» 12-02-2021 |
Los últimos textos que he publicado parecen demostrar que la diferencia entre hombres y mujeres no es genética (Rippon). Sin embargo Haraway y Puig no se mojan lo suficiente como para no descartarlo. Vamos a aparcar esa discriminación y vamos a tratar de continuar sin necesidad de definirnos. Somos lo que somos partiendo de la genética (la animalidad) pero pasando por la cultura (y por otros estados intermedios), en un palabra somos hijos de mil leches y de mil mutaciones y de mil experiencias. Vamos pues a analizar los resultados (diagnóstico) en vez de tratar de decidirnos por los orígenes (génesis). Para ello he elaborado una teoría (falsa como todas las teorías) que trata de explicar esas diferencias que no hay manera de saber si son genéticas, genético-culturales o de otro tipo, pero que evidentemente son complejas.
Porque no podemos olvidar que analizamos la realidad (hombres y mujeres) utilizando el método diseñado por los hombres: la metafísica. Y eso no quiere decir que ese método sea mejor que el de las mujeres, ni que este último sea comparable con el primero. Lo único que quiere decir es que los hombres lo han sabido imponer o que las mujeres juegan en otra en otra liga. A falta de un deslinde que ha sido siempre imposible, voy a elucubrar. Los hombres (sea por la genética, la socialidad o la cultura) se inclinan por el efecto. Los hombres son finalista, buscan desesperadamente el resultado. Los ejemplos son incontables: el desarrollismo pretende resultados obviando lo que se destruye por el camino, la victoria en la guerra o el deporte, desinteresándose por los daño y por los daños colaterales, la eyaculación ante el orgasmo o los prolegómenos. Lo único que quiere el hombre es el efecto. Lo que pasa por el proceso no le interesa. Evidentemente no le interesan los sentimientos (los afectos) que solo entorpecen el camino hacia el final, el éxito, el efecto. Eso le lleva a ser causalista lineal mejor que retroactivo. Su eslogan sería ¡queremos el cielo y lo queremos ahora! Pero lo imprescindible de su forma de enfrentarse al mundo es que en el efecto, el resultado es la zanahoria que mueve al burro.
Lo que mueve a las mujeres es el afecto (Y raramente el efecto). La mujer no es finalista, no busca un resultado global, único, no tiene metas sublimes, gloriosas, definitivas. Porque aunque tiene pequeñas -metas que Foucault definió como micropoder- esas metas no son un proyecto de vida. Las metas femeninas no son proyectos de vida sino escalones en un proyecto complejo que no se resuelve en un designio o una palabra, sino en un proceso, una escalera de múltiples escalones. Los hombres son ontológicos, convierten el devenir en ser, en estado final inamovible y sólido. Las mujeres no tienen fines globales, sino escalones (minifines) que conducen a un futuro que no está definido como fin sino como albur, como lo desconocido. Se trata de hacer bien las cosas y eso conducirá a un fin desconocido pero que no puede ser sino feliz porque el proceso lo ha sido. De alguna manera las mujeres no creen en el destino, no creen en dios. Me diréis que las mujeres son más religiosas que los hombres pero si lo pensáis la religión es la fe en el proceso, en la liturgia, no la fe en dios. La mujer es procesual, el hombre es finalista.
Insisto en que: cómo se ha llegado a esta diferencia partiendo de unas pequeñas diferencias biológicas (que las hay: la mujer está destinada a la maternidad y el hombre a la panfiliación. Espero que nadie entienda que ese destino es algo más que biológico) no es fácil de explicar. Sabemos que hay dos fases intermedias una es la socialización, el desarrollo del córtex cingulado (que reconvierte las emociones instintivas en emociones “humanas”) que establece unas relaciones con el córtex prefrontal y frontal, que nos constituyen como lo que somos. Probablemente es ahí donde se establecen las mayores diferencias entre hombres y mujeres. Pero el córtex frontal también establece diferencias (diferencias que originalmente no son jerárquicas) y es ahí donde el finalismo masculino y procesalismo femenino eclosionan. Pero la pregunta es ¿son diferencias estructurales? La plasticidad del cerebro parece indicar que no son diferencias inalienables. Los cerebros del hombre y de la mujer son intercambiables no solo en la altersexualidad sino también en la vida cotidiana. Pero existen unas tendencias, unas preferencias, unos sesgos que sin ser insoslayables, son directrices ¿emocionales? Como diría Rippon los cerebros no tienen sexo, pero como diría Haraway los cerebros masculinos y femeninos se manifiestan de formas diferentes.
La metafísica se basa en la lógica que a su vez es la ciencia de las relaciones necesarias (dado un antecedente, el consecuente es obligado). El pensamiento masculino hegemónico se asienta en la necesariedad, las tendencias, los sesgos, las afinidades, está excluidas de la lógica. Spinoza trató de superar la metafísica con una ciencia (a la que llamó ética) en la que las emociones, los sentimientos, las tendencias, las afinidades tenían tanta importancia como las necesidades. Spinoza inventó el mundo moderno. Pero no era eso lo que los hombres, la dominación que habían establecido sobre los otros (extranjeros), las mujeres y los altersexuales, necesitaban. Sin embargo (además de Spinoza) el sistema metafísico se agrietaba de múltiples maneras. La solidaridad, el altruismo, la empatía, son “virtudes” ajenas a la lógica. Ni biológica ni eficientemente esas actitudes favorecen la evolución natural de los seres vivos. La selección natural no entienden de solidaridad o de altruismo. ¿Por qué, entonces, la evolución del ser humano implementó esas actitudes? Es evidente. La causalidad simple y lineal no es capaz de explicarlo todo.
Es la causalidad simple la que nos hace pensar que las diferencias entre hombres y mujeres responden a explicaciones simples (tan simples como a una diferencia congénita que funcionó durante milenios). La cuestión es que no tenemos las herramientas cognitivas que son capaces de explicar las diferencias. Desde el pensamiento masculino (la metafísica) no es posible diferenciar a hombres de mujeres. Pero el pensamiento femenino solo se vislumbra filtrado por el pensamiento masculino. Los afectos no son tan fáciles de sistematizar como lo efectos. Pero además las mujeres no consideran imprescindible tener un pensamiento femenino perfectamente oponible al masculino. No es que las mujeres sean tontas (desde el pensamiento masculino) sino que no se ajustan al pensamiento masculino, y eso las desautoriza. No se si alguna vez existirá un pensamiento femenino (no por incapacidad, sino por desinterés), porque quizás el afecto es mejor que el efecto y quienes lo disfrutan no están, simplemente, interesadas. Es mucho peor que la guerra de los sexos: es el desprecio. Por cierto: el interfecto es el cadáver que resulta de la guerra entre el efecto y el afecto.
El desgarrado. Febrero 2021.