» 25-10-2024

Señoras y Señores 116. Hombres 1.

Vaya por delante que suscribo todo lo que voy a decir. De hecho yo mismo he sido el modelo para muchas de mis afirmaciones. Así visto, esto no es una denuncia sino una confesión, un lamento. Mi respeto por los muchos hombres que como yo hemos estado equivocados durante gran parte de nuestra vida, intoxicados por una metafísica machista y un estado de cosas que -como poco- ya nos estaba bien, nos era cómodo… aun cuando sospecháramos que era injusto. Si me refiero a los hombres como un colectivo que me es ajeno es porque realmente me es ajeno. Hombre y machista -aunque parezca mentira tener que decirlo- no son lo mismo, no son equivalentes. La posibilidad de un género indistinto (no binario), si bien será difícil en lo físico es absolutamente necesario en lo mental. La revolución feminista no será posible si no es una tarea conjunta, en la que se impliquen tanto hombres como mujeres. Y no será posible porque si se realiza como confrontación de hombres y mujeres conducirá a un enfrentamiento irresoluble. Si no queremos acabar como dos géneros divididos geográficamente como se hizo con Corea por el paralelo 38 -y con las consecuencias que conocemos- deberemos acometer la empresa juntos. Lo otro es la guerra de los sexos… o la dominación masculina actual. A lo largo de este texto cometeré transgresiones del lenguaje inclusivo. ¡Falta de cosutmbre! En cualquier caso os ruego interpretarlo como menos lesivo sea para los intereses de la mujer.

 

Cómo y por qué se produjo la revolución masculina que expulsó a la mujer de la sabiduría, del género y de la pedagogía (el maestrazgo) es bien sabido. Con la llegada del logos el hombre se apunta a un pensamiento que se aviene con sus características de forma notable: la mente especulativa. La mujer -mucho más práctica- es poco dada a especular. La crianza de los hijos no permite especulaciones porque les va en ello la vida. Lo metódico y lo práctico caracterizan a la mujer tanto como la maternidad. Su natural conservadurismo la aleja de los experimentos y la aproxima a las técnicas de conservación: salazones, ahumados, secados… y sus recipientes: cestos, vasijas, sacos.  La mujer desdeña el logos, el pensamiento especulativo, porque no le aporta nada, obviando que eso fortalece al hombre que con un pensamiento especulativo se enfrenta al mundo con ventaja. Ni que decir tiene que esa posición de enfrentamiento es netamente masculina. En el reparto de papeles que la naturaleza hizo entre unos y otras, al hombre le correspondió defender y alimentar a la familia nuclear (el dispositivo evolutivo que organiza la vida social humana) -ambos relacionados con la violencia y la agresión-… con la confrontación. Para el hombre el mundo es un enemigo al que hay que vencer, sojuzgar, dominar… matar. Nada de eso ocurre con la mujer cuyo papel es -por el contrario-: procurar (gestación y parto) y preservar (educar, alimentar, prolongar) la vida de la progenie. La familia nuclear exige una especialización: agresión-cuidado que la marca. 

 

Por otra parte el hombre desarrolla la cultura es decir la memorización de los resultados de sus enfrentamientos con la naturaleza. Esa memoria no genética, transmisible por la educación permite que cambios -que genéticamente fueran lentísimos- se conviertan en generacionales y eso afecta a unos y a otras. El hombre se arroga la función de crear todos esos registros que determinan la cultura pero esa función no recae sobre todos ellos. A medida que se producen excedentes (lo que implica la agricultura, la ganadería…), algunos hombres son liberados de su función de supervivencia individual y dedicados a tareas no directamente defensivo-nutricionales. Con el tiempo constituirán una casta: los sabios, que se encargarán en exclusividad del hallazgo y el registro de los resultados ganadores en la confrontación con el mundo. Pero el hombre se apodera de ese saber (que solo marginalmente le pertenece) como género, como patrimonio de todos los hombres y se constituye en sabio. La mujer queda excluida de esa sabiduría, simple y llanamente porque se autoexcluyó del logos. Porque hasta entonces el saber obtenido del contacto (y no confrontación) con la naturaleza pertenecía al acervo de las mujeres. Su función de vigiladora de la prole le hace fijarse en las regularidades de la naturaleza, su función de recolectora de frutos, bayas, raíces, etc. le hace clasificar las especies vegetales y animales, es ella la que inicia la agricultura y la ganadería y por tanto la que crea los excedentes. El cuidado de los enfermos le debió introducir en la medicina de las hierbas. El hombre tiene una cultura de cazador, mucho más focalizada en la presa y cómo se comporta, y de las circunstancias de su captura, así como de la creación y uso hábil de las armas con que las abate. Ese monopolio del saber se invierte con la aparición de los sabios que el logos propicia. Si al hombre le corresponde obtener el fuego allí donde se produce, a la mujer le corresponde conservarlo (el hogar) creando un vínculo entre la casa del fuego y la familia que se llamará arquitectura.

