» 11-09-2024 |
El arte es espectáculo, el entretenimiento es espectáculo. Pero también es espectáculo la naturaleza (las cataratas, las auroras boreales…), el fuego, las tormentas, el mar. Todo lo que se sale de lo normal (habitual) -o capaz de entretener- es susceptible de considerase espectáculo. “Digno de ser visto” supone un consenso, un sentir generalizado de su extrañeza y grandeza. El barroco utilizó el termino “sublime” -si no lo inventó- para referirse a este tipo de manifestaciones: arte y naturaleza. Solo falta añadir el entretenimiento para completar el cuadro. El circo fue considerado (por sus promotores) “el mayor espectáculo del mundo… ” obviando “… del entretenimiento”. El cine se exhibía junto a espectáculos de variedades, como una más. No hay duda que es un espectáculo. El entretenimiento añade la novedad “lo nunca visto” lo que se sale de lo común porque no es conocido. Lo sublime, novedoso, digno de ser visto resumiría la exaltación del alma y la sorpresa de lo nuevo junto a la grandiosidad de lo magno. Lo “a-normal”.
Empecemos por lo novedoso. ¿Por qué nos atrae especialmente? Es un mecanismo biológico que hemos heredado de los animales. Un animal debe distinguir instantáneamente entre las percepciones de lo potencialmente peligroso de las que no lo son. Le va la vida en ello. Pero tampoco puede estar eternamente alerta, con los cinco (?) sentidos en guardia. Hasta las moscas saben que chingar es un deporte de riesgo. Pierdes la concentración y ¡Zas! Para evitar el agotamiento, con unas perspectivas razonables de seguridad, se produce lo que los biólogos llaman “acomodación” Los inputs neutros o pacíficos son obviados por la percepción mientras los potencialmente peligrosos son magnificados. No es difícil colegir que para acomodar un input, una percepción, hace falta que sea nueva. Es decir la novedad es especialmente significativa o capaz de atraer la atención. La novedad es una percepción privilegiada y una vez descartada como peligrosa produce un placer (la neutralización de la adrenalina que dispone al organismo a huir o luchar). La novedad excita y -en general- agrada (produce placer). No es raro escuchar que lo nuevo asusta (predispone a la acción) y ese susto, place. Todos hemos disfrutado del placer del miedo en la seguridad de que lo que lo produce es ficción.
Ahí está la raíz de lo sublime: lo que aterra y place a la vez. Las grandes manifestaciones de la naturaleza: tormentas, tornados, incendios, nieve, viento, el desplome de glaciares, cataratas, mareas, meteoros, auroras boreales, lluvia de estrellas, luna llena, etc. La sensación de miedo dentro de una razonable seguridad. El juego de la adrenalina en el torrente sanguíneo. El espectáculo de la naturaleza arranca de nuestro pasado animal. El placer estético (arte) y el entretenimiento (variedades) involucran también placer pero por otro mecanismo… que no excluye la novedad. El arte es el espectáculo de un mundo perfectamente ordenado, armónico… inofensivo, pacífico. El orden siempre ha significado paz. El arte se originó como forma de conocimiento y es eso lo que sigue produciendo en nosotros tras que el logos se apoderara en exclusiva del saber. Percepción del equilibrio, la armonía, el ritmo, el acento, la analogía, el relato bien construido, verosímil, intrigante. Todo ello nos sitúa en una posición de seguridad cognitiva, de paz que es bálsamo para un alma zarandeada por los azares existenciales. Por último el entretenimiento nos distrae, es decir nos aleja de las preocupaciones. Es este un mecanismo plenamente humano aunque se relaciona con el juego (del que también participa el mundo animal), que exige una situación de seguridad previa que garantice que la distracción no resultará peligros. Distraerse es evadirse de la procelosa realidad, de la tensión continua de vivir. Un placer, sin duda. En resumen: el espectáculo involucra siempre un placer: es una actividad placentera.
Dabord hizo del espectáculo una interpretación política de gran calado. Para él , el espectáculo es una ideología que fracasó. Si entendemos por ideología la continuación de la cohesión social por medios no parentales, es decir mediante la afinidad de gustos o el compartimento de ideas ¿que quiere decir su fracaso?: la disgregación, sin duda. la decohesión. Ese fracaso -que delata la incompetencia social humana- debe ser ocultado, reciclado, reorientado. Y se recicla en placer (que es el contenido esencial del espectáculo). No se aleja mucho de la situación del zorro ante las uvas inalcanzables: “¡Están verdes!”. No era una cosa seria, relativa al saber o la cognición, una apuesta social firme, sino simplemente el juego del placer, hedonismo, algo de segunda clase. ¡Una broma! el enmascaramiento de un intento fallido. Así caracterizó Dabord el mayo del 68: un espectáculo, el placer que se obtiene de la parodia, la caricatura, la ridiculización. O del placer detectivesco de encontrarle una razón, una explicación (en el que todavía estamos). Todo menos reconocer el fracaso (el enésimo) de un intento serio y coherente de cambiar la sociedad, de producir una nueva cohesión social. Cualquier interpretación del fenómeno del Mayo del 68, debe empezar por ahí, por reconocer que involucraba una ideología un intento de renovación social profunda y deslindarlo del espectáculo, del folclore, del placer de su fracaso. Tras de todo espectáculo debemos buscar la ideología subyacente que ha fracasado. El placer esconde siempre la trascendencia, la seriedad máxima del saber y de la eternidad. La figura del payaso triste perpetúa esa contradicción entre lo que el humano es y lo que aparenta: nos enseña la risa y el placer, y esconde el fracaso de un proyecto que necesita constantemente ser redimido por el placer.
