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» 14-05-2021 |
El tema de los orgasmos da para más, sobre todo el de los orgasmos femenino y masculino. Esta nueva estrategia nace de la reflexión sobre la diferencia entre ambos orgasmos y a eso voy. Las emociones son los desencadenadores de los instintos. Cuando la humanidad inicia el tránsito hacia la razón (hacia la libertad diría Diaz) no era cuestión de abandonar los instintos, que no dejan de ser los garantes de la vida y la supervivencia. Las emociones se modificaron cuando podían servir a la razón y se mantuvieron cuando esos instintos seguían siendo necesarios. Nuestro cerebro es aditivo: al cerebro instintivo (médula, cerebelo y tallo espinal: bulbo raquídeo) se añade el cerebro social (sistema límbico y corteza cingulada y hasta cierto punto el lóbulo prefrontal), llamado por MaLean el cerebro de los mamíferos, al que finalmente se añadirá el cerebro propiamente humano (el lóbulo frontal y el resto de la corteza exterior del cerebro. No somos uno: somos varios, pero como diría Eluard, están todos en este cerebro. Entender nuestras contradicciones o nuestra conciencia se hace más fácil en esta situación de esquizofrenia estructural.
Aunque estos cerebros son absolutamente graduales, separarlos favorece su comprensión, pero no hay que olvidar su continuidad. Las transiciones se desdibujan por los bordes como curre con los conceptos. Aún así podemos “resumir” que tenemos distintas direcciones en cada una de nuestras respuestas al medio: la reptil instintiva, la mamífera social y la humana racional. A esto hay que añadir que la evolución es bricolagera, o sea que aprovecha cualquier estructura existente para implementar las nuevas necesidades de respuesta. Por eso las emociones instintivas se reciclaron a las necesidades de la razón, se convierten en sentimientos. En cada caso (en el nuestro: el orgasmo) podemos “separar” distintas respuestas efectivas a distintas necesidades evolutivas. Y tras este preámbulo (marca de la casa) pasamos al tema. Las necesidades instintivas de la reproducción sexual son distintas para hombres y mujeres: para ellos se trata de la máxima difusión de los genes (y por tanto del esperma); para ellas es el cuidado de la prole para conseguir su supervivencia. Recordemos que debido al estrecho canal pélvico por el que debe pasar el neonato, éste nace antes de valerse por sí mismo. Resultado: durante dos años necesita de toda la dedicación de los padres (con suerte). La evolución tomó medidas.
A este nivel el hombre necesita el deseo (la atracción sexual) con una recompensa inmediata (el orgasmo) y no necesariamente asociativa (no necesita establecer parejas estables). La mujer necesita un instinto maternal extraordinario en el que las recompensas (con las que la naturaleza gratifica lo que sin ellas no avanzaría) se produzcan en el parto y en la lactancia (que no olvidemos que, si se efectúa a demanda del bebé, inhibe la ovulación. En definitiva una recompensa posterior-final al acto sexual. ¿Quiere ello decir que no hay atracción sexual? No. Quiere decir que no es tan potente como el deseo masculino, ni tan potente como el instinto maternal (¡Algo hay que guardar para el bebé!). Recordemos que los estímulos eróticos no activan el hipocampo de la hembra como lo hacen en el caso del macho (Damasio). La disimetría es evidente: para el hombre la recompensa debe ser inmediata y para la mujer puede ser diferida (pero lo que no podemos dudar es que no es inmediata)
El cerebro social añade a este planteamiento interesantes variaciones: se establece el impulso de asociación y por tanto de hormonas que gratifican el vínculo. A partir de aquí el hombre se encuentra en una contradicción entre su impulso de cubrir a todas las hembras y el vínculo que lo liga a una en particular (por seis meses, no exageremos): el enamoramiento (un cóctel de hormonas infalible y enormemente gratificante). La mujer cambia las reglas instintivas del cortejo (en el que la hembra escoge al macho por sus atributos estético-sexuales) y se constituye en objeto activo de la elección: será el hombre el que elija y la mujer, la que despliegue sus atributos. Evidentemente el antiguo sistema no desaparece y ambos coexisten (los metrosexuales. La mujer necesita un hombre fiel, fuerte, valiente y capaz de alimentar y cuidar a la hembra y la prole. Lo que no quita que la mujer necesite fortalecer su vínculo con el niño para llevarlo adelante. Las hormonas que gratifican la unión duradera se reciclan a la pareja de las que la mujer ya tenía, para vincularse a su hijo. Ya tenemos dos sistemas de apareamiento (con y sin vínculo) coexistentes y, en muchos casos contradictorios. El cerebro social propone nuevas formas de asociación que se adentran en la cultura (mítica… pero cultura al fin), pero el cambio cultural eclosionará con un nuevo cerebro.
La cultura (el destilado del cerebro humano racional, con antecedentes mítico-sociales claros) cambiará todo esto de forma radical. El intercambio de hembras (la prohibición del incesto), la propiedad privada (que establece la herencia… patrilineal), la autoconsciencia (la fase del espejo lacaniana), el matrimonio como institución socio-económica, el derecho, la religión y finalmente la metafísica (el pensamiento masculino) establecen un machismo ideológico que desbarata la igualdad de los géneros (¿Hubo una etapa matriarcal?). La trascendencia supera lo físico (la preservación del cuerpo y la reproducción) para adentrase en lo espiritual (la herencia, el legado, la otra vida). El proceso de destrucción-reconstrucción masculino se impone sobre el proceso de preservación-cuidado femenino. La primordial función de dar vida y cuidarla se entierra en un cúmulo de instituciones e ideas que la desvirtúan (sin anularla, claro). La procreación se convierte en un deber de la mujer (los hijos no se tienen… se dan a los hombres como si fueran un tributo). Todo esto enmaraña (y desplaza) la función de los cerebros más antiguos, pero no los anula. A partir de ese punto entenderse será mucho más difícil.
