» 20-08-2024

Monólogos 4. El candor y la presunción de veracidad.

Espero en un semáforo a que se ponga verde para pasar. Conmigo, un montón de personas esperan lo mismo. Y pienso: cualquiera de esas personas podrían empujarme y cualquiera de los coches que pasa me arrollaría. ¿por qué me fío de las personas que me rodean? ¿por qué estoy seguro de que no me empujarán? Otro tanto podría decir de la situación de esperar el metro o asomarme a un  acantilado. Por una parte no me fío de nadie y pienso que todos me quieren engañar, y por otra parte confío tan plenamente en ellos como para poner mi vida en sus manos. El engaño es una cuestión intelectual movida por intereses;  el respeto a la vida es un sentimiento. Es evidente que no me fío de la mente de los otros pero si me fío de su corazón. ¿De dónde sale esa fe? Es el candor el que nos hace pensar que, en ausencia de una motivación específica (solo desvelable racionalmente), el resto del mundo no nos engaña, ni nos ataca. 

 

Nos creemos todo lo que nos dicen, siempre y cuando no sospechemos un motivo interesado. Y por otra parte, el mismo candor, nos hace pensar que esos motivos interesados no existen. Es una pescadilla que se muerde la cola: Nuestra fe en la humanidad es ilimitado. O por lo menos circular. Nos creemos los relatos que nos cuentan nuestros semejantes siempre que estén bien construidos y nos interesen (en otro caso no esperamos al final). En especial (y en un acto de insensatez supremo) damos presunción de veracidad a la autoridad. Contra más importante es una persona, una empresa o una institución, mayor es nuestra fe en lo que nos relatan. Nos creemos lo que dice la televisión, lo que prometen los políticos, lo que dicen los científicos, y hasta lo que cuentan los curas, chamanes y adivinos. Pero también nos creemos lo que hacen. Damos por supuesto que sus acciones siempre son rectas y honestas. Nos cuesta convencernos de qué algunos de nuestros conciudadanos son tan mangantes como nos cuentan.

 

Probablemente no hubo otra manera de construir la sociedad. Cuando se tuvo que superar el tamaño del grupo familiar, ligado por relaciones de parentesco consanguíneas, se necesitó un vínculo lo suficientemente fuerte como para soslayar la natural desconfianza de un animal hacia otro. Ese vínculo es el candor, modelo para el amor y base de la sociedad. El candor no es inamovible: cuando una persona (empresa o institución) nos falla, inmediatamente lo ponemos en la lista negra: Esa persona no es de confianza. Es decir aprendemos la desconfianza de la experiencia mientras que el candor nos viene de serie. De alguna manera la amistad (relación de animales no con sanguíneos) es la presencia de ese sentimiento. Para el establecimiento de un vínculo superior, como es el amor, hace falta un cóctel de hormonas más poderoso. Claro que en el amor la implicación es mucho más alta, pues se trata de fundar, sostener y proteger una relación familiar de vital importancia para los hijos, con lo que ello quiere decir de supervivencia para la especie. El cóctel de hormonas es tan poderoso que nubla nuestra mente hasta el punto que, con el paso del tiempo, no daremos crédito a nuestra torpeza perceptiva y electiva. De una o de otra manera el amor y el candor  cimientan un vínculo de vital importancia para nuestra especie. 

 

Tanto el amor como el candor son antimetafísicos. Es imposible comprenderlos desde los presupuestos de la metafísica, entendida esta última, como el sistema de pensamiento racional occidental. No hay nada razonable en el candor. El más mínimo sentido de la integridad indica que no hay que fiarse de los demás, si su relación no viene avalada por el parentesco o el contacto prolongado y  contrastado. Así lo hacen los animales y así deberíamos hacerlo nosotros… pero no es así. Nuestra fe en los demás es ilimitada. "Todo el mundo es bueno” podría ser, perfectamente, el eslogan de nuestra especie. Cuando detienen a los integrantes de un grupo terrorista, los vecinos interrogados siempre afirman que parecían buenas personas y educadas ¡Quién lo iba a decir! Teniendo en cuenta que no se había establecido ninguna relación con ellos, esa afirmación indica que, en ausencia de medios de juicio damos por sentado que los demás son buenos y que sus intenciones no son lesivas. Cuando se descubre de alguien que es un estafador nos sorprendemos que una persona tan educada y amable, tan simpática, fuera un delincuente, cuando la simpatía y la amabilidad deben formar parte del equipo básico de un estafador que se precie. Asociamos delincuencia con asocialidad, atrocidad, energumenismo y vandalismo. Lo malo debe ser malo hasta en su apariencia. Dicho de otra manera: lo que parece bueno es bueno. Pero la cosa alcanza más allá de la apariencia: tenemos un impulso natural a considerar a todos nuestros congéneres -a falta de datos en contrario -como personas probas y honestas.

