» 07-06-2020 |
Sabéis los que me seguís que este tema me intriga. Creo que hombres y mujeres son esencialmente distintos y que por tanto el café para todos, las leyes de igualdad no tienen sentido si han de aplicarse a seres básicamente distintos. Evidentemente como seres humanos: sí son iguales, y se les ha de aplicar leyes de igualdad como la igualdad ante la ley, de derechos básicos o de oportunidades (¡Ay, las oportunidades!), pero en lo que son diferentes debería primar la libertad (Despentes) y no la igualdad dando lugar a disposiciones distintas para seres distintos. De poco le sirve a la mujer que se le conceda la igualdad para ser como el hombre (guarro, grosero y lúbrico), y poder boxear, bajar a la mina, o integrarse en el ejército, violar, o revolcarse en la mierda, aparte de la inconsistencia que supone que el modelo al que hay que igualarse es precisamente el hombre (el hombre como medida de todas las cosas). Soy consciente que realizar una división de lo sensible en la que se establecen las diferencias, es otra oportunidad para que se establezcan nuevas desigualdades (donde no deberían existir) y por tanto nuevos sistemas de dominación.
También soy consciente que tratar de resolver todas las diferencias en unos pocos axiomas es el ancestral método de la metafísica que la posmodernidad y la filosofía de la diferencia ya se han encargado de poner en duda, precisamente aceptando la coexistencia de las diferencias en vez de hacer que uno de los opuestos predomine sobre el otro aunque ese predominio vaya por escuelas (materialismo/idealismo, por ejemplo). Así que estableceré diferencias. pero que no resolveré, sino respetaré en su coexistencia. No hay muchos ejemplos de respeto a las diferencias pero hay algunos que convendrá respetar: las cuotas de representación (la paridad) son el reconocimiento que la sociedad hace a las mujeres de que ancestralmente se las ha apartado de una representación paritaria. Se oponen a una igualdad de oportunidades individual que solo debería aplicarse si hombres y mujeres fueran iguales, que no lo son. La violencia de género es otra de esas diferencias (en la fuerza física y en la violencia testosrónica) que hace necesaria una disimetría en el trato de unos y otros. Evidentemente la ultraderecha extendida (PP, VOX, C’s) niega estas dos diferencias, en el primer caso aduciendo la igualdad de oportunidades y en el segundo aduciendo la simetría a la que llama violencia doméstica. En otros casos como los permisos de maternidad es aconsejable no aplicar la paridad puesto que conduce a un trato discriminatorio hacia las mujeres pues tendrían un rendimiento laboral inferior al de los hombres debido al permiso, con las consecuencias que conocemos.
Porque hombres y mujeres son iguales en unas cosas y son distintos en otras y deben analizarse cada una de ellas. En todos los casos, lo que es determinante es la partición de lo sensible (como dividimos el mundo antes de aplicarle las reglas, en este caso de igualdad). La violencia doméstica considera igualmente violentos a los hombres que a las mujeres, lo que es falso (la partición de lo sensible se hace entre seres humanos y no entre géneros). De nuevo negar la paridad es dividir lo sensible en seres humanos por su capacidad, negando la evidencia que de esa manera se ha marginado históricamente a la mujer desplazándola de los puestos de poder. Por eso la igualdad puede llegar a ser perversa: no es lo mismo declarar iguales a los seres humanos, que declarar iguales a las mujeres por un lado y a los hombres por otro, es decir admitir las diferencias que existen por géneros. Bien una vez establecidas todas las precauciones con las que hay que tomar el caso, vamos a lo prometido ¿Se puede establecer una diferencia que se aproxime a la universalidad, es decir sea aplicable a todas las mujeres por un lado y a todos los hombres por el otro? Es evidente que no (la metafísica ya fracasó en ese intento) pero podemos aproximarnos tanto como sea posible por la ley de los grandes números (estadística) o por el consenso (política). Un consenso reforzado (y no contable), y no ese esmirriado consenso de la democracia.
Las particiones de lo sensible basadas en la biología tienen mala prensa debido, seguramente, a lo mucho que han sido utilizadas para establecer diferencias de raza (blanca), género (macho) y nicho ecológico (nuestra gloriosa civilización Occidental), sin embargo son las generalizaciones más claras que podemos utilizar… si sabemos hacerlo con cuidado, puesto que es la división de lo sensible más universal que podemos aplicar. Evidentemente esa partición ha sido modelada por milenios de evolución socio-política (desde lo mítico a lo racional) hasta llegar a nuestros actuales caracteres. Desde este punto de vista me voy a fijar en dos características teleológicas (que condicionan las conductas hacia un fin) enraizadas en la bioquímica; el cuidado (femenino) y la confrontación (masculina). Estas dos actitudes ante la vida marcan -en gran manera- la diferencia entre géneros. Este par de oposiciones determinan muchos otros derivados como los estrógenos y la testosterona; el pacifismo y la violencia; la ecología y el desarrollismo; el micropoder y la dominación; el diálogo y la agresión; la síntesis y el análisis; el conservadurismo y el progresismo; la seguridad y el riesgo; y lo determinante es que definen la posición de los géneros mayoritariamente (en todo hay excepciones o dicho de otra manera: no existen absolutos).
