» 27-04-2020

Señoras y señores 43.2. Amor 2. Platón y la metafísica.

Más allá de la famosa teoría de la media naranja, Platón se ocupó concienzudamente del amor precisamente en relación a la metafísica. Me baso en “Gusto” de Giorgio Agambem. Adriana Hidalgo 2017 (2015). Como recordaréis (y si no podéis consultar los múltiples textos publicados en este blog sobre el tema, en especial “La muerte de la metafísica”) la metafísica se sustenta sobre la idea de que el hombre es un ser separado del mundo y capaz de comprenderlo. El mundo es percibido por el hombre como pares de oposiciones: material/espiritual, verdad/belleza, sensible/inteligible, necesario/contingente) de entre las que hay que resolver, magnificando la una sobre la otra. Una de esas oposiciones es apariencia/esencia que funda la ontología: el estudio de la naturaleza en cuanto esencias o ideas invisibles que sustentan el saber verdadero. El ser (la esencia) es absolutamente estático con lo que se soslaya la dinámica en la metafísica. La lógica, estructura el mundo en el par excluyente verdad/falsedad que prohibe las verdades parciales y por tanto la probabilidad (la verdad fraccionaria). Además el espacio y el tiempo son dos sistemas separados y absolutos en los que se desenvuelve el mundo como si de un escenario se tratara. El modelo de conocimiento de la metafísica es la abstracción (poda de las diferencias para obtener cosas iguales)-universalización (identificación de estos conjuntos universales)-ley (enunciación de un comportamiento universal).

 

Hay muchos subsistemas en la metafísica de entre los que destacan el que se basa en la cantidad (las matemáticas), el que se basa en la verdad (la lógica), el que se basa en el concepto (la lengua) y el que se basa en la igualdad (la ética-política). Pero la igualdad (en lengua: “es”) atraviesa todo el sistema de la metafísica de modo que es la operación privilegiada de las matemáticas (=), de la lógica y de la lengua (la definición-coceptualización). La igualdad simplifica un mundo enormemente complicado al reducir cualquier tipo de relación a la identidad. Conocer (abstraer) es básicamente encontrar igualdades que permiten ordenar las cosas en conjuntos con las mismas (iguales) características. La igualdad supone de facto la no contemplación de las diferencias y condena a las cosas diferentes a la exclusión que es como se resuelven los pares de oposiciones metafísicas: excluir una de ellas en beneficio de la otra desdeñando sus diferencias. Además de estos subsistemas hay otros como el género único masculino (el falo como premisa universal del pene) (Freud), el dinero como equivalente universal del valor (igualador de todos los valores) (Marx) o el gusto como premisa universal de la belleza (Kant).

 

La posmodernidad (y la filosofía de la diferencia) acaban con este planteamiento al entender que los pares de oposiciones no tienen porque “resolverse” sino que pueden contemplarse a la vez en sus diferencias. Por ejemplo: la oposición materia/espíritu da lugar al materialismo -si predomina la materia- y el idealismo -si predomina el espíritu… y así con todas las escuelas de pensamiento que siempre se originan en una oposición. Es la llamada fractura metafísica. Con el nuevo pensamiento (que como veremos arranca ya en Platón) no hace falta resolver la oposición sino, con una mirada poliédrica (con dos -o más- puntos de vista simultáneos) aceptar las dos posiciones en sus diferencias. Nuestra mente (que no deja de ser un aparato biológico) se resiste a esta manera de aceptar la oposición, lo que no indica que sea imposible, pero si más difícil. De hecho la mente se puede plantear incluso su propia inadecuación para entender el mundo.

 

La oposición verdad/belleza es una de las que más juego han dado históricamente en la imposibilidad de resolver la fractura metafísica, puesto que si bien la verdad es invisible y la belleza aparente, la verdad es conocimiento y la belleza placer, es evidente que la belleza no puede ser conocida (se convertiría en razón) ni el conocimiento puede ser aparente (dejaría de ser esencia). En una palabra no puede resolverse la oposición. Esta imposibilidad hace que se suscite un tercer elemento en los SXVII y XVIII, que medie entre los dos pares de oposiciones irresolubles: el arte (la estética), singularizado por el gusto. A partir de este momento otras disciplinas se unirán a la estética en la i-rresolución de los pares de oposiciones: la filología, la economía política, el sicoanálisis (que trataremos en otro blog).

 

La lingüística estructuralista (de la mano de la etnología: Levi-Strauss) explicará esta situación con el concepto de significante excedente que tiene su origen en la propia metafísica. Si el hombre es capaz de entender el mundo es que el significado ya existe desde el principio, aunque no es conocido. Sin embargo el conocimiento se irá desgranando poco a poco, es decir -debido al decalaje- el mundo tiene un exceso de significante que el tiempo irá llenando (saturando) a medida que el significado sea conocido. Por lo tanto no se puede hacer la igualdad significante=significado porque el significante es mayor (excede) al significado. Kant lo expreso claramente: “…lo bello es un excedente de la representación por sobre el conocimiento y que es precisamente este excedente lo que se presenta como placer” (Agambem 2017, 34). El significante excedente es un saber sin razón (todavía no le ha llegado) es decir un déficit de significación. El exceso de significante no tiene significado, en el caso del saber (conocimiento) es un saber sin contenido, sin razón. Ese significante excedente es intuido pero no conocido y se convierte en un tercer elemento en la significación: 1) El significante suturado por un 2) significado y 3) el significante excedente no suturado y por tanto flotante.

