» 22-08-2019

Reflexiones tipográficas 191. Concursos culturales. Saber y ganar.

Concurso decano de TV2, con 22 años en su haber, podría pasar por ello por modélico y sin embargo dista mucho ed serlo. Aunque en las preguntas se mezclan conocimientos de diversos aspectos de la cultura y de conocimientos misceláneos que incluyen desde los deportes a la propia historia de la TVE, del arte alto y del arte popular, e incluso hasta hace poco una prueba de cálculo numérico, lo cierto es que se pliega a las necesidades del espectáculo de cualquier programa, presentando un déficit democrático brutal que hace que el reparto de preguntas a los consursantes sea absolutamente opaco. Es eso patrimonio de todos los programas de preguntas lo que permite a los regidores que los concursantes más resultones puedan disfrutar de las preguntas más fáciles. No es siempre así (a veces las preguntas son elegidas por los concursantes) pero sí lo es en otros casos (por ejemplo en los desempates).

 

Esta es la primera pega de estos concursos: la espectacularización de todo programa de televisión exige que los concursantes sean los televisivamente mejores posibles (los que más juego dan) y eso requiere, a su vez, que la dirección del concurso intervenga para que los más televisivos, pervivan. No en vano se pide una fotografía de los concursantes, con la que ya se efectúa una criba previa en esa dirección. Hay concursos (“La voz”) en que los jueces no pueden ver el aspecto de los concursantes en una pretendida medida de que solo la voz intervenga en la decisión. Pero la admisión en el concurso ya ha efectuado una selección previa de modo que, hasta cierto punto, los resultados están ya garantizados. Los concursos están sesgados de origen, al servicio de las necesidades del espectáculo.

 

La segunda pega es que estos son concursos para memoriones. Ni siquiera para memoriones cultos, sino memoriones de cualquier tipo de informaciones lo que si redunda en que la variedad de conocimientos parece excluir a los más cultos -centrados exclusivamente en saberes “altos”-, la realidad es que es ponérselo en bandeja a los que ni siquiera tienen una cultura alta sino una memoria privilegiada. No es la memoria sinónimo de cultura y favorecerla no es tampoco sinónimo de excelencia. En un gesto de abrir ese espectro exclusivamente memorístico a la habilidad de cálculo mental, este concurso disponía de una sección en la que se debía mostrar habilidad en eso precisamente: el cálculo mental. Pues bien, se ha suprimido dado que los memoriones solían hacer un ridículo espantoso en esta prueba, lo que a la dirección le debió parecer que era disminuir el perfil de “magníficos” que se trataba de vender. En otro aspecto de cosas las pruebas de retentiva visual (mezcladas con conocimientos memorísticos) dan tantísimo tiempo para memorizar las figuras que pasan a ser pruebas de memoria.

 

La tercera pega que presentan estos concursos, y éste que comentamos en especial, es que son endogámicos: se nutren de sus propios ganadores. Cada dos por tres se vuelve a invitar a los ganadores (que evidentemente lucen más que los nuevos) a mayor gloria del propio concurso. Afortunadamente, en este caso, se ha puesto un tope de participaciones que consiste en alcanzar los 100.000 € de ganancias totales, punto en el que son mandados a casa definitivamente. Lo que probablemente se impugnará cuando se decida hacer una final de supermagníficos. Pero se da además otra endogamia pluriconcursal: los participantes en estos concursos son auténticos profesionales del concurseo por lo que es corriente ver a los mismos concursantes desfilando por todos los concursos que se emiten en todas las cadenas. Evidentemente es una consecuencia de que sean concursos de memoriones lo que les permite participar en cualquiera de ellos con los mismos recursos: su memoria. No se trata de que cualquiera pueda llegar a ser millonario participando en un concurso sino que si posees una memoria prodigiosa puedes ser millonario en cualquier concurso de la tele. Es lo que se llama ergodia: es lo mismo que todos puedan ganar en un concurso a que uno pueda ganar en todos los concursos. La dirección nos propone lo primero cuando en realidad es lo segundo.

 

Y la cuarta pega es el postureo de que los espectadores pueden competir con los concursantes y ganar jugosos premios. Así se hace en el concurso de marras pero con la peculiaridad de que se concursa por SMS y cuesta una pasta. La pregunta es tan elemental que de ninguna manera se puede considerar perteneciente a la cultura, y por si fuera poco se ha respondido durante el programa. De hecho es tan elemental que ha producido un concurso apócrifo paralelo: adivinar cual será la pregunta de entre las realizadas que se destinará a la financiación (ilegal) del concurso. Evidentemente este concurso es absolutamente opaco y no sabemos ni cuanto dinero se recauda ni como se decide el ganador entre todos los acertantes (que son todos, claro).

 

En resumidas cuentas: un ejemplo flagrante de falta de democracia, de manipulación, de mangoneo, vestido de cultura y de glamour. Ni saber, ni ganar. Ni es un concurso (puesto que muchas preguntas no se sortean), ni es  cultural/intelectual (es memorístico), ni ganará el mejor (sino el más televisivo), ni la cultura/inteligencia garantiza ganar (porque es un concurso para profesionales), ni sabemos como se decide el sorteo entre los espectadores (porque no se explicita). Un fenómeno más de espectacularización de la televisión en la que el espectáculo prima sobre el tema. Y yo me pregunto: ¿semejante falta de democracia no será un anticipo, un ponernos la horma, para que luego podamos aceptar indoloramente la descomunal falta de democracia en la que se incurre en la política? Quizás el concurso es más cultural de lo que parece: en él aprendemos a comulgar con ruedas de molino en todo lo que se refiere a la democracia. ¿Ingenioso, no?

 

El desgarrado. Agosto 2019.




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