» 23-06-2021

Señoras y señores 83. Cine y feminismo.

Si así lo habéis pensado, lo siento pero no voy a desgranar las obras de cine feministas, sino una manifestación del feminismo que parece especialmente afín al cine. No se decirlo con una palabra así que os lo explicaré. Un cineasta no tiene una ideología o una teoría explícita que -como tantos artistas- se expresa en sus obras. Quizás son herméticos lingüísticos: se niegan e explicarse en un medio que no es el suyo (la palabra). Y, entonces, yo me pregunto ¿Es el mismo caso que el de las mujeres con el pensamiento femenino? ¿No lo explicitan porque la teoría no es su medio? Dicen que pruebas son amores y no buenas razones (el refranero siempre dice verdades, parciales pero verdades. Por tanto el cine se explica en sus filmes y las mujeres en sus obras. Y ninguno de los dos quiere traducir esas obras a palabras. a teoría, a otra cosa distinta que el cine o su propia presencia vital.

 

El cine no es una teoría epistemológica (con una sola interpretación) sino que es una empresa hermenéutica cuya interpretación corresponde al espectador. Quizás incluso es una colaboración entre autor y receptor que en vez de propiciar una sola interpretación proporciona infinitas, tantas como receptores. Es esta una teoría filosófica que desde Gadamer (hermenéutica) a Isser (teoría de la recepción) ha impregnado la filosofía del SXX. Antidogmática y antiautoritaria se aleja de la religión en la que el hombre propone y Dios dispone, de la que la ciencia -desgraciadamente- ha tomado buena nota. Pero el cine tiene un lenguaje propio -me diréis-. En efecto, el cine habla en imágenes pero no solo imágenes visuales. Tres de las narraciones que se producen en el cine son imágenes auditivas: música, diálogos y ruidos. Siempre he pensado que el cine debería abandonar la música (que nada tiene que ver con la narración) pero a estas alturas se ha integrado de tal manera en la narración, a la que complementa (los mayoers sustos del cine de terror se producen por la música), que parece imposible eliminarla.

 

El hombre (por lo menos los más proominentes) son profundamente epistemológicos, dogmáticos, partidarios de las relaciones necesarias. Quieren las cosas claras,  y si es posible, únicas. Un mundo sobre el que sea posible actuar sin grandes problemas de elección. Por eso inventaron la metafísica: la teoría del todo o nada, de la exclusión: Pares de oposiciones que se contradicen y cuya ausencia obliga a la presencia de la contraria: material-espiritual, verdad-falsedad, bueno-malo, vivo-muerto, análisis-síntesis, etc. La metafísica era una teoría sencilla de la naturaleza (y de excelentes resultados) y por eso triunfó. Porque en el cerebro del hombre anida el relato. El relato es como nos contamos el mundo, y el relato (Aristóteles) debe ser secuencial, causal, necesario, intrigante… todo lo que le hace ser creíble y razonable. El simple hecho de que un relato esté bien articulado puede librarte de la cárcel en el juicio, de la dimisión en la política, del divorcio en el matrimonio o de la ignominia en la sociedad. Pero el hombre no se conforma con que su cerebro sea afín al relato (que sea una forma de pensamiento). El hombre quiere las grandes verdades, la trascendencia, la razón (lo que quiera que esta palabra quiera decir).

 

La mujer no es así (aunque puede llegar a serlo por permeabilidad del pensamiento del hombre). La mujer no necesita una cosmogonia que le explique las grandes preguntas. Su acendrado intuición -basada en ei instinto- le permite actuar sin cuestionarse aquellas preguntas (en el fondo le parecen innecesarias y se ríe por ello de los hombres). A eso le solemos llamar la practicidad de la mujer: enraizada a la tierra, atenta a la realidad inmediata, experimental, inmediata, madre. Cualidades que al hombre le parecen defectos, no menos que las “teorías” del hombre le parecen a ellas una pérdida de tiempo. Pero lo fundamental es que no elabora una teoría de sí misma, más allá de “esto es lo que hay”. Y decir que no elabora teorías es que no le importa una mierda poseer o elaborar un pensamiento femenino. Exactamente lo que hace el cineasta (pero también el literato, el artista plástico, el poeta, el músico…) que lejos de elaborar su explicación se conforma con exponerse a sí mismo en su obra a la espera de una interpretación favorable.

 

El hombre -en su afán de comprender el mundo- pretende comprender la mujer, pero ésta no habla su idioma: la metafísica. No es posible comprenderla desde su posición. Debería ponerse en su lugar para ello, y eso está profundamente prohibido por la sociedad en que vivimos bajo pena de mariconismo. No le va mejor a la mujer en su intención, aunque la mujer no quiere exactamente comprender al hombre. Le basta con que sea razonable, cariñoso, comprensivo, como diría Rorty que no aplique ni la crueldad ni la humillación. La mujer quiere percibir una sensibilidad abierta (no olvidemos que desconfía de las “teorías”), algo sensible y no inteligible. Si la mujer entendiera que un hombre que la maltrata no la quiere, la mayoría de los crímenes de violencia machista no ocurrirían. Pero no lo comprende porque las razones  de lo sensible, del cariño loco, del amor fatí, no son accesibles a la sensibilidad. Son perversiones de la razón. Hombres y mujeres no se entienden  (para ser exactos los hombres no entienden a las mujeres y las mujeres no sensibilizan con los hombres). La lucha de los sexos (vocabulario masculino) no es una lucha sino una profunda incomprensión. El feroz individualismo que nuestra época ha impuesto no ayuda nada.

 

Y el diálogo es imposible. El hombre quiere hablar de sexo y las mujeres de sentimientos. El único espacio común es el enamoramiento: una locura pasajera que trata de que dos seres completamente distintos se avengan a la procreación y saquen adelante al niño. Un cóctel de hormonas suficiente para tumbar a un caballo. Deberíamos encontrar otros espacio comunes (que ni la sicología ni el sicoanálisis han encontrado). Nuestra herencia animal hace que desconfiemos de los otros (Lorentz). El amor empieza como un litigio. Pero ¿es capaz el amor (el cóctel de hormonas) de construir una comprensión duradera tras su desaparición (a los dos años)? Es evidente que no. Y volvemos al cine. En el cine sí. No solo es que no haya película sin una historia de amor, sino que las historias que acaban bien, son las mayoritarias. Es posible que para el cine el final feliz sea un imperativo comercial. Pero -a pesar de tantos finales infelices- el amor siempre acaba bien. ¿Hay una conexión entre cineastas y mujeres que les hace participar de los mismos anhelos? O es simplemente una fantasía, un: como deberían ser las cosas y no como son (que diría el hombre).

 

Quizás la palabra es tolerancia. No se trata de comprender, ni siquiera de compartir sensibilidad. Quizás se trata de aceptar al otro tal como es. La tolerancia es irracional (aceptar lo que no entendemos). El amor también (abandonarnos a un rapto de la razón). Mientras el amor dura, la tolerancia es posible. ¿Sería posible lo contrario? ¿Tolerar sin amor hormonal? Temo que esa es la respuesta. Pero para ello deberíamos haber entrenado la tolerancia en otros campos. Justo lo que la ultraderecha nos recrimina. La ultraderecha está en contra del amor… porque adora la dominación. Lo evidente es que tenemos mucho que aprender y el cine se esfuerza por enseñárnoslo. Como diría Rorty: los relatos son mejores que la trascendencia y los grandes logros.

 

El desgarrado. Junio 2021.




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