» 04-10-2019

Reflexiones tipográficas 196. Ardieron Iglesias.

Sí, ardieron iglesias, pero también fueron apioladas almas de dios que nada tenían que ver con la revuelta. La guerra son dos cosas: la impotencia de los políticos y la desmesura de las masas. Pero en un estado de derecho (y todos los estados lo son) hace falta lo primero para que ocurra lo segundo. No podemos decir, después de incendiar una casa, que la culpa es de las llamas descontroladas y ansiosas. Las causas son jerárquicas y quien desató la cruzada de liberación de España de las hordas comunistas, fue Franco. Tan iluminado como ustedes quieran, pero fue él. Ninguna circunstancia contextual (el desgobierno, la izquierda anticlerical) puede desencadenar lo que solo se desencadena con actos directos de iniciación. En su pobreza intelectual y estratégica, nos sumió en un largo invierno polar que todavía sufrimos, alejados de Europa y del progreso. España fue militar -en el peor sentido de la palabra- durante cuarenta años.

 

Los militares son afectos a la escala jerárquica (es más listo el que mejor cargo tiene) y a la causalidad simple (si no llueve lo mejor es rogar a la virgen de las nieves). La modernidad es otra cosa y Franco nos sumió (de nuevo) en la edad media. Porque además era creyente en un mundo en el que las creencias decaían de forma fulminante. España se convirtió en la reserva espiritual de Occidente y al decir espiritual hablaban del almario y no de genio. La Iglesia se plegó encantada y lo puso bajo palio. Se alineó, en el caso de que no lo estuviera ya, con el bando golpista, pasando a ser una de las facciones en lucha. Que aquello tuviera secuelas (y precuelas) no es tan de extrañar.

 

Del pobremente amueblado cerebro militar solo podía salir lo que salió: Una estructura del estado ancestral: provincia, municipio, familia. La democracia orgánica (es decir la dictadura), los sindicatos verticales, el partido único, la corrupción institucional (a todos los niveles: política, económica), la desinformación, la innecesariedad de las elecciones, el cuñadismo, los tribunales de orden público, la pena de muerte, el terror, la inseguridad, la ausencia de impuestos, la educación del espíritu nacional, el contrafeminismo, la consideración de los gays como maleantes, un desprecio absoluto por la ecología, la dependencia brutal del petróleo ajeno, etc. Pero hay más. Nos legó un sistema autoritario de relación que todavía nos azota, la culpa como método de socialidad, la sospecha como conocimiento, la suspicacia como prevención. En un régimen de terror todas las precauciones son pocas.

 

Pero lo que no se le puede negar es creó escuela. Sus acólitos siguen pululando por ahí, nostálgicos de autoritarismo e impulsando represión (el 155 sin ir más lejos), pero sobre todo impartiendo doctrina y sojuzgando al progresista, al nacionalisya y al marxista. Y bien colocados: la presidencia de la comunidad de Madrid, por ejemplo. Y son esos acólitos los que de vez en cuando, pero inexorablemente, recuerdan las barbaries del pasado como quemar iglesias, secuela inevitable de la cruzada nacional por la liberación del espíritu religioso y el orden militar. Barbaridades las cometieron los dos bandos y en ambos casos aprovechándose de una situación de descontrol (eso es la guerra) que se originó en el salvador de la patria, el caudillo de España, por la gracia de dios.

 

Las barbaridades de su bando las entierran en las cunetas con la ley de la memoria histórica y las del los rojos las recuerdan continuamente para que nunca salgan de la memoria colectiva. A eso le llaman reconciliación. Y aunque la muerte nunca está justificada (ni la Pr.Pr.R. tampoco) no podemos olvidar que la iglesia a la que le quemaban sus centros de prédica y reunión eran los curas pederastas y puteros, los alineados con el fascismo, los amigos de los ricos y enemigos de los pobres, los que se visten de príncipes con el voto de pobreza y ponen en sus mesas comidas reales, los que ampararon cementerios de niños en jardines conventuales, los que en una palabra, trabajaron al lado de la dictadura contra el pueblo. Hipócritas, taimados y mentirosos, todas esas cualidades les unían a los militares golpistas hasta conformar el nacional catolicismo.

 

Y ahora están tremendamente cabreados porque su líder espiritual y material es desalojado (¡Con el apoyo del Supremo!) del monumento que construyó a su propia memoria. Y doblemente cabreados, por el hecho, y por no poder expresarlo abiertamente por aquello de parecer demócratas. Y ese cabreo les reconcome y explotan sacando toda la bilis, en sede parlamentaria, evocando los crímenes rojos. También están cabreados porque España, su España, a virado a la izquierda y aunque los partidos rojos son unos inútiles (ideológicos, dicen ellos) a la hora de ponerse de acuerdo, la realidad es la realidad y es que hay más votos rojos que azules (que, por cierto el color tradicional de los monárquicos era el verde: Viva El Rey De España). No poder mangonear a modo su coto privado siempre les cabrea sobremanera. En fin. La campaña ha empezado y ha empezado como se esperaba: bronca, sesgada, sucia y traidora. No hay mal que por bien no venga. Esperemos que al sacar su verdadero rostro la derecha nos haga olvidar el rostro dividido de la izquierda, porque, la verdad, los dos son para olvidar. ¡Siempre nos quedará el angelical rostro de Errejón!

 

El desgarrado. Octubre 2019.




Published comments

    Add your comment


    I accept the terms and conditions of this web site