» 19-06-2024

Reflexiones tipográficas 395. Alcohol. Los mediadores sociales, la adicción y la manipulación.

Vivimos en una sociedad de alcohólicos aunque nadie se reconozca a sí mismo como tal. Bien es verdad que en los bares es lo que naturalmente abunda y por lo tanto es más fácil encontrar alcohólicos que boletaires (buscadores de setas). Los alcohólicos no son borrachos -entendiendo estos por aquellos que beben hasta acceder al el estado de inocencia. Los alcohólicos bebemos de acuerdo a un plan que nos tiene que permitir acabar el día con cierta dignidad. La bebida más habitual es la cerveza que permite beber mucho antes de caer. Naturalmente a veces las cosas se tuercen, porque no es una ciencia exacta y perdemos los papeles. Existen diversas modalidades de alcohólicos, tranquilos, nerviosos, taciturnos, alegres, broncas, plácidos. Cada cual tiene su sesgo. De la misma manera, los hay que que olvidan todo lo ocurrido mientras actúan y los hay que lo recuerdan. En general el tono es jocoso y el principal cometido es reír. Un tema de conversación recurrente son las recomendaciones de los médicos, a los que se tilda de talibanes obsesionados con prohibir: beber, comer, fumar, joder, relaxing cup of  café con leche. Practican una medicina que se confunde con la moral y muchos ni siquiera lo esconden. Dan por sentado que es una cuestión de degradación moral y no una cuestión genética, de economía síquica de placer o de tristeza depresiva, de imposición social. Al alcohólico no se le trata como a un enfermo o adicto sino como a un depravado. Y esa postura -aunque moralmente irreprochable- puede resultar contraproducente.  De ese talibanismo participan las mujeres (no alcohólicas) que están con la campaña antialcohol siempre en marcha. En su favor hay que decir que sufren en primera persona las consecuencias del alcoholismo. No discutiré la mucha o poca razón que les asiste pero no me parece ni que funcione ni que sea la actitud adecuada. Los enfermos necesitan tratamiento y no precisamente de depravados.

 

Es asombroso como la sociedad da la espalda a un problema gravísimo de salud, de convivencia y laboral. Es natural no considerarlo una droga cuando tiene todas sus características: daños irreversibles a la salud (cáncer, de hígado, necrosis, cirrosis…), adicción, bajo rendimiento laboral, accidentes, crispación y agresiones, violencia doméstica, etc.  Porque no es solo la nuestra la que se pone de perfil cuando se trata del alcohol . La sociedad USAna (a través del cine) nos muestra a unos profesionales que beben en sus despachos desde la mañana (un despacho sin mesa-bar es impensable) y lo de medicarse con un trago contra la contrariedad es el remedio habitual.  La campaña desarrollada para incitar al consumo de vino a las mujeres (hasta en series tan inocentes como “Big Bang” es masiva. Ellas beben vino y ellos refrescos y Penny se reconoce adicta. La sociedad consumista es naturalmente pro-adictiva dado que la mejor manera de fomentar el consumo es la adicción. Tras el escándalo de las tabaqueras -condenadas por añadir sustancias adictivas al tabaco y negarlo pertinazmente- la técnica se ha extendido a los snacks, a la bollería industrial y a la alimentación en general. La genial fórmula de grasas y azúcares y/o sal se ha extendido tanto que la encontramos en alimentos impensables. El mercado nos quiere consumistas y eso se alcanza mediante la adicción. 

 