 

Pero si esta revolución ocurrió de forma natural, sin torvas intenciones mediante, el siguiente paso: la expulsión del género involucró la dominación. Tenemos al hombre que se ha apoderado de la sabiduría de los pocos “liberados” de las tareas de defensa y alimentación de la familia nuclear. Solo era necesario considerarlo una cuestión de género (y no de unos pocos hombres sabios) para establecer una distinción entre hombres sabios y mujeres ignorantes. La escasa atención de las mujeres por el pensamiento especulativo abona esta decisión: las mujeres son irracionales. Pero ese impulso de la segregación por géneros nutre la siguiente revolución: la expulsión de la mujer del género. Por muy sabio que sea el hombre, la mujer tiene todo el protagonismo en la generación de la nueva vida, su alimentación y su educación. De hecho el vínculo con la madre es tan fuerte que el hijo no se diferencia de ella hasta los dos años. Irigaray señala que esta situación lleva al hombre a iniciar una campaña contra el género femenino como el género maternal… a pesar de lo rocambolesco de la tarea. Toda la esencia de la creación de la vida reside en los espermatozoides (el esperma) y la mujer es un mero receptáculo, una incubadora. La gestación es simulada por el hombre en la “couvade”. La educación del hijo corresponde al padre: el machismo y la violencia. Las hijas son criadas por la madre (o simplemente sacrificadas) para el intercambio de mujeres. Los conocimientos que imparte la mujer son accesorios e incluso nocivos. En definitiva la maternidad (la creación de vida) corresponde al padre y la madre es una portadora circunstancial. Solo existe un género: el masculino simbolizado por el falo: la premisa universal del pene. La creencia en que todo ser humano tiene un pene y si no, es que se lo han quitado o lo ha perdido. La mujer es un hombre capado, un ser incompleto, algo inclasificable…  pero exterior al género.

 

La expulsión de la pedagogía es una cláusula de cierre para minimizar el formidable poder y ascendiente que la madre tiene sobre el hijo, y que no utiliza socio-políticamente. Para el hombre la mujer no tiene ningún conocimiento que no tengan los animales, es irracional y, por tanto, incapaz de transmitir conocimiento. La labor de educar, enseñar, preparar para la vida es exclusiva responsabilidad del hombre… que delega las funciones más mecánicas de su maestrazgo en la mujer. Esta transferencia se repetirá entre las madres y las esclavas negras a su servicio,  demostrando que es una labor sin importancia e irrelevante, ajena a la paternidad (maternidad). A partir de aquí el hombre construye la fantasía del género único que es la fantasía del hombre-dador de vida, pero a la manera en que dios es hombre: a su imagen y semejanza, superficialmente. El pensamiento especulativo permite esta aberración, como permitirá otras muchas siempre con el mismo beneficiario: el hombre. Mediante el logos (el pensamiento especulativo) el hombre construye una teoría del mundo: la metafísica de la que la mujer es excluida. Ni siquiera la madre de Dios puede entrar en el Olimpo cristiano sin grandes “arreglos”: no es una diosa (y por lo tanto le corresponde un culto -hiperdulía- intermedio entre dios y los santo/as). La exclusión de las mujeres del quehacer pastoral es suficientemente indicativa. Si la madre de dios no es divina…¿que podemos esperar de las madres de los hombres? ¡Exacto: que no sean humanas! Todo esto ya estaba dicho, pero hay más. Continuará.

 

El desgarrado. Octubre 2024.




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