» 07-01-2020

Reflexiones tipográficas 209. De la provocación, la capacidad de dar lecciones y otras mandangas.

De un tiempo a esta parte oímos en el Congreso unos mantras que se dicen como si fueran dogmas de fe. No me referiré a la cantinela de la derecha extendida de que la izquierda no sabe gobernar, que hunde siempre la economía (como si el concierto internacional no se bastara y se sobrara), que sube los impuestos o que nos llevará a la ruina de mano de separatistas y terroristas. No. Me voy a referir a mantras más sencillos como la provocación y ese improperio de soberbia de ¡Usted no puede dar lecciones! que tan a menudo se repite.

 

La provocación ni es un delito ni tan siquiera causa de lo que después venga. Antes de que las mujeres se cuadraran, incluso en las sentencias de sus señorías los jueces, no era raro leer que “la violada provocaba con una minifalda extremada”. No existen mujeres provocadores sino hombres incontinentes que no son capaces de vivir en sociedad. La provocación puede ser tan indecorosa (y hablo de decoración y no de decoro) como se quiera (es cuestión de apreciaciones morales) pero en ningún caso es delito, ni causa necesaria de otros comportamientos. La libertad de expresión no solo ampara la palabra, la opinión, la broma cruel o incluso la crítica acerada con el único límite de la difamación o la calumnia (es decir la mentira dañina), sino que también ampara la manifestación del propio cuerpo con el único límite de las leyes de la moral pública. Pero leyes, no apreciaciones de meapilas y de conservadores rancios. Por lo visto los machos ibéricos son criaturas exaltadas que ante lo que consideran un provocación no pueden mantener la polla dentro de los pantalones. No es su culpa -dicen- es de las provocadoras. Ingeniosos mecanismo que como el pecado original (en el que todos ellos creen) pone la culpa fuera y no en donde se produce.

 

“¡Usted no puede darme lecciones!” Es un alarido habitual en nuestro congreso. Lo dicen congestionados, ofendido, airados. Es un argumento peculiar. ¿Desde cuando no puede cualquiera dar lecciones? Hasta los niños nos dan lecciones.  En el fondo es un problema de autoridad. La formulación exacta es: ¡usted no tiene autoridad (moral, científica, institucional) para darme lecciones! Autoridad. Ahí está el problema. En el autoritarismo. Padre apócrifo del totalitarismo, hermano de sangre del fascismo, el otro del sicoanálisis. Cada vez que alguien profiere la frase lo que está diciendo es que es superior a ti, que no estás a su altura, que las clases todavía se mantienen y que no has alcanzado el nivel suficiente. Es la dominación, que empezó por la fuerza, siguió por la sangre y acabó en la posición. Cuando alguien dice que no se le pueden dar lecciones (y algunos lo dicen sin que hayamos podido leer sus trabajos de Master) está diciendo que es superior a ti, que te supera, no en la dialéctica ni en la política, sino en la clase. En el fondo lo que quieren decir es: ¡usted no sabe con quien está hablando!

 

 

Otra de estas mandangas dialécticas es la historia como argumento. En el último debate hemos visto múltiples aplicaciones divididas en dos grupos principales: la historia escrita y la historia grabada. La historia escrita saca a relucir que los socialistas, los comunistas o los radicales, fueron malos, hace decenios, siglos o milenios. Lamentable, pero ¿y qué? ¿Es que los clérigos que “colonizaron” América -en nombre de dios- fueron buenos convirtiendo la cruz en espada? ¿Es que los estudios poscolonialistas hablan de la izquierda? Los tiempos cambian y las percepciones que otrora fueron aceptables hoy no lo son. ¿Hace eso malos a los socialistas, comunistas o radicales actuales? Me temo que no. Solo el rencor, y una absoluta falta de ideas, puede avalar esos comportamientos. La otra tergiversación de la historia es la grabada. Sánchez, como cualquier otro, ha tenido frases desafortunadas (la del insomnio fue espectacular, la de ordenar a los fiscales no estuvo, tampoco, mal) pero, ¿son esos los únicos argumentos que tiene la ultraderecha extendida para rebatirlo. Nadie como Rajoy dijo frases célebres, denotadoras de un cerebro con Alzheimer precoz, y nadie se las tomó como otra cosa que motivo de jocosidad: “Contra peor, mejor para mí; contra peor para mi, mejor; mejor para usted, su beneficio político…” (Los signos de puntuación son míos). ¿Es peor decir algo con un significado aberrante o es mejor decir algo con significantes que no remiten a ningún significado? Lacan apostaría por los segundos, y es más, les encontraría significado. Lo que es evidente es que alguien que dice estas cosas no puede gobernar.

 

Otro mantra que enamora es ¡yo le voy a decir lo que tiene que hacer (o lo que ha hecho mal)! Es obvio que cuando le dices a alguien lo que tiene que hacer (paternalismo, donde los haya) es por que te sientes muy superior a él. Quizás no te sientes  tan superior, pero quieres demostrarle al mundo que así es. Es una forma de dominación. Postureo. Prepotencia. Sobre todo cuando incluye algún tipo de adivinación del futuro. “Porque a usted le pasará esto (y sigue la catástrofe)”. En este debate de investidura hemos asistido a múltiples de estos mantras. Todo el mundo sabe lo que tienen que hacer los demás. No es difícil adivinar (ya puestos) por qué. Hablar de lo que uno va a hacer se ha puesto muy difícil con los Newtral y los fake check, por lo tanto ¿qué más fácil que hablar de lo que van a hacer los demás y como la van a cagar? La cosa se ha convertido en cargante porque los debates se convierten en Sandro y compañía, todos adivinando el futuro… de los demás.

 

Podría seguir pero en algún momento hay que cerrar. Quizás siga coleccionando estos mantras que la ultraderecha extendida ha convertido incluso en delitos de odio. Así son ellos. ¡A mis muertos ni me los mientes! ¡País!

 

El desgarrado. Enero 2020 (el año tartaja).




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