» 07-03-2022

Reflexiones tipográficas 355. La guerra.

Por lo visto solo somos pacifistas en tiempo de paz. En cuanto suenan tambores de guerra somos belicistas. Nadie hubiera reconocido hace un mes que era belicista (es decir que pensara que los conflictos se resuelven en clave de guerra). Ahora, casi todo el gobierno, gran parte de los partidos y la mayoría silenciosa son belicistas. Es -paradójicamente- una cuestión humanitaria. Los ucranianos “tienen derecho” a defenderse… matando. No es lo mismo una guerra de ataque que de defensa (?). Todo el mundo tiene derecho a defenderse, y por lo visto, los no implicados tenemos el deber de ayudarles con armas para atizar el fuego. La guerra es incivilización, barbarie y nadie se merece la muerte como castigo… o como riesgo laboral (curiosamente los que pregonan que la vida es sagrada porque pertenece a Dios, cuando se habla de aborto o eutanasia, cambian de opinión cuando se habla de la pena de muerte o de la guerra). La iglesia católica apoyó a los rebeldes fascistas en la guerra civil hasta el punto de acuñar aquello del “nacional-catolicismo”. Pío XII defendió la guerra contra el comunismo.

 

La guerra ha de ser justa y debe estar reglada. Esta es la solución que ha encontrado nuestra civilización para asimilarla. En vez de animal racional deberíamos ser “animal exterminador”. Ninguna otra especie se enzarza en un conflicto a muerte por cuestiones tan baladíes como el honor, la disparidad de pareceres, la economía o la dominación. Tan baladí en comparación con la muerte. O en el caso de los políticos (porque la guerra es la continuación de la política por otros medios) por conservar la poltrona. Un político que no sabe arreglar las discrepancias por otro medio que la guerra debería desaparecer y sin embargo parece que es cuando más necesarios se sienten. La guerra justifica el auto-genocidio propio y el exterminio ajeno. La guerra es cosa de los militares y no de los políticos. O mejor: era cuestión de los militares, porque el coste en civiles de la guerra moderna es aterrador. Ya no mueren apenas militares y, por supuesto, ningún político.

 

La guerra es épica y epopéyica (el cine y la literatura lo repiten constantemente). Es también masculina (de concepto, pues las mujeres la sufren -hoy por hoy- lo mismo que los hombres). Las mujeres son menos dadas a la violencia y más amigas de la previsión y el cuidado que de la reconstrucción de lo previamente destruido. Claro que también hay mujeres alineadas con el poder masculino. En un mundo femenino la guerra sería un accidente y no un medio. Resumiendo: la guerra es metafísica, es un producto del sistema metafísico de pensamiento, aunque no sea responsable de su invención. Ya existía antes, pero la metafísica -que entronizó la razón- no ha hecho nada por erradicarla. Por el contrario, la ha justificado, reglamentado y aceptado. Pero no fue hasta el SXX en que se desencadenó la hipocresía y  nacieron conceptos como la guerra justa, el eje del mal, la justicia infinita, guerra contra el terror, justicia preventiva, giro ético, derecho absoluto de la víctima, orden internacional, derecho absoluto, derecho de injerencia, guerra humanitaria, etc. e instituciones como el Tribunal Penal Internacional (el culpable de la guerra es el que la pierde). Nunca la guerra había sido tan racionalizada.

 

Y el mecanismo fundamental para esa racionalización es la “partición de lo sensible” (Rancière), es decir el modo en que ordenamos, clasificamos, dividimos lo sensible antes de aplicar la razón. También aquí la metafísica ayuda con sus pares de conceptos excluyentes: derecha-izquierda, comunismo-fascismo, conservador-progresista, pacifista-belicista, divino-demoníaco, justo-injusto, democracia-dictadura, etc. Pero esos pares excluyentes pueden ser ordenados de otras maneras y así efectivamente lo hacen los políticos para intoxicar a los ciudadanos. ¿Es Putin comunista, demócrata, totalitario, fascista, dictador, injusto, mentiroso, conservador, liberal? ¿Todo o solo algunas de ellas? La derecha y la izquierda se lo rifan debatiendo entre comunista y fascista. Cada una de las facciones quiere que la encarnación del mal pertenezca a la otra facción. Un comunismo lleno de oligarcas multimillonarios por haberse repartido los activos de la antigua URSS no parece muy comunismo. Ni por muchas elecciones que haya hecho y de las que ha salido elegido, parece muy demócrata. Tampoco parece que sea la suya una guerra contra el nazismo. Como tantos políticos, se esconde en la ambigüedad, como VOX se esconde en el centro-derecha (Casado dixit).

 

La política de hechos consumados dicta que una vez llegados a este punto (la invasión unilateral) ya solo se puede luchar a muerte. Cuando el miembro se gangrena hay que cortarlo. No hay otra manera de parar al abusón. La lucha por la libertad es inalienable. La pregunta es ¿por qué hemos llegado a este punto sin que la comunidad internacional haya tomado medidas? Ningún político quiere tomar medidas impopulares (como medidas preventivas) y en consecuencia ahora se tendrán que tomar medidas paliativas mucho más costosas y más dolorosas (para los ciudadanos, por supuesto). ¿Aprenderemos algo de esta situación o estamos en un bucle infinito? ¿Deben permanecer en su puesto los políticos que la han cagado? ¿Por qué el Tribunal Penal Internacional no actúa preventivamente? Por supuesto no antes de que se cometa el delito sino antes de que se llegue a la guerra. Ya que la colección de delitos de Putin, desde electorales a asesinatos, es extensa.

 

Ante tanta complejidad se impone tomar un atajo: la vida es sagrada, y no solo porque le pertenezca a Dios, sino también porque el respeto que se merece por parte de los humanos es inalienable. Es el derecho más preciado. En ello deberíamos coincidir conservadores y progresistas. ¿Y entonces?

 

El desgarrado. Marzo 2022.




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