» 25-02-2022

Reflexiones tipográficas 354-2. ¿Por qué el mundo es convulso. O, por qué lo percibimos así? El capitalismo.

El capitalismo es el sistema político-económico imperante en el mundo. El comunismo -en cuanto se hizo totalitario- se auto-descartó como sistema alternativo político-económico-social. El comunismo se basó en la lucha de clases, en la guerra abierta entre capitalistas y trabajadores por la obtención de la plusvalía. Aunque se planteó como una revolución, como una situación temporal antes de llegar al estado proletario, lo cierto es que se estancó instaurando una nueva clase dominante: los burócratas. Si no acabó con la dominación del hombre sobre el hombre, si no emancipó a la mujer, ni a las minorías étnicas o religiosas, si no admitió la altersexualidad ¿Cuál era la mejora? La propaganda capitalista nos dice que la democracia (capitalista) ha obtenido todo eso que el comunismo no logró… pero no es cierto. La explotación del hombre por el hombre, el colonialismo, la sojuzgación de las mujeres, los altersexuales y las minorías, la desigualdad es exactamente igual entre los capitalistas que entre los comunistas. ¿Por qué entonces el capitalismo ha triunfado sobre el comunismo? Por la esperanza.

 

La democracia-liberal-capitalista no es un estado de igualdad (la dominación y la jerarquía social son evidentes), ni la soberanía reside en el pueblo (perdida en un sistema representativo que excluye al pueblo del poder), ni se ha emancipado a ningún colectivo oprimido (mujeres, minorías, altersexuales, etc). Pero ofrece la esperanza de que eso puede cambiar. El sueño americano es el sueño capitalista y nos promete que cualquier botones puede llegar a ser presidente de la nación. Lo cierto es que solo ocurre rarísimamente, pero es una promesa de futuro… promesa que el comunismo nunca hizo, amparándose en que ya era una realidad, creando así una sociedad sin futuro. Ambos son estados de propaganda en las que el botones solo puede llegar a presidente a través de la política. Y esa exclusividad es lo que corrompe la propia política que es una banda de “parvenues” a la busca del sueño americano. Pero el capitalismo tiene otra faceta que lo diferencia: a la cima se llega alcanzando la excelencia, compitiendo con los otros ciudadanos con ferocidad. Para llegar a la cima se tiene que aceptar la tiranía de la jerarquía y practicar una aceptación cuasireligiosa de las reglas del juego. Y eso redunda en que la sociedad progresa aunque el individuo no lo haga. Esa ficción política que hace que España vaya bien cuando los españoles las pasan putas.

 

El liberalismo no quiere saber nada del Estado. Quiere las manos libres para manejar los recursos a su antojo. Son profundamente antiecológicos, profundamente antirregulaciones, profundamente antisanidad universal, profundamente antiprestaciones sociales. La competición es a muerte y ningún árbitro puede ayudar a los más desfavorecidos. Es la muerte de lo social a manos de lo individual (o los grupos de presión oligárquicos). Pero tampoco es cierto que el Estado haya desaparecido del horizonte capitalista, como nos muestra Stiglitz. La investigación básica (como se ha mostrado con las vacunas, pero que ya se mostró con la aventura espacial-armamentista) es cedida por la iniciativa privada al Estado. El rescate de los estropicios causados por la iniciativa privada (Bancos, financieras, empresas demasiado grandes para caer) también se cede al Estado. La gestión de los residuos nucleares, envases plásticos, preservación de la naturaleza, también se cede al Estado. La responsabilidad subsidiaria del Estado en los grandes contratos con la iniciativa privada (Castor, túneles de los Pirineos) y en las grandes cagadas de la iniciativa privada (colza, catástrofes, anulación de las subvenciones a las energías alternativas, abusos de los bancos) también corresponden al Estado. Lo que no puede ser es no ser liberales a las duras y serlo a las maduras. Apropiación de los beneficios y socialización de las pérdidas.

 

El capitalismo no tiene rival, pero esa victoria no lo entroniza como el ganador indiscutible, sino como un ganador mejorable. El capitalismo no es un sistema económico-político sino una promesa de esperanza. Ahora hace falta que esa promesa sea real y no solo palabras para que el sistema del palo y la zanahoria  no se convierte en un sistema de dominación. Para el capitalismo la igualdad, la solidadridad, el altruismo, la generosidad, el cuidado de la naturaleza, de los seres humanos, de los animales, son pamemas que simplemente recortan los beneficios. La igualdad de oportunidades empieza por las mujeres (a las que se las niega sistemáticamente). O quizás el capitalismo sí tiene rival: el feminismo: un sistema de cuidado, de respeto, de colaboración, de síntesis, de recolectoras, de gradualidad (frente a los pares de oposiciones matafísicas), de honorabilidad, de lo que antaño se conoció como bonhomía (?). Evidentemente la clase opresora de los hombres, misóginos, blancos, heterosexuales, analíticos, manipuladores de la verdad, y en definitiva, metafísicos no cederá fácilmente su lugar de privilegio. Para eso haría falta que empujáramos todas y todos.

 

Por todo ello (y por muchas cosas más) el mundo es convulso. Porque las tensiones son enormes, las injusticias evidentes, los abusos continuos, el egoísmo y la ambición desmedidos. Solo nos queda apostar si reventará antes el planeta o la sociedad. Porque la posibilidad de tratar de arreglarlo es peregrina. ¿O, no?

 

El desgarrado. Febrero 2022.




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