» 01-08-2024

Señoras y señores 108-2. Mujer y deporte.

Hombres y mujeres somos distintos y por tanto esa diferencia debe aflorar. El hombre se ha aprovechado tradicionalmente de esas diferencias para forzar la desigualdad. ¡Feo, muy feo! Y ese proceder ha sido tan generalizado que la mujer ha asociado diferencia a trato diferencial. Por lo tanto ha optado por la igualdad (imitar al hombre) como único medio de que el trato fuera -en correspondencia- igualitario. El vestir potencia el atractivo de la mujer, de modo que su fin natural (biológicamente) se produzca más fácilmente.  En reacción el hombre tilda ese comportamiento vestimental de provocación y, es tan débil su voluntad que cae en cualquier tropelía arrollado por el atractivo irresistible. Naturalmente no ha procedido de esa manera cuando al hombre le ha convenido alguna “desigualdad“ de la mujer. Por ejemplo en el vestir. Y al decir el vestir me refiero al  tratamiento del cuerpo en general: esteorotipo, canon de belleza, infantilismo, culomasculinidad, maquillaje, aderezos, etc. Y de ahí vino la mujer florero u objeto, que es una injerencia del hombre en la libertad apariencial y comportamental  de la mujer. Desde cada puesto de poder, el hombre ha decidido el canon de belleza y la moda en su propio beneficio lo que hace muy difícil de creer lo de la provocación.  Hasta la reacción que se produjo al caso de “la manada”, los jueces consideraban un atenuante de violación o malos tratos la fuerza irresistible del atractivo femenino (aunque no figuraba en la ley). La policía se negaba a tomar declaración en los casos de malos tratos o de violencia sexual, disuadiendo con buenas palabras de formalizar la denuncia. El consentimiento sufría parecido atropello pues siempre se encontraban indicios de que había consentimiento, hasta el punto que si una mujer consentía en un momento dado ya no podía volverse atrás. La ley del “sólo sí es si “supone un avance importantísimo en la apreciación del consentimiento. Y un límite para aquellos que creen en su superioridad estructural.

 

¿Hay algún otro campo en el que se manifieste la diferencia? Hay otros campos pero no manifiestos. La mujer -ante un macho dominante y despótico- se ha refugiado en el micropoder, en la resistencia en los pliegues del poder masculino. El reparto del poder en el hogar (en la vida civil las mujeres no existen) es significativo. En el primitivo pacto de asociación el hombre se ocupa de la alimentación, la defensa y la protección de la familia y la mujer del cuidado de la casa, la prole y los enfermos y ancianos. Las decisiones importantes (grandes compras como la casa o el coche, el lugar de residencia, la supeditación de la familia al trabajo del hombre…) competen al hombre al que está supeditado la mujer en obediencia , cuidado y fidelidad como decía la antigua fórmula. Las decisiones cotidianas (intrascendentes) competen a la mujer. La mujer es inferior al hombre y por tanto excluida de las grandes decisiones. Pero esas decisiones le competen tanto como al hombre y desde una posición conciliadora influye en el hombre para que sus decisiones sean las mejores para la familia: las armas de mujer. Este reparto es estable hasta que -en el SXVIII) el hombre incumple el pacto y comparte con la mujer su cometido de alimentar (y en ese sentido) proteger a la familia. El impacto social es enorme y solo posible por la reforma del mercado laboral que han producido las luchas sociales que, aunque fueron solo de los derechos laborales del hombre, de forma indirecta afectaron a las mujeres. La integración de la mujer al mercado laboral era consecuencia de la industrialización que había hecho acto de presencia antes de la revolución francesa. No olvidemos que cuando Marx, en el SXIX, inicia la lucha las mujeres y los niños trabajan en larguísimas jornadas laborales, en pésimas condiciones de salubridad. Pero el nuevo reparto establece de facto que los trabajos de las mujeres sean los peores y los peor pagados. Aparecen los trabajos “femeninos”, siempre relacionados con el cuidado: servicio doméstico, cuidado y alimentación de niños, cuidado de enfermos (enfermeras), cuidado de ancianos, educación (maestras), ayudantes de cocina y limpieza en una industrialización de las labores del hogar. La ruptura del pacto tácito debería haber traído como consecuencia una mayor participación del hombre en las tareas del hogar pero no fue así. El trabajo femenino fuera de casa supuso la liberación del hombre de su pacto de asociación. Las diferencias laborales también existen por géneros, pero por aplicación de desigualdades intolerables. Ese será el modelo de todas las diferencias de género: la ley del embudo.