 

Ni que decir tiene qué buena parte de la humanidad está dispuesta a aprovecharse de ese insólito rasgo. Timadores, estafadores, comerciantes, chamanes, industriales y políticos compiten en defraudar nuestra buena fe y sacar partido de ella. De los timadores y estafadores poco hay que añadir, son delincuentes y como tales se comportan. Para los comerciantes, el abuso de nuestra buena fe consiste en vendernos artículos que no corresponden a las especificaciones anunciadas o esperadas. De particular interés son los bazares chinos en los que se venden exclusivamente artículos retirados del comercio corriente por su inutilidad, disfuncionalidad u obsolescencia. Y de ahí viene la frase de engañar como un chino. Me dan mucha pena todos esos objetos fallidos de la industria occidental, esperando una segunda oportunidad. Con la competencia que les ha salido últimamente con Ikea y Amazon me temo que tendrán que cerrar pronto, aunque podrían convertirse en museos de la inhabilidad. La industria de la adivinación: horóscopos, tarot, lectura de manos, adivinación del porvenir por diversos medios, etc. es otra de las ramas importantes de este negocio de abuso de la buena fe. Como las cucarachas, se esconden de la luz del día en los televisores en los que se les puede encontrar a altas horas de la madrugada. 

 

Pero los reyes (incluido el rey) del abuso de la buena fe son los políticos. Un político es alguien que disfraza la persecución de fines privados mediante la apariencia de que lo que persigue es el bien público. A partir de aquí ¿Qué podría salir mal? Su táctica es sencilla: Promete todo lo que se puede prometer: infraestructuras, derechos, servicios, prestaciones sociales, empleo, seguridad, bienestar, y no cumple absolutamente nada. ¿A qué dedica su tiempo libre, pensaréis? A enriquecerse. Por las buenas (sueldos, comisiones de servicio, coches oficiales, dietas, economato, prestaciones sociales abusivas, prebendas, puertas giratorias, abuso de información privilegiada, puestos en consejos de administración, tráfico de influencias, etc.), o por las malas (corruptelas, corrupción, pitufeos, robo, y todas las variedades de estafas y timos comunes en los delincuentes habituales). Ellos no lo considera un robo. Les parece que su profesión (porque es una profesión y no una vocación) sobrepasa largamente lo que en cualquier profesión es exigible, dada su extrema dedicación, sacrificio y esfuerzo. ¡Trabajan hasta los domingos! En su benevolencia prefieren no informar de los ingresos obtenidos de esta forma, para no sobresaltar al pobre ciudadano que ya bastante tiene. Lejos de ser un trapacería la opacidad es una obra de caridad. No otra es la razón de su corrupción. La corrupción no solo es económica. Corrompe también las instituciones, las leyes, la Constitución y hasta las costumbres. En su labor de ingeniería de la deconstrucción ha conseguido que la desafección de la ciudadanía -consecuencia de sus tropelías- se efectúe por secciones ideológicas: cada simpatizante de cada partido está convencido que los corruptos son los otros y que los políticos de su partido son ejemplares. Entre sus últimas hazañas -en la llamada ley mordaza- han conseguido ampliar la presunción de veracidad a las actuaciones policiales, que así pueden actuar con la impunidad que un país democrático necesita. Y si no miren a los USAnos.

 

El desgarrado. Agosto 2024




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