» 10-09-2024

Monólogos 22. Deporte.

El deporte es el nuevo opio del pueblo. Para Marx (Como  ustedes saben. ¿O, no?) era la religión. Con ello quería decir que la religión adormecía, desorientaba al pueblo de sus verdaderos problemas (la política y los políticos) para  evitar que ataran cabos y los pasaran a todos a cuchillo. Afirmó que la religión es una droga, lo que explica la popularidad que encontró entre los religiosos y entre los conservadores. Las técnicas del poder para dominar son desunir y desinformar. Si no tienes un diagnóstico certero de lo que ocurre, mal lo puedes atajar; pero sin unión, la fuerza es ridícula. Lo del opio tenía que ver con ambas cosas: primero despistar sobre el verdadero problema y después dividir y enfrentar a dos bandos de forma irreconciliable. Por eso lo del opio sigue funcionando bajo el epígrafe del deporte. No en vano se han desatado guerras del futbol. Pero hay más. El deporte es una forma de hacer la guerra sin derramar sangre. Los equipos (campeones) representan a sus naciones, compiten y quien gana es el mejor (la mejor raza, la inteligencia más preclara). Hoy el deporte -de forma directa- supone el 5% del PIB de occidente a lo que podemos añadir el comercio de equipaciones y de artilugios, los viajes, el turismo deportivo, arquitectura deportiva, la publicidad, la prensa deportiva (los primeros periódicos de España son del tema), etc. Nike está entre las cincuenta primeras empresas del mundo… pero hay muchas empresas más. Pero con ser esto importante no es lo único.

 

La consigna deportiva tradicional es “mens sana in córpore sano”. Si quieres pensar bien, cuida tu cuerpo. El “homo sapiens” descansa sobre el “homo atléticus”.  La intelectualidad -eso que nos distingue de la chusma animal- reposa sobre la maquinaria corporal. Y sin embargo no es así. El deporte es la sojugación del cuerpo por la mente. En cualquier deporte la técnica es la forma racional y eficiente de sacar el máximo partido (explotar) al cuerpo. Entrenar no solo es poner en forma los músculos mediante el ejercicio, sino también hacerlos rendir científicamente, educarlos, dirigirlos. El genio es imprescindible en el deportista de elite y el genio es cuestión mental, obligarlos. El deporte es la dominación del cuerpo por la mente. El deporte (por lo menos el de elite) es el triunfo de la mente sobre el cuerpo que queda como sustrato, como materialidad descerebrada de una espiritualidad superior. Pero el deporte conserva algo de esa materialidad animal: el coraje. El coraje es irracional. Significa trascender los límites que marca la ciencia en el rendimiento del cuerpo. Y aquí se produce la épica: lo sobrehumano, en esa acepción de humano que es lo contrario de racional: sobreanimal. España -a falta de esa cientificidad que mejora el rendimiento- echó mano de la furia española (el toro), ese “por cojones” que exportamos como marca y que no era otra cosa que irracionalidad, inconsciencia, acientificidad. De ese error de concepción viene la penuria de nuestros resultados deportivos, esas veinte raquíticas medallas que en USA se embolsan entre un nadador y un gimnasta de ambos géneros. 

 

Nuestro deporte es deporte de genio (genético) desarrollado en un país en el que las infraestructuras científicas deportivas están más interesadas en el rendimiento químico que en el físico, alejadas de lo científico y enraizadas en lo irracional. En un país sin golf, sin tenis, sin pistas de esquí aparecían flores aisladas que no hacían primavera, que no dependían de las federaciones (siempre interesadas en su propio interés) sino del genio innato y la oportunidad del recoge-pelotas. Los deportistas en España son para la política una foto en portada. La tradición de dirigentes corruptos -de la que el caso Rubiales solo es la última muestra- es impresionante. Las instituciones deportivas son un medio de política corporativa que permiten a siniestros personajes acceder al reconocimiento público y el famoseo, aparte de forrarse ilegalmente. Si Lennon dijo que los Beatles eran más conocidos que Cristo, Nuñez (el presidente del Barça) declaró que era más importante que el presidente del gobierno. Desde luego ganaba más, ¡eso seguro! Sabemos que los miembros del COI son “¡El congreso se divierte!”: putas y sobornos, y precisamente en un campo que es el inventor del Fair play. ¿Cómo se ha llegado a que los altos ideales del deporte acojan esta chusma?  Los deportistas de elite son mercenarios, (en el buen sentido de la palabra) hoy al servicio de los países productores de petróleo, que lavan su imagen de machistas irredentos con los altos ideales deportivos.

