» 26-10-2024 |
Llego a la estación del Paseo de Gracia justo cuando anuncian el tren. ¡Qué suerte! Cojo un sitio de primera fila en el andén para asegurarme el asiento. El tren para pero las puertas no se abren. Esperamos… tras comprobar que son todas las puertas las que no se abren. Pasan los minutos y de pronto el tren arranca sin explicación alguna. Decepción entre los presuntos pasajeros. Me retiro a sentarme en los escasos bancos del anden. A los pocos metros el tren se para y abre sus puertas. Subimos. He perdido mi situación de privilegio y ya no hay asientos. Presupongo que como el tren ha avanzado el primer vagón estará más vacío. Empiezo mi lento peregrinar vagón tras vagón en busca de un sitio para sentarme. Trato de atravesar un vagón lleno de niños (es la hora de la salida de los colegios). Tras no pocos esfuerzos consigo que entiendan que quiero pasar lo que no impide que una barrera de cuerpos y piernas obstaculicen al máximo mi objetivo. Finalmente -y ante la pasividad de su profesor/conductor- consigo pasar. Finalmente encuentro un sitio (“el sitio”, pues no hay otro) y me asiento alborozado.
La megafonía del tren anuncia que debido a circunstancias -que no explica- el tren queda suspendido y debemos bajarnos. Lo hacemos e inundamos el andén. Los letreros informativos de los laterales del vagón indican “sin servicio”. La megafonía de la estación permanece muda aunque si hubiera dado alguna información hubiera sido inútil pues a su gangosidad habitual se unen los comentarios de los pasajeros que la amortiguan. Tras un rato de incertidumbre pasa una empleada con un móvil en su mano, chaleco reflectante y tímida voz (como si le diera vergüenza trabajar en Adif) que nos indica -a los que estamos próximos a ella- que nos subamos al tren. Hay más gente -si cabe- que en el primer intento así que me quedo de pié, aprisionado entre la multitud y con un niño que me mira sentado con cara de triunfo. Está visto que será un viaje largo. La madre del niño se levanta y me ceder el asiento sobre el que me abalanzo farfullando mis agradecimientos. Acomodan al niño en las piernas de su padre. ¡Es evidente que se trata de una familia apañada: tres asientos en una situación de crisis!
El tren arranca y empieza el viaje. Pienso que quizás debiera haberme bajado y esperar al de las 4,05 horas, para el que ya solo faltaban 15 minutos, pues era evidente que al tren le pasaba algo. Efectivamente en el trayecto hasta la estación siguiente da frenazos intermitentes que parecen indicar que algo no funciona. En Sants el tren se acaba de llenar y partimos hacia Viladecans, llevamos 25 minutos de retraso lo que para la red de cercanías de Barcelona no es mucho. En Viladecans se cumple el esperado veredicto: la megafonía anuncia que el tren ha acabado su recorrido. “En breve pasará un tren a Vilanova” que nos invita a tomar. Voy más lejos -a Cubelles- de modo que se me ofrecen dos alternativas: o cojo el Vilanova y allí cojo otro tren hasta Cubelles o me espero en Viladecans a que pase el de las 4,05 h que no puede estar lejos. La perspectiva de hacer un viaje de 40 Km en tres diferentes trenes y cuatro intentos de sentarme me parece delirante, así que me espero. Efectivamente en 15 minutos aparece el tren de las 4,05 h, ¡que, además lleva asientos vacíos! El viaje se completa sin nuevos incidentes con tres cuartos de hora de retraso sobre una hora prevista de trayecto. Los trayectos en tren -desde que los grafiteros decidieron a golpe de espray que el único paisaje interesante era su obra- son espacios de reflexión y a ello me dedico. ¡Que ha pasado! Y urdo la siguiente teoría.
