» 26-01-2021 |
Dice Rancière que las inteligencias no son jerarquizables. No hay diferencia entre la inteligencia-sujeto: el que sabe, y la inteligencia-objeto: el que es objeto de estudio. La diferencia surge de la división previa que hacemos del campo de estudio. Rancière insiste en la partición de lo sensible: antes de pensar (razonar) ya hemos dividido el mundo en partes (particiones, clases, sectores) que van a determinar el resultado de nuestro pensamiento (razón, intuición, deducción, inducción, revelación, etc). Dividimos (dividen) el campo de estudio en: sabios y seres comunes y vulgares. Es una división pero no la única. Los sabios suelen ser pésimos deportistas (amantes, sociables, etc.), es decir su inteligencia corporal es pésima. Pensar que Messi no tiene una gran inteligencia (futobolística) es estar loco. Lo mismo podemos decir de cualquier otro deportista, comunicador, artista, etc. La inteligencia va por barrios… aunque el IPC solo mida una: la oficial) La partición de lo sensible que decidió entre sabios e incultos es la partición esperable de un sistema como la metafísica que promociona la razón. Lo que es evidente es que no se pueden tener todas las inteligencias: la incompatibilidad sabio-deprtista-social (y viceversa), es evidente. Por lo tanto, si apostamos por un sesgo determinado es porque jerarquizamos previamente las formas de inteligencia. Jerarquías y territorios en palabras de Rancière.
Rancière dedicó un libro: “El maestro ignorante” a exponer esta idea. La brecha que abre el maestro entre su saber y el saber del alumno es una forma de dominación que nada tiene que ver con el saber. Un maestro solo puede “aprender” de sus alumnos por lo que el flujo del saber no fluye del sabio al ignorante sino en ambos sentidos. Sabemos lo que podemos aprender de los niños pero damos por sentado que ellos deben aprender mucho más de nosotros… que viceversa. Si en vez de sentar nuestro sistema de pensamiento en la razón (el saber) lo centráramos en el cuidado como hacen las mujeres (cuando no están contaminadas por la metafísica) este problema de las inteligencias (y de la dominación… en este aspecto) desaparecería. Para qué decir que las mujeres, en la metafísica, son seres de cabellos largos e ideas cortas. La división de lo sensible primigenia, es la que determina que las mujeres son estúpidas y los hombres son sabios (aunque también: agresivos, desarrollistas, reconstructores de lo destruído, y sobre todo, metafísicos).
Este planteamiento de Rancière no se queda en la inteligencia sino que alcanza a la política y al arte. La partición de lo sensible en la política divide el mundo (lo sensible) entre los que pueden asistir a la Asamblea para decidir en los asuntos comunes, y los que no. Desde antiguo hubo unos que por su nacimiento o por su posición pudieron acceder a la gestión de lo común, así era (es) la política. Evidentemente los esclavos, los artesanos (cuya misión era producir), los extranjeros y las mujeres, ademas de los excluidos por sus “anormalidades sexuales (altersexuales), cognitivas (discapacitados o locos), jurídicas (condenados por su conducta antisocial) estaban excluidos de la gestión de lo común. En aquel momento se llamó democracia porque la partición de lo sensible había situado a todos esos colectivos en la exterioridad del demos, del pueblo. La democracia en sentido amplio será la exigencia de los excluidos de tomar parte en lo común, de como dice él: que se estableciera una parte de los sin parte, una división de lo sensible excedente o extraordinaria. Una parte heterogénea (ajena a la partición de lo sensible establecida).
Lo mismo pasa con el arte. El arte representacional, mimético, de la dominación de una materia por una forma da paso a un arte heterogéneo que desconecta la intención de autor, del tema, del género, del contexto. La relación entre el autor y la realidad mimética desaparece y aparece una nueva partición de lo sensible que ha prescindido de las conexiones tradicionales entre el autor y el producto, la obra, Que se ha vuelto heterogéneo con sus propios principio. Y esa es la relación que Rancière encuentra entre la política y el arte: la heterogeneidad, la a-causalidad entre los principios y su efectuación.
Pero prescindir de la causalidad requiere una explicación y Rancière no la rehuye. Lo que hace es abandonar la metafísica (la causalidad simple) de la mano de la retroalimentación, teoría nacida en la cibernética de Wiener y Shanon pero que parece que puede ser la sucesora de la causalidad (simple) aristotélica. La retroalimentación es una relación de circularidad diferencial (visualmente una espiral, un retorno al mismo sitio a otra altura) que hace que el efecto de un efector vuelve a éste modificándolo en un bucle infinito pero diferencial. El ejemplo más conocido de la retroalimentación es el servomecanismo llamado timón automático. Cuando el rumbo se separa del marcado por la brújula ese rumbo se corrige para devolverlo a su posición previa. Esta interacción es infinita y siempre diferente, lo que la diferencia absolutamente de la causalidad simple: acción/reacción.
El mecanismo de la retroalimentación rancierana -entiendo- elude el problema de la universalidad independiente (de ayudas exteriores) que Gödel demostró imposible con su teorema de incompletitud: ningún sistema puede encontrar su verdad en el interior de su propio sistema (la mayor prueba de la existencia de Dios jamás enunciada… y tuvo que venir de las matemáticas y no de la teología). La manera de evitar esa causalidad lineal es la circularidad infinita. La causalidad establece un necesario origen, lo que se lo pone a Dios en bandeja, pero si estuviéramos en un bucle diferencial (evolutivo) infinito, el origen no es necesario (aunque el Bing Bang, tampoco, a no ser que sea un Bing Bang en bucle infinito, el latido de un ser/no ser. Pura poesía). Su sistema se parece remotamente al sistema hipotético-deductivo de las matemáticas: partimos de un hipótesis (es decir una no-realidad); la enfrentamos a la realidad y sin no chirría (no se contradice) es que la hipótesis es cierta. Veamos como lo plantea Rancière.
Nos situamos en la desigualdad (lo real) y planteamos una presuposición (una hipótesis): la igualdad existe. Verificamos la hipótesis de la igualdad en lo real y si no chirría, eso quiere decir que la hipótesis queda demostrada (verificada). Por lo tanto la igualdad ya no es una hipótesis sino que es una realidad (en el retorno del efecto al efector). Pero en un sistema retroactivo esa igualdad retorna a lo real (es un bucle infinito) y ¿qué pasa? Rancière no lo dice, pero podemos suponerlo (arrogantemente). Lo real (el campo de la dominación) tomará esa igualdad como una palabra vacía que llenará del contenido que le convenga. Y lo que le conviene es que la igualdad sea eso, una palabra vacía, una homonimia, un significante sin significado: la posverdad. Esa posverdad retornará al efector original (la hipótesis de la igualdad) y nos instalaremos en la contradicción en la que la igualdad es igual a la desigualdad. Y aquí se produce una dialéctica (cibernética) de mucho mayor alcance que la dialéctica socrática que solo pretendía sacar de la discusión la luz. Y esta contradicción cibernética se produce en la política (consenso/disenso), en el arte: el arte es lo que es más que el arte (fin del principio de identidad), el esteticismo, el arte que además (Schiller) es vida.
No se si esta interpretación (o, no) se aviene con la idea de Rancière, pero es la única manera en que yo puedo comprenderle. No os lo toméis, pues, como teoría sino como interpretación y en el mejor de los casos, como una introducción (más o menos fallida) de su pensamiento. El que da lo que tiene… Mi intención era llegar a relacionar todo esto con el pensamiento femenino pero tendrá que ser otro día.
El desgarrado. Enero 2021.