» 24-05-2020

Señoras y señores 50. El feminismo entre la identidad y la afinidad. Haraway.

Leo “Manifiesto para Ciborgs” de Donna Haraway, Letra sudaca, 2018 (1991). Es un extracto de “Simians, cyborg and woman” el capítulo 8 para ser exactos dividido en seis partes: el mito cyborg, feminismo, la dominación informática, la economía del trabajo casero, las mujeres en el circuito integrado y la política cyborg. En esta entrega nos centraremos en el apartado dos en el que da un pequeño repaso (caricatura, dice) de las dos principales corrientes feministas: marxista y radical a la búsqueda de un feminismo de coalición y afinidad que se desmarque del feminismo de identificación: la conciencia opositiva de Sandoval y la destaxonimización de King. El verbo exuberante de Haraway no hace fácil la comprensión de sus ideas. No es una visión complaciente sino altamente crítica con la falta de unidad y los intentos de dominación entre mujeres pero sobre todo -aunque no lo nombre- en la sumisión al paradigma metafísico capitalista, colonialista y falologocentrista. En sucesivas entregas volveremos sobre este texto fundamental.

 

Es difícil clasificar los feminismos por la dificultad de hallar identificaciones que no parezcan contradictorias, parciales y estratégicas. El género, la raza y la clase, consecuencia del patriarcado, el colonialismo y el capitalismo (a pesar de su importancia histórica y social) no bastan para inferir una unidad esencial. “No existe nada en el hecho de ser <<mujer>> que una de manera natural a las mujeres” (Haraway 2018, 23). Las fuentes de crisis en la identidad política hacen legión. La dolorosa fragmentación entre feministas (y mujeres) han convertido el concepto de mujer en algo esquivo. El feminismo americano actual es el producto de divisiones sin fin y de búsqueda de un unida nueva y esencial que a mi parecer se encuentra en la coalición-afinidad y no en la identidad. Veamos dos propuestas:

 

La conciencia opositiva es la propuesta de Chela Sandoval consiste en una identificación posmoderna y netamente política: “Mujeres de color”, a partir de la otredad, de la diferencia y de la especificidad alejándose de relativismos y pluralismos. En una palabra antimetafísica. Parte de la ausencia de cualquier tipo de criterio esencial para identificar quién es una mujer de color. Es la apropiación consciente de la negación, la ubicación en la parte más baja de la cascada de identidades negativas. “La categoría mujer negaba a todas las mujeres no blancas; lo negro negaba a toda gente no negra, así como a las mujeres negras” (Haraway 2018, 25). Es pues una identidad negativa que niega la identificación natural y se asienta en la coalición consciente de afinidad, de parentesco político: la conciencia opositiva. Ante esta situación la mujer de color no tiene otra posibilidad de construir una unidad eficaz que replicar a los sujetos revolucionarios imperializantes, totalizantes de anteriores marxistas y feministas. Se sitúa, entonces, en el discurso anticolonialista (antimetafísico) contra el hombre occidental autor de la historia pero sin otra operatividad que imitar sus medios.

 

La destaxonomización es la propuesta de Katie King. Critica la persistente tendencia de las feministas a taxonomizar su movimiento para hacer que las propias tendencias políticas parezcan ser el telos del todo, convirtiendo la lucha  feminista en lucha ideológica entre tipos coherentes que persisten en el tiempo y en especial el feminismo radical, liberal, socialista. De esta manera se construye una ontología explícita y una epistemología que incorpora o margina los otros feminismos. El mecanismo -situado en los límites de la identificación- consiste en la identificación político-poética del feminismo cultural. La cultura femenina es conscientemente creada por mecanismos que inducen afinidad mediante rituales de poesía, música y otras prácticas académicas. Las políticas de raza y de cultura se entrelazan. En ambas propuestas se eluden las lógicas de apropiación, de incorporación y de identificación taxonómica propias del paradigma metafísico.

 

La lucha contra la unidad-a-través-de-la-dominación o contra-la-unidad-a-través-de-la-integración no solo socava al patriarcado sino también la exigencia de una posición orgánica natural, incluso nuestra exigencias epistemológicas (en el caso de que sean capaces de construir afinidades eficaces). Revolución y epistemología se opone a identificación; ontología y posmodernidad se alían a la lucha. La pérdida de la inocencia y la culpabilidad no nos expulsan del jardín del Edén, las construcciones parciales y contradictorias se alejan del feminismo socialista. Estamos ante una extrema necesidad de unidad política contra la dominación de raza, género, sexualidad y clase. “Nosotras” ya no podemos dictar la forma de realidad a “ellas”, no podemos argüir inocencia, para practicar tales dominaciones. Hemos descubierto la no inocencia de la categoría “mujer”. “Las feministas del cyborg tienen que decir que “nosotras” no queremos más matriz de unidad y que ninguna construcción es total. La inocencia y la subsecuente insistencia en la victimización como única base de introspección han hecho ya bastante daño” (Haraway, 2018, 29). Realicemos un retrato caricaturesco del feminismo marxista y del feminismo radical.

 

1) El socialismo marxista se enraíza en un análisis del trabajo remunerado que revela una estructura de clase y que resulta en una alienación sistemática. El trabajo es la actividad humanizadora que define al hombre, una categoría ontológica que permite el conocimiento de la dominación. Hubo que acomodar el trabajo de las mujeres (hogar, maternidad) al esquema, pero el acto esencializador se centró en la estructura ontológica del trabajo (en este caso la actividad femenina).

 

2) Catherine MacKinnin reescribe el feminismo radical a través de una teoría de la experiencia de la identidad de la mujer que resulta ser un apocalipsis: un reduccionismo radical, un no ser radical. El feminismo radical adopta una estrategia analítica contemplando en primer lugar (entes que la clase) la perspectiva de sexo/género: la constitución de los hombres en el deseo de las mujeres. El deseo del otro es el origen de la “mujer”. La experiencia de la mujer es la violación sexual o la propia sexualidad. La conciencia es un yo-que-no-es. La mujer no está alienada sino que no existe como sujeto. La teoría es totalizadora en extremo: la mujer no existe sino como producto del deseo masculino, borradura que no resulta tranquilizadora.

 

En la taxonomía de haraway (que es una reiscripción de la historia) “el feminismo radical puede acomodar todas las actividades de las mujeres nombradas por las feministas socialistas como formas de trabajo, sólo si la actividad puede ser sexualizada de alguna manera” (Haraway 2018, 33). Ninguna de las dos explicaciones han apuntado a una explicación parcial. Ambas son totalizantes. Ambas pretenden anexar otras formas de dominación. El embarazoso silencio sobre la raza de ambas fue una consecuencia políticamente devastadora. Para Julia Kristeva la raza, la clase y la homosexualidad son inventos modernos. Estando el hombre en disolución no es de extrañar que la mujer se desintegre en mujeres de nuestro tiempo. “Quizás las feministas socialistas no eran sustancialmente culpables de producir la teoría esencialista que suprimió la particularidad femenina y los intereses contradictorios.” (Haraway 2018, 34). Nosotras sí lo hemos sido. Debido a nuestro fracaso ahora “corremos el riesgo de caer en diferencias ilimitadas y de ceder ante la confusa tarea de hacer conexiones parciales pero reales. La epistemología trata de conocer la diferencia” (Haraway 2018, 35).

 

El desgarrado. Mayo 2020.




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