» 29-04-2025

Reflexiones tipográficas 397. Lecciones de política alternativa 103-2. El conflicto judío-palestino.

Acabados todos los argumentos y todas las explicaciones, exhausta la historia y la filosofía de posibles racionalidades, el genocidio palestino a manos de los israelitas (y con el apoyo abierto y militante de la UE y de USA… además de un ciento de naciones más) continúa. La presencia de Trump (un payaso fascista y populista que ni siquiera esconde su ambición, su incultura y sus bajos instintos… tal como hacen el resto de los políticos) en la Casa Blanca no ha mejorado las cosas (¡por el contrario: las ha empeorado… diría Rajoy!). El proyecto de la Riviera de Gaza simplemente añade un toque (un brochazo) de surrealismo a un personaje pintado de por sí a grandes rasgos. No es normal que la opinión pública (civil, diría) esté masivamente en contra hasta el punto que los sionistas de siempre han callado -por una vez- sus voces tan prestas siempre a enarbolar la bandera de los oprimidos judíos, apabullados -tal vez- por la enormidad de los hechos. LLamadme, pues antisemita, si es así como lo veis, pero no me llaméis teocida o genocida porque ese honor les corresponde a ellos. ¿O hay otra manera de enfocarlo?

 

Nada tengo contra el pueblo judío o la nación israelita. ¡Otra cosa sería hablar de sus dirigentes pero en eso no me distinguiría de la desconfianza que me produce cualquier dirigente, cualquiera que opta por arrogarse el liderato, postularse como salvador de la patria! Del primero espero que se comporte como antropológicamente corresponde a un pueblo y del segundo que se avenga a unos derechos humanos que son lo único tangible de un concierto de intereses internacionales dictados por el imperialismo. Pero como ciudadano del mundo, como perteneciente a una especie pretendidamente racional, debo decir que me apasiona entender que coño pasa con los judíos. Y esta vez he encontrado razones en la biología leyendo una publicación de RBA sobre el cerebro (“Las emociones” en la serie “Secretos del cerebro”, José Ramon Alonso Peña, RBA coleccionables 2017) En otras ocasiones -en este mismo foro- he escudriñado las peculiaridades del pueblo judío: su condición de pueblo elegido por Dios; su difícil territorialidad, su inseparación Iglesia-Estado, su ancestralidad militante, su iconoclastia, su escasa popularidad en el concierto mundial -achacable a algo más que a la envidia por su talento y su riqueza-, incluso ese victimismo militante que convirtió el horror nazi en simpatía por las víctimas y que no solo es victimismo sino deuda universal esgrimida contra todo y contra todos. 

 

Aunque la publicación a la que me refiero es de biología las tesis que se desprenden pueden bien ser tildadas de sociológicas. El argumento es el siguiente: Los sentimientos son universales en su distribución geográfica, sus características y sus manifestaciones. Incluso podríamos decir que es lo único universal que podemos encontrar que trasciende de lo biológico a lo sociológico. La universalidad es el hallazgo de equivalentes válidos para todos (universales)., Podríamos definir la sociedad como la equivalencia universal de los individuos, de donde podemos deducir que los sentimientos son la base sobre la que se construye la sociedad. No es así para los animales para los que los sentimientos y las emociones son complejos reactivos de comportamiento cuya universalidad se reduce a que pretenden la supervivencia y que están presentes en todos los animales. Nada que ver con la sociedad. Cuando el logos (la razón) emerge en la evolución la ley de la especie (la evolución como razón) cede su lugar a la razón individual, ocurren varias cosas: la razón ocupa el espacio de la evolución como rectora de los destinos de la especie; los sentimientos deben buscar nuevos cometidos si quieren sobrevivir; la razón amenaza seriamente la socialidad incipiente que ya manifestaban los grandes simios. La solución (que conviene a todos) es el reciclado de los sentimientos a funciones de reforzamiento de la socialidad. Estamos en la esquizofrenia de la individualidad/sociedad pues si la equivalencia universal social instaura la igualdad, la razón propugna un destino individual que es la trascendencia (ninguna religión promete un paraíso comunal, social). La razón individual es la libertad, la facultad de cada uno de decidir su destino individual. No es difícil ver que la igualdad y la libertad solo pueden que chocar. El reciclado de los sentimientos a aglutinador social, no resuelve el problema  (aunque salva el culo a los sentimientos). Se hace necesario otro mecanismo que armonice igualdad y libertad: la democracia: iguales al votar, como cuerpo elector y libres de escoger al representante que cada uno decida. Lo de la soberanía del pueblo hace referencia a eso: iguales y libres… la cuadratura del círculo. Y os preguntaréis ¿donde ocurre todo esto? ¿cómo se calza en una situación socio-biológica? La herramienta la propone la razón.

 

En cuanto la razón aparece el ser humano fantasea, predice un futuro idílico lleno de bienes, entrelaza el deseo y la facultad de predecir: es el relato, que cuando se realiza interiormente llamamos fantasía. El relato que se cuenta al rededor del fuego, que dará lugar a la poesía, la literatura, el cine y -por supuesto- al sueño americano. El relato es una estructura de realidad, es verosímil y para una mente no todavía madurada, es mejor que cualquier ideología (entiendo por ideología la cohesión del grupo por afinidad de ideas -libertad- y no por parentesco -biología-). El relato todo lo tiñe, desde la cosmogonía a la teología, desde los orígenes hasta el futuro épico o epopéyico. La fantasía anida en la mente del ser humano con la fuerza de una razón: el mito. Unida a la teología, construirá la mitología: una lógica de leyenda en la que seres humanos y dioses conviven hasta que Ulises entroniza la razón (el ingenio) y acaba con su imperio. Ese relato interior (concious line) -que en el SXX invadió la literatura alcanzando incluso al realismo fantástico- es donde todas las teorías se cuecen, donde todas las fantasías resultan posibles. Llamadlo inconsciente si queréis… pero -en gran manera- es consciente y bien consciente. 