La tesis -una vez que nos centremos en el orgasmo diferencial- es que el orgasmo masculino y femenino son completamente diferentes. Ambos se asemejan en ser una respuesta explosiva que recompensa, pero no de forma simétrica y sobre todo, no en el mismo sector temporal. Para el hombre la recompensa debe ser automática, instantánea, necesita un tiempo de recarga (como todos los orgasmos) y no crea vínculo (aunque puede crear costumbre o adicción). Su misión biológica es la máxima difusión de su semilla, y si es posible en multitud de hembras. El cerebro social añade peculiaridades: el roce hace el cariño, la relación se gratifica con hormonas “fraternales” que apoyan el vínculo (no necesariamente sexual) lo que hace tambalear la independencia radical de los machos. Esas hormonas crean vínculo cuyo fin es ligar las parejas durante los cuatro años que necesita el neonato para ser (moderadamente) autónomo. Finalmente el cerebro social pone a disposición de las parejas toda una batería de institutos, reglas morales, cívicas, sociales, que no distinguimos de los impulsos de los cerebros más antiguos.
Para la mujer la cosa es diferente. De entrada el atractivo sexual no opera con la contundencia que lo hace con el macho. La hembra siempre ha escogido al macho (tanto si los atributos los exhibe el macho como si los exhibe la hembra). La hembra necesita que los genes sean los óptimos y sabe como “leer” las actitudes para escoger la mejor pareja (recordemos que el macho no está escogiendo pareja sino tonteando). La hembra no se deja llevar por el atractivo sino por el cálculo. ¿Sorprendente verdad? Parece que las hembras son más románticas, entregadas, irreflexivas y así es, si atendemos a su lóbulo frontal. Pero sus cerebros más antiguos funcionan a tope. Es lo que llamamos intuición. La misión evolutiva de la mujer es viabilizar las crías, la prole, los hijos. (¡Yo por mis hijos mato!) Todo está en función de ello. Evidentemente los hombres musculosos, aguerridos, decididos, dominantes son buenos candidatos, aunque no se desprecia a los cariñosos, entregados y pacíficos. Pero buenos candidatos, hace miles de años, cuando los cerebros más antiguos dominaban (por ausencia de los más modernos), eran los machos dominantes. Error (si se puede llamar error a los dctados de la naturaleza) que las mujeres nunca dejarán de pagar.
No había ninguna necesidad de que la recompensa orgásmica de la mujer fuera inmediata. Lo que hacía falta es que fuera vinculadora (también la mujer debía ser fijada a la pareja) y por tanto diferida y no necesitaba recarga. Pero es que si el orgasmo femenino se dilataba (no era instantáneo), era forzar el cuidado del macho (la atención) por la hembra, es decir mejoraba el vínculo. Y no olvidemos que el órgano específico del placer femenino es específico para el placer (por más que en la chatarreria evolutiva se hayan aprovechado estructuras biológicas ya existentes). En definitiva: el placer orgásmico sexual de la mujer, no empieza antes de la relación y solo eclosiona al final de la relación, pero es más explosiva que el del hombre, no es recargable y crea vínculo. Esa malsonancia de la mujer “mal follada” -como todas las sentencias populares- denuncia dos cosas: 1) que los hombres no siempre satisfacen a las mujeres en su placer y 2) que las mujeres tras el orgasmo son mucho más entregadas a la pareja porque el vínculo se ha fortalecido… exponencialmente. Al margen de manuales y de “satisfier” el orgasmo femenino es esencial para que la pareja prospere. La mujer no es el terreno en el que el hombre opera, su maternidad -siendo importantísima- no es lo único que la mueve y su placer -lejos del del hombre- está al servicio de la consolidación de la pareja y del bien de la cría.
No puedo dejar de decir algo sobre el cerebro racional. Su destilado (fétido para la mujer) es el machismo: el falocentrismo, el logocentrismo y el antropocentrismo. Se llama metafísica (Derrida). Para este sistema de dominación la razón es la única forma de pensar (lo que excluye cualquier forma de pensamiento femenino como la intuición, el pensamiento en red, la rizomática, la metaética, etc.), y preponderante evidentemente. La mujer (para el hombre) no tiene una forma de pensar sino que es incomprensible porque no se ajusta al modelo masculino. Que el pensamiento de la mujer no sea sistemático (como exige la metafísica) no quiere decir que no lo sea o que no exista. La metafísica con su política de destruir-reconstruir se está cargando el planeta. Ha llegado el momento de probar con la propuesta femenina de prevención-cuidado. Lo más terrible del pensamiento masculino es su omnipotencia. Si las mujeres quieren ser iguales a los hombres deben hacerlo con sus reglas. Igualdad quiere decir iguales-a-los-hombres. Para nada iguales a un ideal, que se ha ocupado con denuedo en evitar. Esa estrategia -aceptada por un pensamiento femenino que evita la confrontación- nos muestra mujeres que beben como los hombres, trabajan como los hombres, hacen deportes como los hombres y aceptan los estereotipos sexuales de los hombres. ¡Rebelaos! Vuestro orgasmo nunca será igual al de los hombres: es mucho mejor… y más útil.
El desgarrado. Mayo 2021.