» 30-09-2024 |
En distintas entregas he comentado el tema de las diferencias entre hombres y mujeres, diferencias que por supuesto no justifican minusvalidación de derechos y oportunidades. Pero esas diferencias tienen consecuencias, que es lo que quiero comentar hoy. La naturaleza encomendó distintas funciones a cada miembro de la pareja: protección y alimentación de la unidad familiar al hombre y gestación y cuidado de la prole, a la mujer. Todo funcionó perfectamente hasta que llego el logos y el hombre cambió sustancialmente las cosas de acuerdo a sus intereses: borró a la mujer del saber y del género y la condenó al eterno papel de aprendiz de la única fuente de saber que era -desde entonces- el propio hombre. Es un cambio cultural (político, podríamos decir) que nada tiene que ver con las disposiciones biológicas y que, por el contrario, las contradice.
Que ambos miembros de la pareja (familia nuclear) tuvieran las mismas cualidades (la igualdad) era un despilfarro que la naturaleza no tenía por qué cometer, y no lo hizo. Dotó a cada miembro de cualidades complementarias de modo que la suma fuera la más conveniente para la unidad. A partir de aquí habría de entenderse la familia nuclear como una nueva unidad (supraunidad), como una simbiosis en la que se establecía un vínculo biológico y no un simple apareamiento circunstancial como en la mayoría de los mamíferos. Pero la tensión individuo/sociedad que el propio logos (con el ensalzamiento del hombre como rey de la creación y culmen de la evolución) propicia, dificultó las cosas, tanto como individuos que como género (borrado como se ha dicho). Las diferencias promueven la especialización en cometidos específicos y el cometido de dirigir la unidad familiar se lo autoadjudicó el hombre. De nuevo la mujer -con un talante más pacífico- cedió en este punto lo que empoderó al hombre, que se instaló en su papel preponderante en absoluto justificado por la situación.
De esta manera la especialización -que debiera haber redundado en un mejor funcionamiento de la familia nuclear- se convirtió en dominación, para la que el asunto del borrado de la mujer del saber y del género era un paso esencial. El cometido del hombre se agrandó y el de la mujer se empequeñeció, hasta extremos ridículos como la irracionalidad de la mujer y su expulsión de las labores directivas. La tensión individuo/sociedad y género masculino/género femenino fue una victoria aplastante para un género -el masculino- al que su cometido de guerrero había facilitado las armas y el arrojo, y la mente especulativa la justificación. Lo que debió ser un reparto equitativo de funciones en beneficio de la unión familias se convirtió en un ejercicio de dominación y sojuzgación que desvirtuó el diseño efectivo de la famiulia nuclear como el núcleo de la socialidad del ser humano y de su triunfo como especie dominante a nivel intelectual, reproductivo, cultural, etc. La sociedad se convirtió en un ejercicio de dominación profundamente desigualitario en el que los individualismos (por iniciativa en el caso del hombre y por reacción en el caso de la mujer) desvirtúan la asociación.
Es desde la complementariedad que debe entenderse las diferencias y no como hechos diferenciales que justifiquen tratos diferenciales desigualitarios. Pero -al teñirse las diferencias de personalismo individualista- se desdibuja la colaboración que se convierte en lucha por la autonomía individual. Un caso particularmente sangrante es cuando la oferta de colaboración es entendida como ejercicio de superioridad. No conozco a nadie que ante una indicación como ¡cuidado que viene un coche por la derecha! no conteste ¡ya lo se! Aún cuando las ofertas de colaboración pueden ser lecciones encubiertas, negarse a aceptarlas es abrir el campo a que -aunque solo fuera una vez- la oferta fuera crucial para la seguridad. En general -recuérdese que todas las diferencias entre géneros son tendencias y no valores absolutos- las mujeres son mejores en los detalles y los hombres en los planes generales. Entendido como colaboración cada uno debería ajustarse a lo que mejor hace y dejar a los demás lo que ellos hacen mejor. Pero no es así. Nuestra conciencia nos dice que todo lo que hacemos es mejor que cualquier cosa que pueda venir de otro. No solo eso sino que solemos descartar las opiniones de quien se ha equivocado una sola vez en una apreciación para cualquier colaboración futura sobre el tema en cuestión. A eso debemos añadir que nuestros errores nos parecen disculpables (y a ello nos afanamos) mientras que los de los demás son errores inadmisibles y definitivamente excluyentes. La prudencia (no pensar que los demás no saben nada) y el respeto (no avasallar al mínimo indicio) parecen las mejores estrategias. Cada vez que alguien nos ofrece su colaboración (y en automóvil eso es continuo) deberíamos entender que trata de ayudar y no de dominar… aunque la posición de dominación no es descartable.
