» 06-12-2020

Señoras y señores 61. La envidia del orgasmo.

Si analizamos la historia de la humanidad es fácil colegir que el hombre ha dominado a la mujer de forma sistemática y pertinaz con una ferocidad que no siempre parece proporcionada. Brujas, histéricas, mujeres fatales, madres castradoras, vaginas dentadas, etc. Las mujeres nunca han estado en paridad con los hombres. Se les ha negado la inteligencia y a partir de ahí la igualdad. Tantísimas precauciones con un ser inferior físicamente (eso sí era verdad) e inofensivo, en el sentido de que sus intereses no colusionaban con los masculinos es más que sospechoso. Es por eso que quiero plantear la hipótesis de que lo que ha guiado al hombre en su relación con la mujer ha sido la envidia y en especial la envidia del orgasmo.

 

Todos conocemos la teoría de la envidia del pene establecida por el sicoanálisis. Las mujeres son seres capados que no poseen el pene y eso las frustra irremisiblemente. No son seres completos y pasarán la vida mendigando llevarse un pene a la entrepierna para completarse (la prostitución es una de sus perversiones) y además -en el delirio freudiano- el niño sustituirá al pene como única manera de que las mujeres se completen en su terrible castración. Semejante teoría parte de la idea del falo: la premisa universal del pene (es decir la idea de que todos tenemos un pene y si no está es que te lo han birlado). De hecho es la teoría de que solo existe un género: el masculino que en caso de castración produce un subproducto, un segundo género: el femenino. La ventaja de tener los medios de pensamiento es que te guardas la mejor parte para tu género. Pero la mujer está castrada (según la teoría) y por lo tanto no puede temer la castración. El temor de la castración es masculino. El hombre tiene el pene y por tanto puede perderlo. Lo que ha hecho es proyectar su miedo.

 

De hecho tiene poco sentido que el hombre tema a la mujer que: no tiene inteligencia, no tiene fuerza, no tiene género, no tiene pene, sufre de envidia congénita y solo a través de la maternidad puede compensar su pecado original. Ni siquiera tiene ese impulso hacia la gloria (guerrera, intelectual, empresarial, etc.) que caracteriza al hombre. Eso sin contar su propensión hacia vicios como la prostitución, su pasión por la apariencia, el coqueteo y la molicie. ¿De donde sale entonces esa paranoia de la mujer fatal, de la histérica, etc.? ¿De donde viene esa inquina contra la mujer? Una primera respuesta podría ser la envidia de la maternidad: dar vida: ahí es nada. Solo ahora el hombre empieza a interesarse por la paternidad. Durante años fue una cuestión económica (la herencia), social (las relaciones y apariencias), moral (el honor), religiosa (el dogma), etc. Es decir: la paternidad es un asunto reciente. Sin negar que esa envidia pueda existir (y cada vez más) me da la impresión de que si ni siquiera Marx se percató de que la reproducción de la mano de obra radicaba en la gestación femenina, a nadie se le  ocurrió ponerla en su lugar. Cabría también que -desde un punto de vista de racionalidad perfecta- perder los papeles por amor o por sexo le caiga mal al macho.

 

En el sistema de pensamiento que el hombre urdió a lo largo de su historia el amor y el deseo sexual no tienen cabida. Responden a la poesía, a la literatura, a la música, pero no a la razón. La mujer vive el amor; el hombre lo sufre. No solo pierde su racionalidad sino que pierde su independencia. El único propósito de la mujer -piensa el hombre- es cazarlo, ligarlo al desarrollo de la prole. El único designio del hombre es mojar sin ser cazado. Son sus papeles biológicos. Lo asombroso es que aún no hayan sido superados. Si la inquina contra la mujer no sale de estas premisas ¿de donde sale? La envidia es peculiar. Parece que se envidia al que más tiene, al que tiene lo que uno mismo no tiene. Pero eso, ni siquiera quiere decir que siempre se envidie al superior. Se puede envidiar al inferior, aveces por la simplicidad de su vida pero también porque realmente posee algo que no se tiene. ¿Qué cosa los ricos guardan y los pobres tiran? Respuesta: los mocos. No siempre lo que se posee es valioso. Lo que los hombres envidian a las mujeres ¡ese ser inferior! es el orgasmo. Y no solo voy a a hablar del orgasmo sexual (que es evidentemente el más llamativo) sino de todas las explosiones emotivas que en la mujer son siempre superiores.