 

Todo viene de aquella confusión entre deporte amateur y profesional. En una sociedad capitalisma el amateurismo es imposible. Pero pudieron más las fantasías ideales que la realidad, la hipocresía que la honradez y se avaló un deporte al margen del dinero. Se hacían tantas trampas que hubo que unificarlos y no precisamente en el amateurismo, sino en la profesionalidad. ¿Que hay de malo que en una sociedad capitalista un deportista se gane la vida con su habilidad? Nada. A no ser que unos dirigentes políticos se empeñen en mantener la ficción de que la bondad natural (en este caso estúpida) existe. Hay que convencer al personal de que el mundo es un lugar mucho mejor de lo que realmente es… lindando con lo imposible. ¿Y eso, por qué? ¿Por que la bondad del mundo debería ser el cometido de los políticos? ¿Por que un pensamiento bondadoso generalizado les exonera de la sospecha? ¡Se lo que hicisteis la última legislatura! El deporte debe encontrar su puesto en una sociedad capitalista, como lo que es: una profesión como otra cualquiera sin especiales virtudes morales. ¡No son peseteros! Pertenecen a una sociedad capitalista y cumplen sus reglas.., probablemente con más honestidad a como las cumplen los políticos , empeñados en ese ideal deportivo que, hoy, no tiene sentido. ¡Desengañaos: los deportistas profesionales no sienten los colores (o por lo menos, no los tuyos)! Y eso no los convierte en malas personas. Como cualquier profesional, procuran el mejor pago para su trabajo, y punto. 

 

¿Deja eso con cara de tonto al hincha que vive los colores? No necesariamente. Ese hincha que sufre cuando “su” equipo sufre lo hace por poderosas razones. Su naturaleza social le hace ser colaborativo pero no por impulso (como posiblemente se puede predicar de las mujeres) sino por interés, por el resultado a conseguir. Quiere formar parte de una gran empresa, una empresa ganadora. Quiere la épica y la epopeya, la grandeza y la gloria. Sus fantasías de superhombre lo condicionan. Todo eso tiene más de naturaleza y de interés que de ideales y generosidad… aunque se sientan como tales. Por eso llora cuando pierde. Llora por el resultado no por los colores que siguen ahí y en ese momento más necesitados de apoyo que nunca. La forma más inmediata de integración de un inmigrante es hacerse hincha del equipo local. Todos los recelos (raza, religión, costumbres, gastronomía, vestido, etc.) desparecen ante un espíritu afín un alma gemela. Pertenecer al mismo proyecto es compartir un ideal común, y el idealismo es la forma de cohesionar la sociedad que sustituyó al parentesco tribal en el anonimato de la ciudad. Y ese impulso es el que manipula el poder en forma de patriotismo, de socialidad, de pertenencia. Todo tiene sus grandezas y sus miserias y todo tiene también sus depredadores, aquellos que utilizan esas grandezas y miserias en beneficio propio. Sentir los colores -por parte de un deportista profesional- no tiene por que ser un sentimiento irracional. Puede ser también un logro efectivo, medido en forma de títulos y pagado con (mucho) dinero real. Y no pasa nada.  La lealtad es una virtud personal que los políticos aprecian sobre todas las cosas. ¡Prietas las filas. El que se mueva no sale en la foto! Entre individuos egoístas la lealtad es el cemento de unión. Pero no es posible distinguir el sentimiento de la estrategia por sus resultados. El deportista está obligado a procurar los resultados pero no a tener sentimientos determinados, a cambiar sus lealtades dependiendo del equipo en el que se encuentra. No se puede exigir lealtad actual basada en la deslealtad a los orígenes.

 

Creo que el deporte presume de irracionalidad, probablemente tratando de deslindar  sentimientos de razones. Desde luego la estructura de cada deporte dentro del contexto olímpico es incomprensible. ¿Cómo es posible que un nadador o un gimnasta pueda ganar muchas más medallas que un atleta? Como es posible que el modo (crowl, braza, espalda…) sea determinante en unos casos y no en otros (saltos, carreras…). Por ejemplo podría haber carreras de sacos o a la pata coja. Estaría bien. Por qué los deportes entre mujeres y hombres son los mismos si hombres y mujeres son distintos. Los concursos de baile son mixtos… sin ir más lejos. ¿Es la expresión de la única igualdad que el machismo puede ofrecer al feminismo? ¿Qué hace que un deporte sea olímpico y otro no? Si es el número de practicantes la desigualdad está servida. ¿por qué el brake dance ha sido deporte olímpico y no lo es el ajedrez? ¿Que sentido tiene el bolley-playa o el baloncesto a dos, el futbito o el rugby a siete? Si la incidencia de los logros deportivos es directamente proporcional al poderío económico solo el espectáculo justifica que se siga produciendo el deporte… y entonces ya no es deporte. Las olimpiadas mezclan cada vez más deporte, cultura y espectáculo. ¿Es el deporte el espectáculo total? ¡Es evidente que el deporte hace pensar mucho!

 

El desgarrado. Septiembre 2024.




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