» 01-03-2020 |
Los medios de comunicación se lamentan de que el intenso cubrimiento informativo de la epidemia de covid-19 (llamado coranavirus antes de la intervención de la casa real) empaña la comprensión cabal del conocimiento por los ciudadanos de la exacta gravedad del fenómeno. Por una parte se dice que su impacto es menor que una gripe común y por otro se habla de medidas que solo son comprensibles si se trata de algo mucho más dañino. Los medios se ensañan con los bulos, fakes, como si su propia labor informativa no fuera, de largo, el factor más desorientador de la información. En la última semana los casos se han multiplicado (aunque en España todavía no hay ningún muerto) y las diversas autoridades sanitarias se contradicen. Para una ciudadanía acostumbrada a seguir la actualidad sesgadamente el desconocimiento de la situación es enorme.
Que las noticias se den emburrulladas y sesgadas es algo que conviene sobremanera a los políticos para quienes la intención de voto interesa que tenga que ver con la ideología (el deseo) y no con la realidad. Desgraciadamente existe todo una sección de periodistas que se alinean con esa tesis (para congraciarse con sus patronos) y lían la madeja hasta hacerla incomprensible. No son pues periodistas sino activistas que lejos de perseguir la verdad lo que persiguen es una interpretación de la misma que se avenga a sus fines, las más de las veces con argumentos delirantes y planteamientos circenses. Resumiendo: que las noticias sean claras en la política, es imposible. Se interpretan hasta las sentencias de los jueces que por definición, deberían ser inininterpretables.
Pero cuando se trata de avisos a la población, de directrices de comportamiento ante epidemias o desastres, de recomendaciones o de bandos de obligado cumplimiento la cosa debería ser diferente. La ciudadanía percibe a los mismos medios, capitaneados por los mismos periodistas y colige que es lo mismo que cuando de política se trata. Y no lo es. Los periodistas echan la culpa a los intoxicadores profesionales, emisores de bulos y fakes y no es… solo así. Cada facción de periodistas políticamente alineados trata de sacar partido de la situación cargando el mochuelo a sus antagonistas y salvando el culo de sus correligionarios. De esa manera colaboran a la confusión y la ineficacia de los mensajes vitales.
La guerra por la primicia obliga a emitir noticias no suficientemente contrastadas, que cuando son rebatidas, incapacitan al medio emisor como suministrador fiel de realidades creíbles. Y en esta situación de homonimia informativa, sesgos interesados y apresuramiento informativo el ciudadano decide creer a quien más miedo le meta en el cuerpo. ¡En caso de duda la más peluda! Y las mascarillas se agotan para quienes las necesitan (los pacientes de riesgo) mientras los que no las necesitan las acaparan para nada. Sin contar los que montan un pingüe negocio con su trapicheo, robo incluido. En pocas palabras: un lío descomunal de desinformación en el que los bomberos cargan sus mangueras con gasolina.
Dada la escasa credibilidad de los políticos, ha sido y es buena idea apartarlos de la comunicación pública dejando paso a los profesionales de la sanidad, pero ¿Cómo ceder protagonismo cuando un político vive precisamente de él? La guerra de colgarse medallas es continua y cada medalla (como las de Billy el niño) lleva aparejada una compensación, en este caso, en votos. Por otra parte no todos los profesionales sanitarios son buenos comunicadores (por oscuros o por contradictorios) por lo que la elección de los que deben llevar la voz cantante es crucial para el buen fin de la empresa. Manejar una situación de crisis no es fácil o como añadiría Rajoy “es por el contrario, muy difícil” y cuando se juegan vidas humanas, el diseño debería ser exquisito.
Quizás debería existir un gabinete de comunicación de crisis que orquestara todos estos intereses y todas estas ambiciones, de modo que el ciudadano fuera correctamente informado, o quizás el sistema simplemente no funciona, mediado por periodistas sesgados, intérpretes dirigidos y oportunistas interesados y lo que hay que hacer es cambiarlo. Se ha dicho que la medida preventiva más efectiva (ante pamemas como las mascarillas, la prohibición de aglomeraciones o tomar la temperatura en los aeropuertos) es la información. Uno de los periodistas que fue a Milan con su equipo de fútbol ha vuelto con el corona virus. Algo no ha funcionado. Los chinos se lo tomaron de modo mucho más drástico y delimitaron zonas de riesgo estancas. Entre no causar pánico y correr el albur del contagio debería haber un término medio. O quizás un término eficaz.
El desgarrado. Marzo 2020.