El sentimiento de superioridad -que hace que desdeñemos las opiniones de los otros o su oferta de ayuda-. no solo es una cuestión de género sino también de edad, de cultura, de raza, de autoridad, de clase, de procedencia, de orientación sexual, etc. es decir, es un sesgo de prejuicios bien establecidos en nuestra sociedad en la que todos estamos clasificados en un escalón jerárquico determinado. Racismo, clasismo, misoginia, xenofobia, autoritarismo, machismo, homofobia, son actitudes habituales en nuestra sociedad por más que las palabras sean condenadas con firmeza. No es lo mismo condenar las palabras que evitar los actos, y en eso nos perdemos. Nadie se reconoce machista, ni racista, ni imperialista en una sociedad en la que la minusvaloración de los otros es continua hasta el punto que puede figurar en los programas de ciertas facciones políticas. Los maestros tratan a los alumnos de ignorantes irredentos, los hombres se sienten superiores a las mujeres por definición, por el hecho de ser hombres, percibimos la inmigración clandestina como un problema cuando el 90% de los inmigrantes llegan a España en avión. Los abuelos son tratados por sus hijos como inútiles para otra cosa que para las cosas más elementales como hacer recados o estar presentes (la pensión tampoco se rechaza). Tememos que los altersexuales o los trans sean perversos corruptores de la niñez a quienes no se debería permitir adoptar o acceder a la paternidad por medios más directos.
Somos demasiado frágiles como para que sea más importante la verdad que el respeto. Con ser importante la verdad no es una patente de corso para insultar, molestar o humillar a nuestros congéneres. Es evidente que vivimos en una sociedad crispada en la que los nervios están a flor de piel y eso redunda en una convivencia más difícil, pero eso no cambiará con el tiempo por lo que habremos de aprender a convivir con ello. Cada vez más caen las caretas de los que a duras penas pueden controlar su soberbia, su desigualitario sentido de la convivencia. Los israelitas han decidido que el humanitarismo es superfluo cuando dios te ampara como “al pueblo elegido” . Tras la operación de limpieza étnica en Gaza ahora se lanzan contra el Líbano. Con la excusa de que son terroristas (excusa que inventó Bush con aquellos eufemismos de: “el eje del mal” , “la guerra justa” y “la defensa de occidente” y que era heredero del colonialismo más acendrado) se han lanzado a una guerra de aniquilación contra un pueblo cuyo único error es encontrarse en el momento preciso en el lugar equivocado: Palestina. Rusia ha decidido que Ucrania es Rusia y obra en consecuencia con una estrategia de tierra quemada en nada diferente de la de Israel. Simplemente: “lo quiero y lo tomo”… pero antes, lo limpio. En un mundo en el que todo el mundo se quita la careta y se lanza a colmar sus apetencias más sórdidas simplemente “porque yo lo valgo” es difícil hablar de respeto y prudencia y sin embargo los derechos (legales) son imposibles de defender (incluso de establecer) sin la flexibilidad que supone la tolerancia, el respeto, la prudencia, en un mundo en el que los políticos fueron los primeros en quitarse las caretas y reclamar la parte más grande del pastel, simplemente porque ellos son los que lo reparten.
El principio de eficiencia/eficacia que los patronos aplican en las fábricas a los obreros para aumentar sus beneficios, también podría aplicarse en las relaciones de pareja y repartirse los cometidos de acuerdo a sus peculiares habilidades respectivas. Si frente a la analítica, racionalidad, agresividad, del hombre en vez de oponer la síntesis, emocionalidad, pacifismo y pactismo de la mujer tratáramos de colaborar, la unidad familiar funcionaría mucho mujer. Las mujeres saben pensar (e incluso luchar) y los hombres saben planchar (cuidar) y si se especializan en determinados papeles de género es por alcanzar la eficacia y no para sojuzgar o dominar. Ni las mujeres puede ser borradas del saber y el género, ni los hombres del cuidado o de las emociones. Lo que no significa que esos papeles en los que son más efectivos tengan que estar escritos en piedra. Si el instinto nos dotó de sesgos y tendencias la inteligencia nos dio la libertad de decisión y el libre albedrío. La especialización solo tiene sentido si no conduce a la dominación ni a la inflexibilidad. ¡Y nos jugamos mucho!
El desgarrado. Septiembre 2024.