 

El pueblo judío alcanza todos estos cambios con rasgos diferenciales. El pueblo elegido es una historia de salvación (no otra cosa es el paraíso) común. El pueblo elegido no es una nación: Israel, sino una comunidad: el pueblo en bloque. Ello implica que no existen responsabilidades individuales y que el resto de pueblos no pueden salvarse. El único tipo de evangelización posible es la guerra santa (que luego retomarán los mahometanos). Si quitamos la responsabilidad individual y excluimos a todos los pueblos -para su desgracia- no elegidos ¿que podía salir mal? La trascendencia es una empresa común (a los componentes del pueblo elegido) y ajena a los otros pueblos. Así las cosas los judíos forman un conglomerado: etnia, religión, nación política, indivisible. Mucho antes que el calvinismo, erigen la individualidad como un rasgo apetecido por dios, pero no buscado por el ser humano. Se hacen ricos y sabios por agradar a Dios. Como los mahometanos resumirán: “¡Dios lo quiere!” De hecho fundan la primera democracia (la primera soberanía del pueblo): el pueblo es un solo individuo, una sola voz, una sola voluntad y su salvación se realizará en común sin que cualquier acto deplorable como la guerra, el genocidio de otros pueblos o la muerte de Dios, les pueda ser adjudicado individualmente. Los individuos son el pueblo y el pueblo es Dios. Como luego los políticos buscarán a toda costa, se erigen en irresponsables. Por eso son iconoclastas: por la imposibilidad de representar a todo el pueblo en una imagen… aunque bien mirado, el espectáculo de Gaza arrasada por las bombas da un sólida estampa de lo que un dios justiciero es capaz de hacer. El patriarcalismo dimana de todo esto. Dios es el padre de una familia cerrada, que gobierna, como si de tal se tratara: machismo, respeto, veneración, idolatría, unidad. El padre es Dios, el resto sus siervos. 

 

El pueblo judío no hizo la transición del mito a la razón. El peso de la Biblia (¡ahí es nada ser el sujeto de la historia sagrada!) le ancló en una ancestralidad, en un todo revuelto: etnia, religión, nación, en una singularidad de pueblo elegido por Dios, en una indivisión Iglesia/Estado, en un “Malestar de la cultura” (Freud) que ha dado unos frutos no queridos: los genios, los traidores al espíritu de la turba, de la masa, del anonimato, y un amor desmedido por la imagen cinematográfica, compensación deslumbrante de su iconoclasia. Milner tenía razón cuando afirmó que la presencia de los judíos era insoportable para los europeos. Era la imagen del pasado continental que Europa quiere olvidar a toda costa: del patriarcalismo, las guerras de religión, el oscurantismo, el fanatismo y la inquisición, la intolerancia. Todo eso los judíos lo esgrimen con orgullo cuando los europeos solo quieren olvidarlo y por eso contemplamos impávidos el holocausto: porque la desaparición de los judíos era la manera de borrar un pasado que ellos reivindicaban como presente. Pasar página era pasar del holocausto y de los judíos y eso no era lo que querían. Querían la presencia del horror histórico reivindicada como sustancia del pueblo de Dios. Y por eso no han dudado en repetirlo. 

 

El líder de la “primera” democracia del mundo -tras instar un golpe de Estado para recuperar por la fuerza lo que había perdido en las urnas, nos expone su programa de gobierno: anexionarse Canadá y Groenlandia, la guerra sucia comercial (arguyendo que todos se aprovechan de ellos), la conversión de un Estado en un “ressort” turístico (el solo enunciado induce a la risa… si no fuera por los cien mil muertos que quedan detrás), el desbaratamiento de toda institución y toda idea dedicada a procurar un planeta sostenible, el racismo ampliado a mucho más que el color de piel, “the male first”, acabar con las guerras por la fuerza (¿la re-guerra?) y, por supuesto: dando la razón al invasor (de que otra manera justificar sus anhelos expansionistas). La ley del chulo: prostituir a los demás por la fuerza, expoliarlos, denigrarlos. ¿Qué decir de esa guerra santa, de religión que ha emprendido Israel? ¿Qué decir de ese Parlamento que parece un concilio folclórico-religioso. Quizás si les reconociéramos lo que ellos piden, el estatuto de estado-religión-etnia ancestral instalada en el mito: el pasado de Europa; la historia sagrada de nuestro continente, ¡ah! y el estatuto de víctima universal cuya reparación infinita caerá sobre nuestras almas hasta la eternidad, podríamos salvar algún palestino… si todavía quedan, pues el objetivo de Israel es el de acabar con todos. No sabemos si el “ressort” será solo para judíos o también para sajones. En cualquier caso sabemos que se llamará algo así como “The amazing Good coast”. Desde luego “La riviera Gaza” queda descartado. Con estas democracias ¿quién puede reivindicar el anarquismo?

 

El desgarrado. Abril 2025.

 




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