad primigenia sea celosamente ocultada por los dirigentes para fortalecer la unidad de la Nación prohibiendo cualquier autodeterminación, separatismo o nacionalismo interno. En aquel tiempo cada sociedad competía por atraer ciudadanos que acudían voluntariamente a pertenecer a la urbe que les proporcionaba más ventajas. Las murallas no solo impedían la entrada de extraños sino que también confinaban a los ciudadanos en la exaltación del peligro exterior.
Todavía hoy el proceso de deconstrucción del parentesco padre, madre respecto a hijos, hijas se centra en las afinidades entre amigos sobrevenidas cuando el salto generacional (las desavenencias entre generaciones) resultan irresolubles… o así lo parecen. Por otra parte, la no disolución del vínculo parental resulta francamente patológica, como tantas veces han señalado los relatos (incluido el sicoanalítico). En cualquier caso el establecimiento de un nuevo vínculo -mayormente constitutivo de una nueva familia-, requiere la previa disolución del anterior (madre/padre-hijo/hija) con el que es incompatible. Nunca se ha puesto suficiente atención en esta fundación de nuevas familias nucleares cuando la sociedad la celebra como la ceremonia central de su liturgia, quizás para ocultar o minimizar lo que de ruptura tiene, ensalzando la novación. Solo desde esta dialéctica destrucción/novación es posible entender la desmesura de la celebración matrimonial. Las resonancias del intercambio de mujeres entre tribus (grupos de parentesco) resuena aquí en la liturgia, cuando el padre entrega a su hija al novio al pie del altar, rodeados ambos de sus parientes netamente separados de los amigos que constituyen la nueva generación que rompe con la que les crió. La sociedad no solo soporta la tensión individuo/grupo sino también la que enfrenta a los familiares con los advenedizos. Parte de la xenofobia tiene aquí su origen. Se magnifican los vínculos de sangre estableciendo unas estructuras de parentesco francamente complicadas. En la educación de los hijos son los “amigotes” (las malas compañías) el principal elemento distorsoniador (visto desde las familias) y el principal elemento liberador (visto desde las afinidades electivas). De una o de otra manera la expansión de la humanidad se sustenta en la sustitución del vínculo familiar por vínculos de amistad, compañerismo (mutas de caza), colaboración mediante el fortalecimiento de la solidaridad, la generosidad, el altruismo, la empatía, la filantropía en una palabra por el parentesco de las ideas: la ideología, que permite tanto acometer empresas mucho más complejas (colaboración) como hacer crecer el grupo social hasta tamaños insospechados (cohabitación).
A este entramado de relaciones no parentales se le llama fraternidad. La tensión entre la confianza y la desconfianza hacia el desconocido, el diferente, el extraño es contradictoria y variada pero se puede resumir en la confianza. La confianza es la fe en que el prójimo es amigo (inofensivo) y cada uno es libre de otorgarla a quien desea así como de revocarla. El candor es su fuerza motriz. Como los erizos venenosos cuando hacen el amor las relaciones entre humanos no parientes se desarrollan intercambiando confianza… con muchísimo cuidado. La retroalimentación es la característica de este tipo de relaciones cibernéticas y puede ser de dos tipos autoregulativa como el timón automático de una nave que restituye los valores iniciales cuando se produce una desviación y amplificativa como cuando colocamos un altavoz delante del micrófono que lo alimenta. En cuestiones de confianza el desarrollo es amplificativo y se retroalimenta positivamente (en el sentido no moral de la palabra) hasta explotar. La confianza es un polvorín, una reacción en cadena, siempre en (des)equilibrio dinámico. Si esta relación es difícil entre individuos lo es más aún entre grupos, conduciendo hasta la guerra cuando se mezcla con la agresividad y el impulso de dominación (típicamente masculinos), además claro está, de la equivocada elección de dirigentes o el cálculo mercantil de intereses. De la misma familia de atrocidades es la antiinmigración que aúna la xenofobia con el movimientos de poblaciones que resuelve la tensión en el ostracismo.
Desde el principio de las ciudades (la cohesión por ideologías o intereses comunes) las ciudades atrajeron a sus ciudadanos mediante la garantía de seguridad (recordad que la afluencia era voluntaria) y el tráfico de esa seguridad se convirtió en el instrumento de la atracción. La creación artificial de un clima de inseguridad es el principal recurso de los dirigentes para aglutinar a sus nacionales. ¡Qué vienen los rusos! era el grito de guerra (literalmente) durante la guerra fría, sustituido hoy por ¡Qué vienen los terroristas! Como acuñó Bush en su infinita inteligencia se trata “del eje del mal”, en definitiva: la bicha, satanás, el sacamantecas, el ocaso de occidente. El holocausto nuclear, la guerra bacteriológica (de la que la pandemia es un ejemplo) son sus manifestaciones. ¡Que vienen los virus! se abre paso como eslogan de futuro. ¿Por que la imposición de la nacionalidad o la amenaza de la inseguridad, como recursos de cohesión cuando el bien común, el bienestar, la felicidad bastan para convencer a unos ciudadanos que tienen aversión a los problemas sociales? Deberíamos añadir la moral, la obligatoriedad de hacer el bien, es decir de ser ciudadanos sumisos, crédulos y pacíficos. La respuesta no es difícil: porque los políticos quieren todos los bienes para ellos y el bienestar implica repartirlos de forma igualitaria. Por lo tanto hay que conseguir su adhesión (y sus impuestos) a cambio de cualquier cosa menos de bienes. ¿Qué sentido tendría quitarles sus bienes mediante los impuestos para luego devolvérselos? Se trata de quitarles sus medios de bienestar a cambio de otros supuestos medios de bienestar (la seguridad, la satisfacción moral, el patriotismo) que no les cuesten dinero a los políticos. ¡Esa es la fraternidad que nos ofrecen los políticos! y nosotros… aguantando.
El desgarrado. Septiembre 2024.