 

Pero lo que se resquebraja en el SXX es la familia nuclear, el bastión que había permitido a la especie humana colonizar todo el planeta, aumentar la demografía por acortamiento de los plazos entre hijos, y democratización del acceso al sexo de los machos no dominantes… con el correlato de la fidelidad, que garantiza a la mujer la familia única y al hombre la certeza de su descendencia. Y es el individualismo el agente disgregador. El hombre había trampeado su fidelidad vistiéndola de necesidad imperativa e irresistible, lo que no le impedía lavar su honor, por su propia mano cobrándose la vida de la mujer adúltera. Y esa revolución de los machos no dominantes -a la que se añade la presencia de la mujer en el trabajo y una incipiente literatura que pregona la libertad de los oprimidos, convierte el amor-sexo en una revolución individual imparable. Las facciones tradicionalmente sojuzgadas: mujer, altersexual, colonizado, clases, empiezan tímidamente su emancipación y, para todas, la familia nuclear es el enemigo a batir pues representa social y sexualmente la represión. La píldora, al desconectar el sexo de la procreación libera las relaciones, y el preservativo, que ataja las enfermedades de transmisión sexual, son los vectores de esa revolución  que se generaliza pero tiene un efecto indeseado para el hombre: pone en manos de la mujer la decisión procreadora. Y para una mujer que trabaja dentro y fuera de casa, con una carrera profesional dificultada por el hombre, sin ayuda en el hogar, la decisión es la de reducir el número de hijos. El principal fin de la familia nuclear, el aumento de  la demografía,  se deshace como un azucarillo y se impone la importación de mano de obra lo que supone la revancha (pírrica) de los colonizados que invaden occidente. La libertad (desde el divorcio al relajo de las costumbres) trae consigo formas de familia desconocidas… pero extensas, en las que las tesis nucleares son imposibles. Es el fin de la familia nuclear que produce la reacción ultraconservadora que trata de evitar a toda costa la evolución de la sociedad. El irracionalismo fascista (patria + análisis sesgado + violencia + pragmatismo + coraje), filorreligioso y  retro, se impone entre los que no aceptan el sesgo que han tomado las cosas y sus objetivos son los previsibles: mujer, altersexuales, colonizados, clases, todos deben volver a los límites de los que nunca debieron haber salido.

 

Las diferencias que deberían aflorar naturalmente: deportes, aficiones, ocio, pensamiento, etc. y procurar por tanto un trato diferencial, quedan reducidas a la igualdad desigualitaria: la única igualdad posible es que la mujer sea igual al hombre, porque el hombre es el modelo ideal. Para nada la igualdad recíproca. Para la lógica, la igualdad es el resultad de que uno sea mayor que el otro (incluya al otro) y viceversa. En nuestra sociedad, la mujer debe ser igual al hombre, es decir desigual a sí misma. Lo que propone esta igualdad es la desaparición de la mujer en el género único. Si no biológicamente sí, desde luego, socialmente. El sueño del género único está hoy más cerca que nunca. El pensamiento metafísico invasivo del hombre no acepta otra igualdad que la modelización de la sociedad a su imagen y semejanza. La disyuntiva propuesta es simple: ¡o como yo, o nada! La intransigencia del hombre -que ya se ha convertido en reacción airada- apunta a que la mujer -sin otras opciones- luche por un pensamiento netamente femenino, en franca oposición al masculino. Cuando con la aparición del logos la mujer fue desalojada por el hombre del poder, del saber y del maestrazgo, ésta no luchó por reivindicar un pensamiento propio. Fue una decisión pragmática pues la mujer no vio la necesidad de oponerse a aquel pensamiento especulativo y analítico incipiente que el hombre había desarrollado para desbancar a la mujer de su ancestral posición de poder, saber y pedagogía. Visto con perspectiva fue un error porque el hombre cogió impulso y estableció su supremacía mediante un pensamiento falocentrista y heteronormativo. Visto el resultado, reconsiderar aquella decisión no parece irrazonable. Pero será muy costoso porque será la guerra. Lo único razonable sería emprender juntos la tarea y establecer un pensamiento mixto que pueda satisfacer las aspiraciones de ambos. Pero será difícil pues el hombre -en su radicalidad- prefiere luchar que pactar.

 

Si hombres y mujeres son diferentes sus deportes no deberían ser los mismos como no lo son sus aficiones, sus lecturas, su forma de vestir o sus intereses sexuales. De buenas a primeras todo reconoceríamos que somos distintos, ¿por qué entonces esa pasión por unificarnos? Hoy en día la política reconoce que la igualdad es tratar de forma diferente a los desiguales. Así lo dicen las Constituciones. ¿Cómo es posible que lo que ha reconocido la política no se haya reflejado en lo social (o más específicamente en el género) de forma fehaciente? En el reparto tradicional de: a tí la fuerza y a tí la gracia, los juegos de los niño/as se hicieron radicalmente distintos: la violencia y la agresión para los niños y la gracia y la mesura en las niñas. Cada uno practicaba el juego y el deporte que más se avenía con sus intereses de especie dimórfica. Cada uno exhibía sus encantos dirigidos a establecer la familia nuclear que convenía a la especie. Lo que no era óbice para que la libertad individual de cada uno lo llevara por los caminos que su voluntad deseaba. Ser hombre o mujer son tendencias, gradualidades, límites de comportamiento al servicio de un -eludible individualmente- fin biológico. Lo que no quita para que la sociedad eche el resto para que ese fin biológico se cumpla, y de ahí los estereotipos, no siempre atinados. Lo biológico, lo social y lo individual se entrelazan de forma inextricable. La naturaleza no es partidaria de dejar las grandes decisiones, que afectan a la especie, en manos de los individuos, y la procreación y la viabilización de los nuevos individuos de la especie  es condición de posibilidad de ésta. Total, que los niños juegan con armas y las niñas juegan a cuidar, que más allá de estereotipos son las credenciales de cada uno de los géneros en su interacción con el otro.  Los niños quieren saber como funcionan las cosas y despanzurran sus juguetes; las niñas inventan situaciones en las que podrían encontrase y se curten desarrollando respuestas adecuadas. Análisis y síntesis que sin ser inexorables son tendenciales. 