La guerra de las etiquetas informativas ha sido jocosa (si no fuera dramática). El sistema nutriscore -introducido en 2021 con vistosos colorines- no pretende introducir buenos hábitos de alimentación sino señalar a ciertos alimentos como nocivos… lo que las grandes cadenas pueden evitar mediante ingeniería alimentaria mientras se deshacen de la competencia. La industria ha conseguido excluir del etiquetado a productos frescos: carnes, pescado, frutas verduras, legumbres; productos de un solo ingrediente: vinagre, miel, aceite de oliva (siempre que no estén procesados; alimentos directamente suministrados por el fabricante o tiendas de minoristas en pequeñas cantidades (como los platos preparados); alimentos que se venden en envases de menos de 25 cm2: chocolatinas, chucherías, barritas de cereales: y las bebidas alcohólicas, lo que penaliza al aceite de oliva virgen extra o al jamón ibérico, mientras permite que los platos preparados de los comedores escolares, las chuches, y las bebidas alcohólicas queden excluidos. Pero no se ataca el principal problema: el fomento de la adicción mediante la adición de sustancias. Todos sabemos la adicción que producen naturalmente la sal, las grasas con azúcares, o el alcohol. Como dice la propaganda de ciertos snacks: “¡A qué no puedes comer solo una!”. La información es la principal herramienta de desinformación. Hay que enrevesar las cosas para que se produzca  la total desinformación: los consumidores no saben cuál es la diferencia entre caducidad y plazo de consumo preferente. Si a eso añadimos la ingeniería alimentaria, la letra diminuta y la ambigüedad se obtiene el resultado deseado (por los fabricantes y consentido por los políticos): la desinformación.

 

El alcohol es un euforizante, que mejora las relaciones sociales tomado en dosis bajas y que produce una intoxicación -y daños irreparables en el hígado- en dosis más altas. Si recordamos lo necesarios que nos son esos mediadores sociales como el amor, el humor, el candor y el juego (Ver “La muerte de la metafísica”), situamos al alcohol (y al consumo desaforado) en el lugar que les corresponde: el de un mediador social, de alto voltaje. Que estos mediadores sociales consistan en mediadores neuronales idénticos a las que hallamos en la adicción no es una sorpresa. Empieza a ser hora que se ataque este problema -por la administración- como una tendencia natural hacia la mediación social que se ha descontrolado. Sabemos que la ley seca solo consiguió fortalecer el gangsterismo y lo mismo ocurre hoy con la (llamada por antonomasia) droga. La solución (puesto que la tendencia hacia a su uso es “natural”) es mejorar los modos de limar las asperezas sociales, profiláctica o paliativamente. Y desde luego la crispación de la sociedad forzada por los políticos, no es el camino. Los políticos nos quieren desunidos porque eso nos hace más manejables. La desunión es beligerancia: derecha/izquierda, Madrid/Barcelona, hombres/mujeres, vacunas/antivacunas, y la beligerencia necesita lubricantes sociales que la reduzcan: el alcohol, las drogas, el consumo desaforado, el juego, el candor bobalicón, el humor y por supuesto el amor. Los dos últimos son los menos nocivos porque su adicción (que está ahí) no conduce a los desmanes que sí conllevan los otros. El humor no solo es una reorientación de la agresión física hacía la síquica, sino que es un importante componente de la atracción amorosa (reconocida por las mujeres como determinante de la elección de pareja). ¡Qué decir del amor! Sin él no existiríamos como especie (aunque como individuos no salgamos tan bien parados). Su manipulación (limitación) socio-religiosa-política lo sitúa como el objetivo número uno de los dominadores.

 

La administración (los políticos) deberían poner cartas en el asunto y combatir al alcoholismo con alguna de esas baterías de medidas que por su variedad complacen a todos los colectivos, oposición excluida. Hay que reducir la crispación -de modo que los mediadores sociales sean menos imprescindibles- ayudar a los adictos, oponerse a los intereses empresariales, etiquetar adecuada y equitativamente (si el tabaco mata, ¿que hace el alcohol. Entona? reconocer que es una droga y de las más importantes, tratar a los adictos como enfermos, etc. Sabemos lo que no funciona: la ley seca (la prohibición; pues lo que hace es desplazar el mercado legal a la ilegalidad). Tampoco funciona el consumismo desenfrenado que adora la adicción, ni las campañas de concienciación, como por ejemplo las de tráfico (aunque nunca se han intentado). Para quitar del mercado un mediador social es necesario sustituirlo por otro… o rebajar la crispación. ¿Y si empezáramos por ahí y los políticos dejaran de joder con la crispación y los medios con las tertulias de energúmenos? Y no, no quiero matar al mensajero, pero ¿No sería hora de cambiar el mensaje?

 

El desgarrado. Junio 2024.




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