El cuidado es un objetivo infinito. Si el cuidado maternal (o comunal de los niños) y el cuidado de nuestros mayores es lo primero que se nos viene a la mente como algo que hemos depositado exclusivamente en las espaldas de las mujeres, lo cierto es que el cuidado es mucho más amplio. Damos por sentado que las mujeres tienen una relación con su aspecto debido a una pulsión seductora (¿coqueta?). Cabe, pero también podemos pensar que la mujer cuida de sí porque lleva el cuidado en la sangre: cuida su aspecto como cuida su piel y su cabello (belleza), su comportamiento (educación, pudor, modestia), su relación con los otros (prudencia), su aprecio social (reputación), etc. Cuida el aspecto de su hogar (la limpieza doméstica) y de su marido (cuidado de la ropa) y cuida del buen nombre de su unidad familiar. El concepto de Haraway de parentesco extendido (extraño) es similar a lo que estoy diciendo si salvamos el escollo de que ella huye de la maternidad como argumento. La comuna (comunidad de hijos y de parejas, de recursos y de propiedades) ha sido recurrentemente aceptada por la mujer incluso en situaciones profundamente asimétricas como el mormonismo o el harén. Es evidente que la transferencia del modelo masculino al mundo femenino (igualdad) cada vez hace menos reconocible este estatuto biológico de cuidadora de la mujer, pero el cuidado no es un destino, puede ser reorientado. Lo que no puede ser reorientado es la imitación de un modelo que le es ajeno; el masculino.
La confrontación también es una actitud recurrente. Solucionar los problemas a mamporros, es la historia de nuestra especie (sector masculino). Los animales ritualizan la agresión intraespecífica (Lorentz) pero dan rienda suelta a la agresión extraespecífica. Solo hace falta que la división de lo sensible entre nosotros y los otros se radicalice para que la agresión intraespecífica se convierta en extraespecífica. La ideología, que cohesiona el grupo (Harari) también lo divide y así se origina la guerra, ese gran horror que el progreso no ha hecho sino acentuar. La revolución acabó con el absolutismo y la lucha social con la dominación laboral. La lucha ha hecho mucho bien aunque los dominadores han encontrado siempre el camino para perdurar. Pero también ha hecho mucho mal. La palabra tampoco es ajena a la confrontación: la dialéctica es extraer la verdad de la confrontación. La retórica nació como el arte de vencer dialécticamente (por los medios que fuera); los grupos de debate son habituales en las universidades. Los políticos se insultan sin desdoro ni educación. El humor es confrontación enraizado en la disolución de la razón. La demagogia y el populismo son formas de irracionalidad cuando la razón es el único freno a la violencia. El hombre es analítico (destruye para crear) frente a la mujer que es sintética (construye con lo que hay). Pero también el modelo femenino ha permeado en la actitud masculina: la conciencia ecológica, el cuidado de la infancia, la igualdad de derechos, el antibelicismo…
Explicar todas las acepciones del cuidado y de la confrontación necesita un espacio mucho mayor que este. Per estoy seguro que ya se abren en vuestra mente multitud de ejemplos. La plasticidad del cerebro (de la mente) permite que estas tendencias biológicas preponderantes puedan ser reorientados en cada individuo. No estamos predeterminados rígidamente pero estamos predirigidos hacia determinados fines. Ni siquiera el género es fijo. No hay verdades absolutas, solo tendencias mayoritarias que pueden ser relativa y fácilmente reorientadas. No hay posible resolución del par cuidado/confrontación. Ambas son necesarias para que nuestro mundo funciones pero la preponderancia interesada (machismo) que ha adquirido la confrontación tiene que ceder hacia el equilibrio. Esa es nuestra misión si queremos que esto siga funcionando. Lo que sí es evidente es que este siglo será femenino porque la ecología, la igualdad de derechos, el antibelicismo, el cuidado, en definitiva del entorno, ha caído del lado femenino. O eso… o el desastre. De momento los grupos raciales oprimidos ha escogido el ejemplo de la revolución femenina. Pero esta lucha no está al exclusivo cuidado de las mujeres; necesitará de la confrontación masculina.
El desgarrado. Junio 2010.