» 10-08-2021 |
Los jóvenes de menos de 40 años se contagian el doble que los mayores de esa edad (66% a 33%) pero las muertes son 100 veces más (1% frente al 99%) entre los mayores. Si no fuera por la ciencia pensaríamos que es una plaga bíblica: la de la revolución de los jóvenes contra los mayores. La literatura (y la historia) está llena de narraciones de asesinos adolescentes o de niños de la guerra, auténticos criminales de mayores. No conozco relatos míticos que hablen de ello pero es evidente que en el inconsciente colectivo la revuelta de los niños existe. Quizás solo es el sentimiento de culpa de los padres por lo abusos de todo tipo (trabajo infantil, abusos de poder, desasistimiento, abusos sexuales…), lo que se representaba en todos esos relatos, pero la pesadilla se ha hecho realidad: los jóvenes están ajustando cuentas con los mayores.
Y tienen razones. El paro juvenil desbocado, la insostenibilidad (que condena a los jóvenes a un planeta paulatinamente degradado), los abusos laborales (becariado, economía colaborativa, explotación), la explotación deportiva, la pederastia eclesial, todo eso justificaría que los jóvenes tomaran soluciones drásticas. Y sin embargo no es así. Los jóvenes son alocados por varias razones: porque es lo que toca a su edad, porque no creen en la política (lo que los políticos se han ganado a pulso), porque se creen inmortales, porque no tienen futuro, y porque no tienen canales de participación. La famosa pérdida de valores que se les achaca es la pérdida de los valores de una sociedad que se ha vendido al capitalismo, centrada en el“pelotazo”, (propugnado por los políticos), en la corrupción (propugnada por los políticos) y en el éxito por la jeta (propugnado por los políticos). Los niños no hablan de profesiones de prestigio, de solidaridad o de vocación sino de profesiones de dinero. No es idea de ellos: es lo que ven en casa y en la sociedad. Los niños no se educan solos; son el producto de la sociedad que les educa.
Los jóvenes han perdido la fe en el liderazgo de los mayores. La revolución informática -que les ha situado en plano de igualdad con sus mayores- no es la única razón; tampoco lo es su mayor cultura universitaria respecto a la generación anterior (la generación mejor preparada del mundo, pero sin salidas laborales); ni siquiera es la mayor libertad de la que han disfrutado en su educación, que los hace más independientes de sus mayores y por supuesto no podemos desdeñar la conversión de la sociedad civil en la sociedad del espectáculo (político, ético, intelectual). No es cada una de esas cosas sino la suma de todas, cuyo resultado visible es un futuro incierto en lo político, en lo laboral y en lo ecológico. Los ingeniosos ultraderechistas lo solucionan con libertad (de boquilla) y mano dura (efectiva). Todos (derechas e izquierdas) optan por el populismo: solo hay que decir lo que quieren oír… aunque luego nunca se haga realidad. Y el resultado es que no escuchan nada ni a nadie. Los jóvenes viven al día, el momento y saben que los políticos mienten y los mayores no han sido capaces de solucionar su futuro ni laboral, ni económico, ni ecológico. Y en esa situación, que hubieran empezado a solucionar el problema, no sería de extrañar. Porque los mayores somos el problema y no la solución.
El negacionismo y la conspiranoia han sustituido a la religión y el republicanismo (en el sentido francés de ética civil), pero lo peor es la total desconfianza por los mayores. La experiencia ya no significa nada, olvidando que el que no conoce la historia está condenado a repetirla; la experiencia vital se convierte en la necesidad de tener cuantas más “experiencias” mejor: hay que probarlo todo, vivirlo todo, percibirlo todo. La experiencia -que no se aprecia en los mayores- se ha convertido en necesidad personal como si la una compensara la otra. Los jóvenes no quieren saber nada de los mayores hasta el punto que la experiencia solo es aceptada si es personal. Es evidente que están enfermos de individualismo pero no es su invento. Es el nuestro. Cada tres años, un “experto” (a poder ser periodista) escribe un libro sobre una determinada generación de jóvenes a la que bautizan con un nombre llamativo… que ningún joven leerá. La TV nos enseña un botellón cada telediario. Criminaliza a los jóvenes, probablemente por ser jóvenes. Desengañaos aviesos periodistas de la información y de la pedagogía social: ¡no es inconsciencia. Van a por nosotros! ¡Y con razón!
El desgarrado. Agosto 2021.