Todas las ideología acaban en fracaso: el racionalismo, el cristianismo, el comunismo, la democracia, la ciencia (no confundir con la tecnología)… La propia ciencia se aplicó la receta y reconoció que solo es capaz de falsar teorías pero no de avalarlas. Reconoció que parte de hipótesis (inducciones) que desarrolla deductivamente y que comprueba (verifica) sobre el terreno. Cualquier teoría es provisional, falsa. Será irremisiblemente revocada. ¿Pero a donde conduce la recurrencia (sucesión) de teorías falsas. Pues a otra teoría falsa, pero tan afinada como se quiera, conduce a la quasi-verdad, conduce a la verdad práctica. A donde no conduce es a la verdad absoluta… porque no existe. Por eso todas las ideologías fracasan… porque el éxito es un absoluto que no existe como realidad pero sí como límite, como aspiración, como meta inalcanzable.
Todas las ideologías fracasan, todas menos una: el capitalismo (al menos: por ahora). Lo que nos hace sospechar que no es una ideología. Quizás un sistema de motivación pero, ¿para qué, para una ideología oculta o no aparente? El capitalismo no pretende la verdad absoluta. Se expone como la ideología dentro de la que cualquiera puede ser rico, presidente, héroe… lo que quiera. Pero ese “cualquiera” le delata. No se ofrece ninguna seguridad, solo la posibilidad. Es un sistema probabilístico, no un sistema absoluto. El comunismo prometió la igualdad, absolutamente. El capitalismo promete la desigualdad, que algunos triunfarán, pero no dice que todos lo harán. De hecho en su propuesta está tácito que no todos pueden triunfar, (¿Cómo sería posible?). El capitalismo es como la muerte: todos vamos a morir, pero ¿cuando?: sin determinar. El capitalismo nos promete la desigualdad: algunos triunfarán pero ¿Quienes? Es eso lo que no aclara. El capitalismo no es oponible al comunismo porque éste es absoluto y el primero es probabilístico, relativo. El capitalismo no ha triunfado sobre el comunismo (Fukuyama) porque no son términos contrarios, no se oponen.
Por eso el capitalismo ha abandonado la verdad (que esperamos absoluta) y se ha enzarzado en las patrañas más estrafalarias. El populismo consiste en decir a los electores lo que quieren oír. ¿Y qué quieren oír? Que España va bien pero que irá mejor cuando los tuyos accedan al poder. Porque los tuyos son honrados (de cintura para arriba) y honestos (de cintura para abajo) mientras “los otros” son el demonio, la bicha, la decadencia de occidente. El electorado no atiende a razones sino que se rige por emociones, y las emociones no son verdaderas o falsas: están o no están. El pueblo es mazdeísta: buenos y malos. Y no hacen falta pruebas porque: cien mil millones de moscas no pueden estar equivocadas: la mierda es buena para comer. Si la lejía mata los patógenos ¿Por qué no había de curar el Covid? ¿Son patógenos, no? Los catalanes quieren esclavizar a los madrileños como mano de obra barata. Los desalmados emigrantes se comen las mascotas. ¡Las inocentes mascotas! Las vacunas son placebos, etc. Todo vale, por que nada se tiene que demostrar. ¡Barra libre! El racionalismo político se ha terminado. Triunfan las premisas del fascismo: diagnóstico sesgado, patriotismo excluyente, violencia es orden, practicidad: el fin justifica los medios, coraje irracional (Habermas). Se trata de recuperar la mente del cavernícola, el grado cero de la inteligencia. Es ahí donde se encuentra el alma del elector: ojo por ojo, justicia/venganza, la razón de la emoción, la letra con sangre entra, vida a los nuestros/muerte a los otros, el orden natural (divino) de dominación, sentido común, etc. Reflexionar es hacer dos flexiones para preparar el cuerpo para la lucha. 26 siglos después la razón a muerto, ha perdido la batalla. Volvamos a la sinrazón original, arcaica. Volvamos al espectáculo de la antigua farsa. ¡Animalitos!
El desgarrado. Septiembre 2024.