» 24-02-2022

Reflexiones tipográficas 354. ¿Por qué el mundo es convulso. O, por qué lo percibimos así?

La pandemia, el volcán, la política, la sequía, la guerra, pero también la bolsa, la inflación, la corrupción. El progreso nos prometió la estabilidad de un mundo predecible y sin embargo el mundo es cada vez más convulso. ¿Por qué toda la potencia intelectual y social invertida en prever el desarrollo del mundo, en asegurar nuestra seguridad y estabilidad, se ha convertido en lo contrario, en un mundo convulso, impredecible e inseguro? Y ya por último ¿es que esa estabilidad, esa seguridad, eran imposibles, un quimera, un fiasco? Es decir ¿hemos errado el rumbo? ¿Existen claves para entender esa paradoja? Aquí no las vais a encontrar pero eso no quiere decir que no lo intentemos.

 

La pregunta no es redundante: no solo es convulso (lo real) sino también es cómo lo percibimos (lo sensible). Este problema ya apasionó a Platon. Vivimos en mundo que no solo tiene una esencia, sino que también (y afortunadamente) tiene una apariencia. Por que esa diferenciación es puramente metafísica -que adora las disyunciones, los pares de oposiciones que simplifican el mundo en dos polos excluyentes- hemos decidido enfocarlo desde un punto de vista más “pomoderno” menos bipolarizado. Entre el blanco y el negro del dogmatismo, existen miles de grises que alimentan la vida (la vida contradice el segundo principio de la termodínamica: se complejifica frente a la tendencia inexorable a la muerte entrópica). Entre la verdad y la falsedad, existen todas las verdades (falsedades) parciales que representa la probabilidad. La posmodernidad es eso (más allá de discusiones académicas): un mundo continuo (en el que es imposible poner límites) frente a un mundo discreto (que solo entiende los extremos excluyentes). Tras 25 siglos de metafísica no es fácil reciclarse a la ductilidad de un mundo flexible, esa sensación de que el mundo se mueve bajo nuestros pies, pero no es una elección… es una necesidad. La ciencia ya lo ha hecho (parcialmente) pero la política sigue viviendo en la esfera del dogmatismo. Para nuestra desgracia.

 

Las dos primeras explicaciones vienen de la contracción del espacio y el tiempo (que ya Einstein demostró que no eran dos términos disjuntos sino dos aspectos de la misma realidad). Pero que aquí (esclavos de la metafísica) trataremos separadamente. La idea de la aldea global es, simplemente, la idea de la contracción del espacio. Vivimos en un mundo global, las comunicaciones y los transportes lo han contraído como para que todos seamos vecinos. No solo “sabemos” lo que pasa en cualquier punto del mundo sino que “sentimos” cualquier cosa que pasa en cualquier parte del mundo. La idea de la aldea global es enormemente descriptiva. Esa pan-información nos convierte en ciudadanos del mundo, nos involucra en cualquier nimiedad que en el mundo ocurra. La teoría del caos se ha hecho real: el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede causar un tornado en USA. Participamos de lo que conocemos y, hoy, lo conocemos todo.

 

Pero también se contrae el tiempo. La evolución -básicamente tecnológica- de la humanidad ha pasado del paso calmado al vértigo de la inmediatez. Ni siquiera una generación es capaz de asimilar los avances de su tiempo. Los viejos nos vemos desplazados, arrinconados frente a una tecnología que nos excluye. Y eso entrona a una nueva generación que se empodera con sus conocimientos tecnológicos, como si eso fuera lo único. La experiencia no tiene ningún valor porque es tremendamente efímera. Y, sin embargo, la experiencia es el único mecanismo que tenemos los humanos para convertir los conocimientos en instinto, en respuestas automáticas. Y sin respuestas automáticas no somos nada. Ni siquiera podemos ir en bici. La experiencia, el aprendizaje se desdeñan de tal manera que los descerebrados proliferan. Asistimos a un nuevo imperio de la omnipotencia de las ideas (la realidad es lo que piensas). Aquel sistema de prueba y error que estuvo en el nacimiento de nuestra especie… ha desparecido. Y eso hace que el mundo sea impredecible, convulso, amenazante.

 

Pero nuestro sistema político tampoco es ajeno a la convulsión. En su origen la política activa (la teoría de la política es otra cosa… aunque una contradicción en los términos puesto que la política es acción… y no teoría) fue un tutelaje, el paternalismo de los más preparados para redimir a los menos. Pero un poder ilimitado es el germen de una corrupción sin límites. Y ahí estamos. Hoy en día, un político es un representante lejano (tan lejano que es imperceptible) de un ciudadano, en los asuntos públicos. Hoy en día el político es una sanguijuela, un parásito, que solo procura su propio beneficio, porque la política es una profesión a tiempo completo y un negocio. Ese distanciamiento entre los ciudadanos y sus representantes llegan al extremo de que los políticos van a la guerra por sus propios intereses que nada tienen que ver con los de los ciudadanos. Y al decir guerra quiero decir cualquier otra cosa. Esa divergencia entre los intereses de los ciudadanos y sus “representantes” producen una gran convulsión.

 

Somos una especie social (herederos de otras especies sociales) mucho más que individual. Nuestro cerebro nos delata. Como especie somos el producto de una unificación de variados cerebros antiguos (cerebelo, tallo, hipocampo, hipófisis, amígdala, etc.), misión encomendada a la corteza cingulada. Esa unificación no fue perfecta pero determinó el destino ulterior de nuestra especie. La aparición del lóbulo frontal supuso una disgresión (marginal) de esta unificación social. El lóbulo frontal es la individualidad, la emancipación del ser humano de su genealogía social. Y esa individualidad se opone a la socialidad. Oposición que complica -turba- la existencia del ser humano. En estos momentos la individualidad, mas allá de sus beneficios, causa muchísimos problemas. Armonizar la individualidad y la socialidad es difícil, muy difícil. Esa individualidad (que políticamente se plasma en el independentismo y singularmente en la rebeldía) convulsa nuestra convivencia.

 

El patriarcalismo (androcentrismo) - que hizo creer al hombre que su preponderancia era indiscutible- se enfrenta hoy al descolonialismo, la altersexualidad y la liberación de la mujer. Como dicen los bancos: rendimientos pasados no garantizan rendimientos futuros. Pero el macho se resiste a abandonar privilegios que ha ejercido durante eones, y eso convulsa la sociedad. Sobre todo a la facción de la sociedad que no acepta los cambios porque tal como están las cosas ya les está bien: los conservadores.  La violencia contra los colonizados, los altersexuales y contra las mujeres, se consiente o se condesciende por jueces, policías o partidos políticos con una normalidad que da escalofríos (por lo menos a mí). En el más pro estilo metafísico el mundo se divide en dos: nosotros y los otros y nosotros somos lo blancos, heterosexuales y hombres. “La creme de la creme”.

 

Y no digo más porque el médico me ha recomendado que no me excite. En cuanto me calme… sigo.

 

El desgarrado. Fbrero 2022.




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