» 10-05-2024

Reflexiones tipográficas 394. Guerra Israel-Palestina 6. Al mal absoluto corresponde la justicia ilimitada y la restauración absoluta.

Como el niño sorprendido embadurnado de chocolate tras asaltar la despensa que se enroca en su versión de que el no sabe nada de aquello, que no es lo que parece y que finalmente como explicación definitiva apostilla: “Si vosotros creéis que los niños vienen de París y Santa Claus reparte regalos a todos los niños en una noche montado en un trineo volador tirado por alces, no veo porque no podéis comprender esto, que es mucho más sencillo”. La coartada de la participación en un genocidio de Israel reside en el resto del mundo y en especial en Europa, aunque no puede decirse que la negación de lo evidente no se haya convertido en el principal argumento de toda la clase política en cualquier situación. Sigo a Rancière en “Odio a la democracia” Amorrortu editores 2006 (2000) cuya tesis es que los enemigos de la democracia -más allá de los toalitarismos comunista o nazi- son los propios demócratas que en su egoísmo, individualismo e ignorancia socavan sus cimientos denunciados por una intectualidad resentida  por su falta de influencia en las masas. 

 

Y para empezar un relato. En el SV adc Clístenes reforma la estructura de Atenas dividiéndola en barrios (circunscripciones espaciales) en vez de las tradicionales divisiones tribales basadas en la filiación y la tradición. A esos lotes se les llamó “Demos” y sentaban las bases de lo que después sería la democracia, así como la cohesión de los grupos sociales por la ideología en vez de por la sangre (Harari). El pueblo judío -asentado sobre una religión en la que la filiación (Dios-padre) y la tradición (la herencia) eran estructurales- no participó de esta revolucionaria división quedándose en el arcaísmo más absoluto, no tanto por razones lógicas como históricas. Esa falta de adaptación al modelo de su entorno les llevó cinco siglos después a su desaparición como Estado y a  su diseminación por el mundo en tanto que religión-sin-Estado aunque no quebrantó (o quizás fortaleció) su estatuto de “pueblo elegido” es decir el pueblo que tiene la suprema razón de que Dios está de su lado. 

 

Veinte siglos después El nazismo decide que la supremacía aria se sustente por la desaparición de los judíos (entre otras razas o facciones impuras) y lo resuelve eficazmente (“la banalidad del mal” de Arendt) mediante el holocausto. Aquello sobrepasó de tal manera cualquier razonabilidad que Europa (tras una primera interpretación política en clave de totalistarismos) realiza la interpretación ética definitiva del mal absoluto y la víctima absoluta que requiere una restauración absoluta: el Estado de Israel. A mediados del siglo XX el estado de Israel se convierte en una realidad, pero en una versión compartida que nada tiene que ver con las aspiraciones histórico-religiosas (filiación y tradición) de los judíos, ni las razones usucapionistas-soberanistas de Palestina. Pero aquello se convierte en una guerra continua y Europa impone la necesidad de la paz Palestino-israelí. 

 

Jean-Claude Milner en “Les penchants criminels de l’Europe democratique” (citado por Rancière en su obra) establece la hipótesis de que esa paz viene a ser como una justificación del holocausto (cuando este ya se había convertido en injustificable y necesitado de una restauración absoluta). El conflicto estaba en el plano ético y no en el político o dicho de otra manera no hay solución posible que no pase por la aniquilación del pueblo Palestino y el establecimiento de un Estado puramente judío… visto desde el interesado punto de vista de los judíos. En otro caso el holocausto pierde su valor ético y pasa a ser una mera cuestión política. La paz palestino-israelí solo puede ser realizada gracias (o es equivalente) a la eliminación de los judíos por parte de los nazis. Esa limpieza de la matriz de la sangre (la filiación y la tradición) en la que se fundamentan todos lo derechos territoriales de los judíos es necesaria para que la paz sea posible, cuando la tecnología (fecundación en vitro, técnicas de reproducción asistidas) da la puntilla a esa impronta de la sangre que los judíos (como religión) pretenden perpetuar en la inseparación iglesia-Estado de su arcaísmo patriarcal.  En resumen: hay que sacar el conflicto del plano ético-religioso y pasarlo al político-militar. 

 

Y eso es lo que está pasando actualmente en el mundo: el desmantelamiento (la restitución) del holocausto como proceso ético y su situación en el discurso de lo político-militar totalitarista. Las manifestaciones de los jóvenes por todo el mundo es eso lo que reclaman, porque la transformación ética del holocausto ha traído como consecuencia la transformación al plano ético del genocidio palestino. El holocausto fue posiblemente el episodio más monstruoso ocurrido en la historia de la humanidad pero no es el mal absoluto, ni una justicia infinita (Bush), ni requiere una restauración absoluta, porque esa transfusión de lo político-militar a lo ético no solo es improcedente sino que abre la puerta a la restauración de la filiación y la tradición y a una justicia ilimitada (la desaparición del derecho fagocitado por el hecho) que dan lugar al terrorismo de Estado, a la exportación de las cárceles a territorios desdemocratizados, los juicios sumarísimos o eternamente dilatados, la desaparición del “habeas corpus”, etc. En una palabra: la desaparición de la civilización occidental basada en el Derecho. No se puede permitir que USA sea el gendarme mundial que impone su autoridad (y a decir de muchos la democracia) allá donde él mismo diagnostica que es necesario. Y no se puede permitir porque el tránsito de la filiación y la tradición al estado de derecho (respeto a los derechos individuales y a las formas colectivas de expresión política: elecciones, libertad de expresión y asociación) y a la democracia (el derecho de cualquiera -al margen de su filiación y su capacidad- a acceder al título para poder gobernar) son (deberían ser) hoy por hoy inalienables.

 

Lo que está en juego no es el derecho territorial y revanchista de los judíos a masacrar a los palestinos, sino el estado de derecho y la democracia occidentales. Y ello pasa por la deconstrucción del holocausto como constructo ético, y restituirlo a sus justos términos político-militares y de transgresión del derecho. El genocidio se produce en Israel pero más allá del drama humano de desvaloración diferencial de la vida humana (cuantificada en los intercambios como de 30 a 1) el problema está en occidente, en su desdemocratización, su retorno a la filiación y la tradición. La lucha contra la guerra -y más aún si es una guerra genocida y al margen del derecho de la propia guerra- esconde siempre las claves de la posibilidad de la paz. Y si por exponerlo tengo que ser tachado de antisionista, que así sea. 

 

El desgarrado. Mayo 2024.




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