» 21-08-2024

Monólogos 5. Feminismo, contramachismo y viceversa.

Los hombres se sienten amenazados. ¿Por los extraterrestres, por  los virus, por la guerra?, pensaréis. No, por algo mucho más mortífero: ¡por las mujeres! Pero ¿de que hombres hablamos? ¿De los que han sojuzgado, oprimido, dominado y despreciado a la mujer durante milenios? Precisamente de ellos. ¡Aaaah! Pues si que han cambiado las cosas. Los privilegios que los hombres han obtenido en el pasado están en peligro y considerándolos una propiedad indiscutible, los hombres se sobresaltan ante la posibilidad de perderlos. La cuestión es ¿son esos privilegios legítimos o son una consecuencia de la evolución de nuestra sociedad (y quizás de nuestra especie)? Analicémoslo. Empecemos por decir que el mecanismo que la evolución “diseñó” ( es una forma de hablar: la evolución no diseña sino que selecciona las estrategias ganadoras) para la supervivencia de nuestra especie es la familia nuclear. La familia nuclear es una simbiosis, una asociación en plan de igualdad entre dos seres humanos con características distintas y complementarias. Dentro de este destino hay que distinguir las cualidades que distinguen al hombre de la mujer. 

 

El hombre es agresivo, competitivo, analítico, individualista, reformador. Agresivo porque la evolución lo destinó a la defensa y la alimentación de la familia; competitivo porque ese cometido lo debe hacer en competición con los otros machos, analítico porque su manera de resolver los problemas es troceándolos, descomponiéndolos en partes (divide), individualista por qué no piensa como familia (como grupo) sino como individuo y reformista porque sí, porque adora lo nuevo. Para resumirlo al hombre le sobra la mujer para constituir una familia y a la mujer le falta el hombre para el mismo cometido. Porque la mujer no es agresiva (no resuelve los conflictos a trompadas); no es competitiva (prefiere la colaboración a la confrontación para enfrentarse a la resolución de los problemas); es sintética: construye situaciones (sumar) en vez de descomponerlas en partes (dividir), no es individualista sino altamente social-colaborativa y es conservadora-activa.  

 

El niño despanzurra un juguete para saber cómo funciona (suma al análisis, la agresión), lo descompone en partes para simplificar el problema, da por supuesto que la explicación está en el interior. La niña construye situaciones con sus muñecas, juegos de rol que imitan una sociedad compleja (suma a la síntesis la colaboración pacífica). Es como si para el niño la vida empezará en el juguete y  siguieran en las partes que lo componen (hacia adentro), y  para la niña empezara en el juguete y siguiera abriéndose al mundo que lo rodea (hacia afuera). La complementariedad es notoria. Evidentemente estos papeles, masculino y femenino, no son absolutos. Nuestra especie se caracteriza por la reflexión que le permite escoger entre distintas opciones para tomar una decisión frente al inflexible instinto animal. Esa facultad de decidir le permite que su destino no esté inexorablemente marcado, y que como individuo, pueda decidir su destino. Pero esta decisión tampoco es absoluta, puesto que existen todo toda una serie de condicionantes y de tendencias que enfocan a cada individuo a preferir determinadas decisiones. La especie humana es una especie que no debe decidir exclusivamente por necesidades sino que puede hacerlo por preferencias. La esencia de la racionalidad (posibilidad de decidir de acuerdo a la razón) es la irracionalidad (la posibilidad de decidir en contra de la razón). ¡Están locos estos humanos!

 

Todas estas diferencias podrían haberse trampeado sin dificultad (como hacen otras especies cercanas) si no fuera porque la familia unía insoslayablemente a hombre y mujer en una empresa y un objetivo común: la viabilidad de la sociedad y la conservación de la especie. Platón intuyó que la sociedad humana debía entenderse desde la familia (con la inefable metáfora de la media naranja), (el punto de vista femenino) y no desde sus componentes (el punto de vista masculino), pero no pasó de ahí, obnubilado como estaba por el logos (la razón) que se planteaba como masculino. A partir de estas premisas es fácil predecir como evolucionó la cosa. Partimos de una situación en la que el saber (observación de la naturaleza, colaboración, recolección, ausencia de distracciones en la agresión y la competencia…) era patrimonio de las mujeres. Lo que se llamó el matriarcado primigenio,,, en todo parecido al de los bonobos (chimpancés pigmeos), nuestra especie más próxima. El primer lugar el cerebro analítico del hombre desarrolló el pensamiento especulativo que la mujer consintió, pero del que no participó por ser ajeno a sus intereses. El hombre se sintió superior en su razón recién estrenada. Dicho pensamiento le llevó a un control inusitado del medio, mediante la tecnología. Dada su agresividad y competitividad dio un golpe de mano y se hizo con el poder. Pero no le bastó con ello y decidió borrar a la mujer (aprovechamiento del éxito), para que nunca pudiera retomar el poder que tanto tiempo detentó. 

 

Para ello expulso a la mujer del género estableciendo la familia de género único. Con sus herramientas especulativas (el logos) urdió una explicación en la que la mujer resultaba expulsada del saber, del género y de la transmisión del conocimiento (el maestrazgo). El peso teórico de la familia fue totalmente asumido por el hombre desde la generación de la nueva vida (preformada en los espermatozoides en forma de humúnculos), pasando por la maternidad (que el hombre simulaba en la couvade) y convertía en una función subalterna e instrumental, continuando con la exclusión del saber (la mujer era un ser irrazonable y sin alma) hasta la situación de aprendiz eterno del maestro omnipotente e indiscutido. Esa explicación del género único -el psicoanálisis la llamó falo- fue razonada por el logos como la premisa universal del pene, es decir, que en el género único todo el mundo tenía un pene, pero que en el caso de las mujeres se había perdido. Incluso había dejado la cicatriz en el lugar donde estuvo. La mujer pasaba así a ser un hombre capado, disminuido, incompleto y el género masculino el único género. 

