» 21-09-2024 |
¿Son los movimientos sociales coherentes con los planteamientos intelectuales del hombre? No del ser humano, sino del hombre. Si bien es cierto que la mujer fue expulsada del saber y del maestrazgo también es cierto que nunca puso un gran empeño en ser readmitida. Su posición ha sido durante milenios de desinterés. La aventura del mono loco le ha parecido siempre ajena, distante, ¿descabellada? Hoy las cosas podrían parecer diferentes: la mujer reclama una igualdad que en otros tiempos no le pareció empresa suficiente como para rebelarse. Cierto es que el hombre ha incumplido su pacto biológico de alimentar y proteger a la familia nuclear, mandando a la mujer al trabajo extrahogareño y ¡pacta sum servanda! Solo por eso estaría justificado que la mujer exigiera compensaciones. Tampoco es ajeno el tema de la contaminación. La igualdad que el hombre le ha ofrecido a la mujer es que se convierta en igual al hombre sin que él cambie su posición de modelo a seguir y esa mezquina posición se le ha vuelto en contra: la mujer piensa como el hombre y por tanto trata al hombre como aquel mismo trata a la mujer: como un objeto, como un instrumento para alcanzar unos fines que han resultado inasequibles a la contaminación. Las mujeres son un pueblo galo que resiste al asedio de los hombres (los romanos) merced a una fórmula mágica que aquellos no poseen pero que solo Obelix (el feminismo militante) posee permanentemente. Las demás deben rearmarse de pócima cuando la presión de los hombres se acentúa y como en el día de la marmota esa situación se restablece, al principio de cada capítulo. La contaminación por los hombres es evidente pero también lo es su irreducible independencia reiterada en la sentencia ¡están locos estos romanos!
La sacrosanta razón (y así la enuncio porque su alianza con los representantes de lo sagrado es evidente), demuestra su impotencia para comprender la sociedad, una y otra vez. Episodios como los de liberación espontánea (los felices veinte, el mayo del 68, la caída del muro de Berlín y del comunismo…) no encuentran explicación (o encuentran tantas que resultan inoperantes). Pero la metafísica en cuanto sistema de pensamiento masculino adolece de no saber enfrentarse a multitud de facetas del ser humano como para ser considerado universal: el amor, el humor, el candor y el juego no tienen cabida en la razón, como tampoco lo tiene la dominación que en vez de desparecer se ha reorientado a campos más sutiles como la dialéctica. la pedagogía, la estrategia militar o la estulticia política. Vivimos las guerras (hoy, en Europa: la de Ucrania y la de Palestina) como si fuera una situación normal, como si el exterminio de pueblos enteros fuera connatural a la razón. Hemos aceptado el capitalismo como el único sistema social posible (porque va mucho más allá de lo económico) como si la desigualdad que predica (todos pueden ser millonarios… o poderosos) se pudiera cumplir para todos durante todo el tiempo, cuando la única lectura posible es: tú puedes ser uno de los poderosos que oprima al resto… evidentemente si perteneces a alguno de los grupos de presión que los sustentan: aristócratas, ricos, fuertes, sabios, viejos, hombres-blancos-cristianos, o comerciantes de elite… Vivimos alegremente inmersos en la violencia como parte esencial de la ecuación seguridad/violencia. Se nos ofrece la libertad y la igualdad como estación de llegada de un tren que -por definición- no parará nunca. Y no sigo porque me dan arcadas, no porque no haya mucho más que denunciar.
La gran justificación de la inevitabilidad e inoperancia de la razón es que no hay otra cosa. Como la democracia, la violencia, la dominación, la desigualdad, el género único. A añadir a esta justificación: la tecnología, esa exuberancia científica que nos ha dado tantas alegrías y que nos ha sumido en tantas desgracias ¿Es así? O simplemente los árboles no nos dejan ver el bosque. El triunfo de la razón se produce sobre nuestra naturaleza emotivo-sentimental. La misión primordial de la razón es aplastar la deriva emocional, pasional, animal. Ahora que los hombres empiezan a llorar por exigencia de la humanidad de los informativos, quizás sería el momento de reivindicar ese mundo emocional que la razón arrancó de cuajo. ¡Por cierto! si los informativos siguen aumentando su cuota de “noticias de interés humano” quizás deberían cambiar el nombre de informativos a “emotivos”. Pero no. Solo hace falta cambiar el sentido de lo significa humanidad: nuestro sustrato animal… además de nuestro zenit racional. Y en eso estamos inmersos, en cambiar el nombre de las cosas en vez de cambiar las cosas. Esa actitud política afectada de parálisis motora y depositada en su totalidad en la lengua, en la facultad explicativa. La causalidad que tantas alegrías nos prometió de la mano de la razón se ha diluido. Los fines “naturales” desaparecen a manos de los espurios (su condición de existencia): el fin de un periódico no es informar sino vender diarios; el de un político no es mejorar la vida de la gente sino ganar elecciones para afianzar la poltrona; el fin de un religioso no es asegurar la otra vida a los fieles sino mejorar la suya propia, aquí y ahora.
La palabra que mejor define nuestra “civilización” es la explotación. Se explota todo: las personas y el planeta, el ser humano y el mundo. Se establece la desigualdad tanto al robar la plusvalía del trabajo o someter la libertad del ser humano, como al adueñarse de los recursos del planeta sobreexplotándolo por encima de su posible regeneración (contaminación, extinción, sobrecalentamiento,…). Hemos alcanzado el límite de no retorno: la sobreexplotación avanza más rápido que la regeneración. Regeneración que se cacarea de todo… incluso de la ética y la política… pero que no se ataja en nada. Y el cacareo es cada vez más ensordecedor. El pensamiento masculino: la razón ya ha demostrado su ineficacia… pues no se puede aseverar que el sistema es bueno pero se ha aplicado mal: la aplicación es la consecuencia del diseño. El momento de la regeneración ha pasado. En el más puro espíritu masculino solo queda destruir lo hecho y empezar de nuevo… en un último gesto épico al más puro estilo masculino/occidental. ¡Pero, por favor! que nadie deje acercarse al hombre al proceso. Su incapacidad ya ha sido demostrada. Es el momento de dar paso a otra forma de pensamiento: el femenino, sin ir más lejos (¡del género!) aunque bien pudiera aprovecharse la ocasión para invitar a otros como la altersexualidad, el anticolonialismo, la minuscapacidad. ¡Cualquier cosa menos el mascotismo que no deja de ser dominación mezclada con eugenesia y autobombo!
El desarrollismo da muestras de agotamiento. Los jóvenes se plantean que no merece la pena trabajar si eso no te compensa con una vida “vivible”. Y eso -antes de que la robotización prescinda de millones de empleos- es una revolución. Lo de trabajar a cualquier precio, por un estándar de vida dictado por el consumismo hace aguas. La jerarquía de valores de los jóvenes se aleja del ideal capitalista por primera vez en siglos. Hará falta demostrar si esa vida “vivible” es tan dependiente del dinero como lo ha sido hasta ahora. El ideal de una buena profesión o un buen trabajo se tambalea. La explotación se va a producir en cualquier caso por tanto hay que buscar otros ideales de vida. Si el trabajo es una mierda la cuestión es encontrar compensaciones fuera del ámbito laboral un arrojar la toalla de la lucha laboral y sin embargo podría ser la única manera de afectar seriamente al sistema capitalista. Y las que más sienten esa nueva inquietud por una vida “vivible” son las mujeres, hartas de techos de cristal y de acoso laboral. ¡Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe!
El desgarrado. Septiembre 2024.