» 06-09-2024 |
Hay una especie de orgasmos especiales pues añaden al placer de la liberación explosiva el riesgo. Bataille llamaba al orgasmo la pequeña muerte haciendo referencia a esa fase final en que la vida parece escaparse, se pierde el sentido y la vida se disuelve en una agonía de felicidad. La relación entre el orgasmo y la muerte es pues cierta. Algunas especies de animales -en que las hembras son de mayor tamaño que los machos- hacen un dos por uno y a la fecundación añaden que el macho sirva también como alimento de la hembra y por tanto de la progenie . De esta manera han ganado su mala fama la mantis religiosa (que a la lúbrica situación y el canibalismo, añade el éxtasis religioso, en un “no va más” -“rien va plus”, en el original- de los orgasmos de riesgo) que, por el contrario, debiera ser la santa patrona de los ogasmistas. Entre las arañas -esas magas de la estretegia que han inspirado desde a los gladiadores hasta a las mujeres fatales- lo de comerse al macho tras la cópula es también corriente. Pero si alguna especie ha asociado el placer y la muerte esa es la humana. Cuando alguien muere en plena faena nos suscita una sonrisa de complicidad: ¡Quién lo pillara!
Las situaciones básicas de relación entre los seres vivos son la lucha, la huida y el despiste (ni huyo, ni lucho, sino todo lo contrario.: me camuflo, hiberno) en los dos primeros caos se necesita una liberación explosiva de energía de lo que se encarga una hormona llamada adrenalina. Este mediador químico no está pensado para permanecer en la sangre -en donde puede producir daños- y se libera para ser consumido inmediatamente. En caso de no consumirse en la huida o en la lucha debe reorientarse su consumo descargando la energía mediante una patada en el primer perro, piedra o cualquier otra pe que encontremos a mano. Pero el pérfido humano descubrió que esa descarga -como descarga de energía explosiva que es- era placentera y se afanó en procurársela siempre que a mano venía. Gran parte de la estupidez humana viene de este mecanismo. Los deportistas de riesgo desde los carreristas a los alpinistas o funanbulistas, no hacen sus peligrosos ejercicios por dinero o por necedad (que también) sino por adicción. Necesitan la droga en la sangre reclamando la ración de violento ejercicio que producirá la neutralización de la adrenalina tras su peligrosa presencia en la sangre. Este juego de veneno y antídoto es el que produce que el miedo (un sentimiento en principio negativo) sea buscado en el ocio, la literatura y el cine, teniendo en la racionalidad de la ficción el antídoto. “Sentir” miedo en la seguridad de la butaca del cine o del salón de casa, sabiendo que es ficción, es un placer.
A la presencia de la adrenalina vagando por el torrente sanguíneo sin un mal ejercicio violento que la neutralice se le llama estrés y tiene consecuencias funestas en las arterias que también se encogen de miedo. Ello es debido a que la sociedad contraindica la violencia en una posición absoluta que se lleva mal con nuestra naturaleza biológica. El animal objeto de más violencia para la humanidad es el ordenador al que -previo habernos puesto de los nervios- solemos obsequiar con una ataque de ira como única manera de librarnos de la maldita adrenalina que vaga por nuestro organismo en peligrosa ociosidad. Los mas trogloditas descargan esa violencia sobre sus congéneres (hombres, mujeres y niños) a sabiendas que es delito y está mal visto, pero en un arranque difícil de dominar. Y con ello no lo justifico. Vivir en sociedad exige el control de la ira, de la agresión intraespecífica como primera norma de convivencia. No es el único caso en que nuestros condicionantes biológicos se oponen a nuestras necesidades sociales. Los jueces -sabedores de estas circunstancias- deberían condenar a estos agresores domésticos, de taberna o de estadio a unas cuantas horas de deportes de alto riesgo como atravesar la plaza del pueblo sobre la cuerda floja, entrar en su domicilio por la ventana de la fachada o hacerse el Everest sin oxígeno. En el caso de los jóvenes deberían encontrarse penas alternativas pues lo de arriesgarse -como si fueran inmortales- lo llevan de serie (y solo hay que ver youtube o “just for fun” para comprobarlo). Como todo el mundo sabe esta droga está relacionada con la testosterona, es decir: es más abundante en los hombres que en las mujeres. Por esos las asesinas prefieren el veneno que las armas para sus negocios.
Las mujeres prefieren a los hombres valientes. Es un rasgo ancestral pues el hombre aporta a la familia nuclear la defensa y el alimento y ambos en los orígenes necesitaban de la violencia, el arrojo y la agresión. Una vez madres, este rasgo cambia al mezclarse con el cuidado de la vida de los hijos, pero aún así produce una contradicción en el alma femenina que hace que exijan a los hijos un coraje que no contemplan para nada en las hijas, a las que ven más como cuidadoras del hogar y de los familiares. En esta especialización de género -básica en el instituto de la familia nuclear- se asienta el machismo en franca contradicción con la igualdad que conforma la sociedad… como la igualdad de esfuerzos en la colaboración por el bien común. La evolución es un relojero ciego (respecto al futuro) que resuelve los problemas inmediatos sin medir las consecuencias. Estas contradicciones justifican que además de con la serpiente dios haya puesto enemistad entre la mujer y la moto y en general, con todos los deportes y profesiones de riesgo. Especial mención merece el heroísmo. El héroe (lo pongo en masculino porque la heroína es otra cosa) arriesga su vida para salvar la de un congénere. Si el congénere no es pariente la cosa toma el valor de altruismo (de alter: otro) virtud social donde las haya y tan ajena al instinto (de supervivencia) como a la razón (que nos indica que la caridad bien entendida empieza por uno mismo). Es la prevalencia de la especie sobre el individuo que informa el instinto social, junto la solidaridad, la generosidad, la empatía. Sería mezquino mezclar el heroísmo con el placer (aunque la ufanidad lo propicie) pero quede por lo menos la idea de que el cuadro es mucho más complejo de lo que nuestras simplificaciones explicatorias pretenden.
La hipoxia (la asfixia) produce también un placer por envenenamiento de la sangre que algunos atrevidos utilizan como complemento de sus prácticas sexuales. Ni que decir tiene que es un experimento que solo puede ser realizado por profesionales, en circuito cerrado y de ninguna manera debe intentarse en casa. El placer de los ahorcados debería enseñarnos dos cosas: que la muerte es el límite del placer… tras ella se acabó la fiesta. Y por otra parte que el placer absoluto es necesariamente mortal: continuar viviendo tras haberlo probado solo puede entenderse como un castigo. Así que tomaos el placer como un medio de paliar los sinsabores de la vida pero no como un fin… porque sería un fin definitivo. Todo lo absoluto supone el fin de la esperanza, como tan bien nos lo explica la dictadura (el poder absoluto), la raza absoluta (el fascismo) o la verdad absoluta (el dogma). Probablemente también la democracia absoluta (el poder absoluto del pueblo). La vida es mestiza mezcla de contradicciones, revuelto de sentimientos, impura, irrazonable. ¡Y que dure!
El desgarrado. Septiembre 2024.