 

Esta transición se había efectuado ya en el siglo quinto A. C. (pudo durar eones) en que el logos se formaliza con la aparición de la filosofía. De hecho la entronización de logos es el punto final del desalojo de la mujer del saber y del género. El apoderamiento de la función pedagógica (el maestrazgo) es la cláusula de cierre para que esta revolución fuera irreversible. Pero el hombre descuidó el pacto tácito establecido con la mujer por el que se ocupaba de la protección y el suministro de alimentos a la familia. La mujer empieza a trabajar fuera de casa (además de continuar con el trabajo específico que le correspondió en el pacto dentro de casa) y accede al mundo laboral externo, conoce un mundo que le estaba vedado y espabila, Y el pacto incumplido por el hombre empieza a impugnarse en el siglo XIX con lo que se llamó la revolución feminista. Dicha revolución, no es ni la guerra de los sexos ni la reivindicación de la igualdad de derechos (aunque así fue entendida por muchos) sino que lo que significó es la recuperación del género femenino desaparecido en el género único. Podríamos decir que es la etapa previa al inicio de cualquier lucha: la identificación (existencia) de los bandos, en este caso del bando femenino ancestralmente borrado. 

 

Así debe entenderse el machismo. No un recorte de derechos, no una dominación o una sojuzgación, sino el borrado, la supresión lógica (efectuada por la razón) de la existencia misma del género femenino, el pensamiento único. La primera dictadura no fue una dictadura política fue la dictadura del género único. Porque todas las características que diferencian (y que se han citado) hombres y mujeres (ausencia de agresividad, competitividad, pensamiento analítico, individualidad y reformismo) dificultan la conciencia de un género femenino individualizado y unido. De entrada la mujer tiene que pensar la desigualdad desde un pensamiento desarrollado por el hombre (el logos) y pasar a la acción en una lucha que es también un concepto desarrollado por el hombre (la agresión + la competencia). Pero el gran problema de la lucha femenina es la unidad en la conciencia de una identidad de género, al que no acceden muchísimas mujeres inmersas en el pensamiento masculino. Y ese es un problema estructural. 

 

Para el hombre las cosas están bien como están. Vive una situación de privilegios absolutamente consolidados en una sociedad que se asienta sobre la exclusión de la mujer y sobre la preponderancia del hombre. Pero una parte de las mujeres es consciente de qué la desigualdad es patente e injusta y que la mujer debe recuperar el puesto que tuvo y que le corresponde en la sociedad. La mujer no tiene un pensamiento propio (desarrollado según los parámetros del hombre: la metafísica) ni una conciencia generalizada del propio género. Y eso no la convierte en inferior sino en distinta. Muchas mujeres militan en la ideología del machismo y por eso la construcción (la reconstrucción) de la identidad de género es previa y vital a toda lucha. Sin la unidad, los dos bandos inicialmente similares en número (los dos géneros originales) se desnivelan en favor del machismo que aunque pierde los hombres que apoyan el feminismo (tibiamente) gana todas las mujeres que apoyan el machismo. También en esto están locos los humanos. 

 

Según una reciente encuesta el 50 % de los hombres Y el 30 % de las mujeres creen que se ha llegado demasiado lejos con las reivindicaciones feministas y que los hombres se sienten discriminados. El 40% de la población está en contra del feminismo. Le está bien como están las cosas. Si bien el pensamiento femenino es una necesidad, no lo es en el sentido de oponerse al pensamiento masculino, en una lucha innecesaria. Hombres y mujeres deben colaborar para construir un pensamiento único que acoja en su interior ambos géneros en su plenitud. Tratar el feminismo como una lucha, no solo es seguir los parámetros del pensamiento masculino sino aplicar la sempiternas ley del péndulo que hace que la posición de equilibrio sea un límite lejano, al desplazar la situación a la contraria de la original. 

 

La igualdad que propone el hombre es que la mujer sea igual… al modelo masculino (en el fondo el género único). No propone la igualdad recíproca sino la igualdad desplazada hacia lo masculino. Se permite a la mujer qué pueda ser tan agresiva, tan competitiva, tan individualista, tan analítica y tan reformista  como el hombre, además de adoradora del logos. Para nada se contempla que el hombre debe ser igual a las características femeninas: pacífica, colaborativa, social, holística y conservadora. El pensamiento racional excluye de su seno los sentimientos y las emociones, la solidaridad el altruismo, la generosidad, la empatía, y los cuidados (la conservación y el respeto activo por lo existente). Y son precisamente estas premisas las que deben constituir (y de hecho constituyen, aunque sin sistematizar) el pensamiento femenino. La mujer no quiere la discriminación del hombre, pero tampoco una igualdad que es una trampa porque es una asimilación, una absorción. La mujer no quiere la confrontación, pero en ausencia de la colaboración del hombre irá a la lucha como única solución del conflicto. La mujer no quiere la imposición de un pensamiento femenino enfrentado a la metafísica masculina machista y sin sentimientos. Quiere un marco común de convivencia en el que sea tratada como lo que es: un ser humano. ¿es mucho pedir?

 

El desgarrado. Agosto 2024.




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