Cuando el tren llego al Paseo de Gracia el maquinista había comprobado que algo no funcionaba, alertado por alguno de los múltiples pilotos de su panel de gobierno. Por ello no abrió las puertas. Tras algunas comprobaciones (arrancar de nuevo… como hubiera hecho cualquier informático) decide que puede continuar a pesar de los destellos del chivato. Cuando estuvimos en el tren se lo pensó mejor y decidió que no tenía porque asumir aquella responsabilidad y anunció por la megafonía que se había acabado el viaje. Pero el jefe de circulación o de estación no estaba de acuerdo con que le dejara aquella multitud en la estación, obstaculizándole el normal funcionamiento de los próximos cincuenta trenes y le ordenó que abriera las puertas y se la llevara a la próxima estación. Y así lo hizo. En la siguiente estación (Sants, en la que cualquier maniobra hubiera sido fácil pues dispone de innumerables vías) ocurrió lo mismo y el tren tuvo que seguir hasta Viladecans. Allí por fin el maquinista pudo deshacerse de la muchedumbre de la que no se había podido deshacer ni en Paseo de Gracia ni en Sants, y así lo puso en conocimiento del engañado pasaje por la megafonía del tren. En el estrecho andén de Viladecans la muchedumbre no cabía pero primero en el Vilanova (que tuvo que entrar por la vía de acceso a Barcelona al estar la de salida ocupada por el tren averiado) y después en el de la 4,05 h. se “arregló” el tema. Durante toda la peripecia las pocas informaciones que se dieron fueron falsas y no hubo ninguna voluntad de explicar que es lo que realmente estaba ocurriendo. Se actuó precipitadamente y sin garantías porque lo único que interesaba era ocultar la verdad para evadir la responsabilidad.
Llamo un taxi por teléfono. Como ya lo he hecho otras veces un contestador me dice que si lo quiero en mi domicilio que marque almohadilla y me enviarán un taxi de inmediato. Al cabo de media hora de esperar en la calle, vuelvo a llamar. Me dice la operadora que no tienen taxis. Le pregunto porque no me lo ha dicho en la primera llamada. Contesta que es que la primera llamada ha sido a la “aplicación”. Veo que tratar de explicar que la diferencia entre operador y aplicación es una diferencia interna del sistema y que yo no tengo porque conocer, solo conducirá a que la operadora defienda su sistema a ultranza echándome a mí la culpa por no saber usarla. Los ordenadores de Appel vienen sin instrucciones… se pueden consultar en la red. Como los sistemas se actualizan continuamente lo que viene en la red nunca está sincronizadamente actualizado con lo que hace el aparato. Total: las instrucciones no corresponden al aparato. Los jóvenes están acostumbrados a esta forma de operar y entienden que estos desajustes son parte del juego y que -a modo de test- sirven para medir su capacidad de reacción ante situaciones cambiantes. Está bien. Es su mundo y pueden entenderlo como corresponde a esa situación de propietarios. Pero el problema es que se piensan que ese es el modo correcto de hacer las cosas y reproducen la indeterminación como si fuera normal que las explicaciones fueran aproximadas y que si no lo entiendes eres bobo. En resumen: si no sabes usarlo es por que eres idiota.
Esta indeterminación se produce también en el watsapp. Los interlocutores leen en diagonal para hacerse una idea de lo que se les dice y contestan sin haber entendido lo que realmente se les comunica. Como además el watsapp “hablan” los dos interlocutores a la vez, ha habido que implementar un índice para que se sepa a que estas respondiendo -si el mensaje tiene varios apartados- o separar cada mensaje en un envío distinto, lo que convierte la comunicación en la historia interminable. Para los jóvenes no es así porque ellos no utilizan el watsapp para comunicarse sino para alternar y alternar es algo que se nutre de la imprecisión. Total: algo que no se entiende y que no se acaba nunca. En mis tiempos a esto se le llamaba hacer un pan con unas hostias. La precisión en el lenguaje ha muerto y no ha sido porque la ciencia se haya alineado con las tesis de que todo es probabilístico, mera posibilidad, sino porque la imprecisión justifica la irresponsabilidad. Nadie quiere responsabilidades, empezando por los políticos y, siguiendo su ejemplo, el resto de la población. Decía Lacan que el amor es darle algo que no tienes a alguien que no lo quiere. La frase ya no se aplica al amor sino a la comunicación: Comunicar es decir algo que no sabes expresar a alguien que no lo entendería ni siquiera si estuviera bien expresado. Esa es la esencia de las redes sociales. El postureo recíproco: yo finjo lo que no es y tú finges que lo entiendes. Pura simulación. Lo de “virtual” no quería decir inmaterial; quería decir ajeno a la realidad, a la responsabilidad.
El desgarrado. Octubre 2024.