 

Todas las éticas (masculinas… no hay otras) nos hablan de que las pasiones se reprimen con la razón. Evidentemente no siempre, pero suficientes veces como para que el hombre anteponga, a veces, la razón a la pasión. En una práctica inveterada podemos suponer que la evolución apagó, si no las pasiones si por lo menos las manifestaciones. La mujer no tiene que ver con esa práctica de represión de pasiones. La mujer adora las pasiones (virtuosas) pero sobre todo no comprende que las pasiones (el éxtasis) puedan ser reprimidas por las razones. No estoy diciendo que las mujeres sean desenfrenadas ni mucho menos. Las mujeres tienen otros medios de control de las pasiones que van de la virtud (el control), hasta el pudor (la represión de la ostentación). La pasión es en gran manera testosterónica por lo que la mujer no la desencadena como el hombre (aunque todo llega). Resumiendo este galimatías: la mujer está mucho más preparada para la explosión emocional (orgasmo) que el hombre, sin ser por ello depravada.

 

La pasión del hombre es, como explica el bolero, una pasión de cornudos, es la pasión de sentirse dominado. Para alguien que ha procurado la dominación sobre todas las cosas, ser dominado es el clímax. Pero, además, es torrencial: cuando pierde la razón, es el carro cayendo por el pedregal. Es algo contenido por una barrera cuando la barrera cede. Perder la razón (la dominación) y de forma torrencial, es la característica del hombre. La pasión de la mujer es distinta: porque la dominación ya la ha tenido siempre, la pasión es liberación. Porque su autocontención no procede de la razón no es torrencial sino duradera, continua, sostenida. Lo que hoy deseamos los hombres es el orgasmo (la explosión de la emoción) femenina. Evolutivamente, tomamos el camino equivocado. Y ahora que mediante la divulgación sexual lo sabemos, la envidia nos corroe. Y como no podemos acceder a él… lo envidiamos.

 

Pero no solo estoy hablando del orgasmo sexual (¡que no es moco de pavo!) sino de la mayoría de las pasiones femeninas. La mujer es romántica. ¿Qué quiere decir? quiere decir que vive el amor (no el sexo) apasionadamente. ¿Cuantas veces los hombres nos quejamos de la i-rracionalidad de las mujeres? innumerables. Los hombres canalizamos las relaciones (y sus fallas) a través de la razón. Las mujeres las canalizan a través de la emoción. Pretendemos hablar cuando las mujeres necesitan gestos (flores, caricias, cogerse de la mano, estar, respetar, colaborar, recordar las fechas significativas). Lo de la colaboración es dramático. Las mujeres entienden la colaboración como vivir acontecimientos juntos. Los hombres entienden la colaboración como la eficiencia en el reparto de funciones. Dos mundos. La vida entera en común es parte de la pasión para la mujer. El hombre racionaliza las situaciones y las divide en pasionales y la mayoría de las racionales. El resultado es que la pasión no se comparte y así se marchita el vínculo.

 

Por una parte la mujer es envidiada por su explosión emocional que el hombre ve como extraordinaria. Por otra parte el hombre no sabe como participar de la pasión de la mujer, porque su razón le marca otro camino. Con todo lo difícil que es el sexo, parece que es el único campo en el que las dos maneras de pensar y vivir la vida se acoplan… mientras dura. Hasta que no entendamos que frente a la metafísica de los hombres existe la metaética de las mujeres y que, por distintos caminos, se llega a lo mismo, al conocimiento  y a la felicidad, no conseguiremos ni una cosa ni otra. ¡Señoras, señores. Los hombres son racionales; las mujeres son emocionales! ¿Está claro?

 

El desgarrado. Diciembre 2020.

 




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