 

Y el deporte es un juego. Para los animales el juego es “como si” se desenvolvieran en la vida real, un ensayo, un aprendizaje de las situaciones que la vida les deparará. Una manera de aprender a luchar y a huir indoloro, una representación, un ensayo de la vida adulta. Para los humanos también: los hombres aprenden a luchar y las mujeres a cuidar: sus roles biológicos ancestrales. ¿Podemos superar esos límites? como individuos, con nuestra libertad; como especie, al precio de nuestra desaparición. La evolución ha previsto nuestra pervivencia merced a los miles de intentos fallidos que se quedaron en el camino y que no transmitieron sus genes. La evolución es una forma de pensar en lo real (manipular) que es, a la vez, acción eficaz. Nuestro cerebro (el sustrato físico de nuestra mente, de nuestro pensamiento) nos recuerda que no solo somos el punto evolutivo en el que estamos sino que existen dentro de nosotros todos los estadios anteriores y el cerebelo, la hipófisis, el hipocampo, la amígadala, etc, no está dispuestas a ceder en la supervivencia a veleidades personales por modernas que sean. Somos lo que somos y ese “somos” es una suma. Animales y humanos, racionales e irracionales, volitivos y determinados. Somos dinámicos y solo la muerte (o la ultraderecha) nos devolverá al estatismo primigenio. El deporte es lucha simbólica, no se puede separar de su fin natural: ganar, más o menos civilizadamente, pero ganar. ¿Por qué entonces existen poquísimos deportes de género (gimnasia artística, natación sincronizada…) y una pléyade de deportes unisex? Por imitación. Porque la mujer cedió el impulso de la invención a los hombres y se conformó con aceptar o rechazar sus propuestas. No lo hizo de buen grado. Fue una imposición pero así están las cosas. El SXX con el trabajo de la mujer fuera de casa, la revolución sexual, la píldora, el individualismo ha roto la familia nuclear (el pacto de roles) y ha enfrentado los sexos e iniciando la asimilación del sexo femenino por el masculino: la mujer tiene que ser como el hombre: agresivo, violento, zafio, descerebrado, guerrero. Sus virtudes tradicionales parecen no servir en la sociedad moderna: sintética, paciente, pacifista, pactadora, respetuosa. ¿Cuanto tardaremos en que la reproducción sea una cuestión de Estado y de la tecnología. Probablemente mucho porque un hijo no es una fecundación (como dice la ultraderecha), un parto (como sostienen los hombres) sino lo que viene después (lo que hacen las mujeres: educarlo y cuidarlo) y que se prolonga años y años. 

 

Hemos perdido (o visto de otra manera: machacado) la oportunidad de que la feminidad se desarrolle en sus propios deportes. La situación es ya irreversible. Si un hombre practicando natación sincronizada o gimnasia artística es un hombre-mujer, una mujer boxeando, levantando pesas, lanzando peso es una mujer-hombre. Está en se derecho… pero es raro. Dice Rippon que hombres y mujeres no se diferencian por su cerebro. Es posible pero no creo que se pueda añadir que piensan igual. Si el género es un constructo social es evidente que el pensamiento es algo más que el simple soporte físico. ¿Cómo se explican las altersexualidades si los cerebros son iguales? ¿Adaptaciones… a qué? El impulso parece venir del interior. ¿Nacen o se hacen? Sabemos poco de estas cosas. Siempre se ha estudiado el cerebro (la mente) por sus manifestaciones, por sus síntomas, como las enfermedades. Las nuevas técnicas directas prometen grandes descubrimientos. Es perfectamente posible que esté equivocado (y si alguien sabe algo en lo que no he reparado, le agradecería que me lo comunicara). No para discutir sino para aprender. Me gusta un mundo en el que mujeres y hombres son diferentes, no en derechos o en oportunidades sino intrínsecamente (o quizás adaptativamente de alguna forma que no se imaginar). Hablar con alguien que piensa diferente me parece enriquecedor. Entre hombres la palabra es otra forma de lucha, de dominación. Es agotador. Si más no, estoy por la diversidad. ¡Humanos!

 

El desgarrado. Agosto 2024.




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