» 27-01-2020 |
Se celebra (?) el aniversario de Auschwitz. Se hacen exposiciones. Fotos, documentos, películas. Se pretende que las nuevas generaciones conozcan el horror (¿vacuna?). Los jóvenes ven las imágenes para nada distintas de las de sus videojuegos y ante la cámara dicen ¡oh oh! y ¡ah ah! Es conmovedor. Nuestra sociedad es una sociedad concienciada que enseña a sus jóvenes el horror del pasado. A una juventud entrenada en el terror televisivo y cinematográfico, además del citado videojuegográfico. ¡Somos los mejores! Probablemente algo tiene que ver el ascenso de la ultraderecha. ¡Hay que vacunarlos! y ¿qué mejor que unas cuantas imágenes de horror? Están vacunados. Los hemos vacunado con la play y con la nintendo. Probablemente nos podríamos haber ahorrado la cultura-doctrina.
Hace poco escribí sobre como H. Arendt veía el totalitarismo. Todo lo posible es factible. Eso es el horror. Cuando un ingeniero ve como un reto descubrir el gas más letal, la bomba más mortífera, la tortura más eficaz. Eso es el horror. La banalidad del mal. El mal entendido como reto tecnológico, como obediencia debida, como patria, como superioridad étnica, como superioridad simple. El mal desnaturalizado, des-eticizado, desconectado de la realidad. Eso es el horror. Y eso no se puede explicar. No es posible entender que tras una montaña de famélicos cadáveres se esconde un humanidad deshumanizada, el mal en estado puro. Los niños no pueden entender lo que las imágenes no muestran: la banalidad del mal. La innecesariedad de la tortura, la intrascendencia de una vida considerada como animal.
Arendt lo explica muy bien. Cuando la enormidad del horror sobrepasa todo lo imaginable, entonces no es creíble. Existe un mecanismo de defensa que nos dice que aquel horror no es posible, que eso no puede ser cierto que en nuestra sociedad eso es impensable. La sociedad es un pacto de no agresión (los enemigos está fuera de las murallas). Nos ponemos al borde del anden del metro y cruzamos la calle con absoluta confianza. Nos asombramos de que nos roben y de que nos estafen. Confiamos. ¿Cómo podemos pensar que se masacre a la gente, que se cometa un genocidio, que las personas se conviertan en ganado? No podemos. Eso nos dice Arendt. No somos capaces de enfrentarnos al horror cuando el horror socava nuestra idea de sociedad.
No queremos creerlo pero ocurre constantemente desde los niños de la guerra hasta la matanza entre los Hutus y los Tutsis o el tiro al blanco de Sarajevo o las purgas religiosas de los Balcanes, o las atrocidades de Boko Haram o el terrorismo islámico o los encarcelados de Guantánamo, o los asesinatos extrajudiciales de Bin Laden o del general iraní. Lo de Auschwitz es horror como lo es lo de tantos conflictos y con una particularidad común: incomprensible apara quien ha sido educado en la idea de una sociedad en paz. Es cierto que la foto de cientos de cadáveres no se puede obtener siempre (y en el caso de las grandes potencias solo a través de Wikiliks), pero la realidad del horror es omnipresente. ¿Se les explica a esos chicos que ven la exposición que España exporta minas antipersona? No claro. Se trata de poner al horror la cara de quien ahora ya está fuera de juego. Del demonio nazi. Demonio sí, pero no el único.
Pero me desvío. Frente a la documentación, el negacionismo se encargará de decir que todo es un montaje. En la era de photoshop ni las mujeres tienen cuerpos espectaculares ni las tragedias son verificables (ni las tetas son tetas ni los muertos son muertos). Así es la vida y la nuestra es la de las mentiras y de las fake news. La posverdad lo cura toda, incluso el horror. Si no hemos llegado a la luna, si las vacunas son un montaje, ¿por qué creer que los nazis (o Obama, o Putin, o Milosevich, o…) fueron genocidas? Todo es cuestión de si like o no like. La nueva disquisición hamletiana. Lo de la vida y la muerte ha pasado a otra pantalla.
El desgarrado. Enero 2020.