 

Y por fin llegamos al amor y a Platón. Esta fractura imperfecta de la metafísica (su no resolución, su ausencia de igualdad y de suturación) ya fue anunciada por Platón y aunque la detectó en la estética (en la relación verdad/belleza) le dio una aplicación inesperada al amor. Su razonamiento (en “Fedro”) no se pudo basar en la lingüística. Se centró en la diferencia entre la belleza (visible, aparente) y la verdad (invisible, esencial). La fractura metafísica estaba en los pares visible/invisible, apariencia/esencia. Descubrió que esta relación contenía una paradoja: la visibilidad de lo invisible y la aparición sensible de la idea, que daba origen al amor, la manía amorosa (manía: saber/conocimiento que no puede dar razón de sí y de los fenómenos, pero concernía a eso que en ellos era simplemente signo y apariencia). El amor es caracterizado (en el campo del conocimiento) como intermedio entre la sabiduría y la ignorancia y comparado con la opinión verdadera (un saber que juzga con justeza y capta lo verdadero aunque sin poder dar razón de ello). Con una peculiaridad: identifica el amor con la filosofía (que no es saber, sino amor al saber).

 

No dar razón no es ciencia; captar con justeza la verdad no es ignorancia. Eso sitúa al Amor entre ambos, como una tercera vía, pero no solo el Amor, también la filosofía “Puesto que justamente la sabiduría es una de las cosas más bellas y Amor es amor de lo bello, de esto se sigue necesariamente que Amor es filósofo (amor al saber), y en cuanto tal está en el medio entre el sabio y el ignorante” (Agamben 2017, 15).. Hagamos una pausa pues no es fácil entender a Platón aún cuando el exégeta sea Agambem. Y todo le que sigue son suposiciones.

 

Platón encuentra que hay cosas que no entran en el esquema metafísico de fractura (y por tanto resolución) entre pares de oposiciones metafísicas: verdad/belleza, amor/razón, ciencia/filosofía y quizás esta última es la que más le interesa. Decide, entonces, que entre esos pares de oposición no resolubles debe haber terceros involucrados, mediadores. En Banquete el itinerario amoroso es descrito como un proceso que va 1) de la visión de la belleza corporal a 2) la ciencia de lo bello y finalmente 3) a lo bello en sí (ni cuerpo, ni ciencia: idea). “La paradójica tarea que Platón asigna a la teoría del amor es, por consiguiente, la de garantizar el nexo (la unidad y, al mismo tiempo, la diferencia) entre la belleza y la verdad, entre lo que hay de más visible y la invisible evidencia de la idea” (Agamben 2017, 15). En una palabra: está arrimando el ascua a su sardina: la idea… que aquí resulta ser profundamente antimetafísica.

 

Agamben dice: “ Debido a esto el nexo (recordemos: la unidad y, al mismo tiempo, la diferencia) de verdad-belleza constituye el centro de la teoría platónica de las ideas. La belleza no puede ser conocida, la verdad no puede ser vista: pero precisamente este entrelazamiento de una doble imposibilidad define la idea y la auténtica “salvación de las ideas” que esta actúa en el otro saber de Eros (el Amor)” (Agambem 2017, 17). Aquí necesitaríamos al exegeta del exégeta. Parece que la intermediación para resolver la fractura metafísica es… la idea. Hoy en día esta propuesta es inasumible porque la idea se ha convertido en la esencia, en lo invisible. Pero en aquel momento (en que la idea todavía no había sido asumida) la idea no ocupaba un extremo de la ecuación (la verdad) y por tanto podía asumir el centro. ¿Quién era entonces el extremo?: la ciencia, el conocimiento tal como lo explicita en “Banquete”. El planteamiento es correcto pero la idea está en el sitio equivocado.

 

Lo que Platón no pudo enunciar es el significante excedente, vacío, insuturado. Por otra parte estaba empeñado en dar un lugar primordial a su “Idea” pero no era el lugar de mediador (para el pensamiento occidental) sino el de significado, el de contenido. Hoy en día tampoco aceptaríamos a la filosofía en un papel mediador, de amor al saber. Hoy necesitamos a la filosofía como saber. Sin embargo si atendemos exclusivamente al Amor (y amor al saber) su situación es perfectamente asumible, como mediador entre la verdad y belleza. Claro que también podría ser que él tuviera razón y que el pensamiento occidental estuviera equivocado. Entonces la Idea no es un fin sino un medio. Deberíamos replanteárnoslo todo.

 

Resumamos (si es posible). El amor es un espacio intermedio entre la verdad y la belleza, un significante excedente que no tiene contenido por que, éste, aún no existe. Es una hipótesis cuya verdad está por venir. Una transgresión de la metafísica que no acepta la resolución de oposiciones en una de las dos (aunque sea en el tiempo) y que quiere que la oposición sea entendida en la coexistencia de la diferencia… al margen de la lógica. El amor tiene el estatuto del arte mediando entre el saber y el placer, entre la verdad y la belleza. In-alineable con el saber (el conocimiento) ni con la belleza (el placer). Irresoluble oposición que se conforma con la coexistencia en la diferencia. Si más no, es bonito y le devuelve al amor un estatuto que nuestra civilización le ha escamoteado. Amén.

 

El desgarrado. Abril 2020.

 




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