» 04-02-2024

Señoras y señores 93-11. Diferencias y tendencias 10. Individuo (desarrollo)-especie (evolución).

El conflicto individuo/especie es de origen biológico. Los chimpancés (sobre todo los bonobos, son intensamente (y jerárquicamente) sociales. Las pautas de comportamiento en ese sentido son múltiples (juegos, acicalamiento, despiojamiento, sumisión, altruismo, solidaridad, sexo no reproductivo, etc.). El ser humano amplió esos rasgos  al superar los lazos familiares de la tribu introduciendo la ideología (la afinidad de gustos y tendencias) como aglutinador social (Harari) en grupos mayores que la tribu. A medida que los grupos crecen hasta el desconocimiento personal, las normas de convivencia deben ser ampliadas, trasmitidas oralmente y finalmente escritas. Cuando los intereses del individuo y de la especie no coinciden (lo que sucede inevitablemente) se produce el conflicto. Kant pensó que la ética era intrínseca al individuo, un imperativo categórico (que es lo mismo que decir que es genética o biológica). La mayoría de los filósofos piensan que es parte del conocimiento y por tanto, mayormente adquirida. Lo que aquí vamos a tratar es si existen diferencias entre los géneros a la hora de enfrentarse al conflicto individuo/especie.

 

Hombre y mujer son diferentes (Irigaray), física y mentalmente (aunque mucho menos que el ser humano respecto a otras especies), lo que justifica que su actitud ante el conflicto sea distinta. La mujer gesta y cría; el hombre insemina, defiende y alimenta. Pero la diferencia se amplía cuando tenemos en cuenta la forma de pensamiento (Irigaray): mientras el hombre migró del pensamiento primitivo al logos, a la razón (en cuanto sistema de pensamiento), la mujer se quedó (por exclusión) en el pensamiento primitivo (Levi-Strauss). Las diferencias son sustanciales y no de capacidad sino de actitud (voluntad). Cada uno de ellos puede trazar su camino en el sentido que quieran, la pregunta es ¿Quieren? Y con ello quiero decir que las diferencias son tendenciales y no estructurales. La cuestión es que afrontan el conflicto individuo/especie de distinta manera. 

 

Dice Irigaray que el logos no solo ha borrado a la mujer del acceso a la razón sino que le ha negado la genealogía. Para el hombre (desde el logos) el engendramiento es cuestión masculina quedando la mujer relegada a un papel de ama de cría (cuidado y alimentación). Se ha borrado la evidencia biológica que afirma que la generación de la vida se produce a dos (hombre y mujer) y no a uno (hombre). Durante la gestación y en los primeros meses de vida el hombre no se distingue de la mujer (hasta la fase del espejo -Lacan- en que el niño se reconoce como individuo separado de su madre). El problema para Irigaray es que el hombre no resuelve adecuadamente la emancipación de la madre, que se le enquista a modo de trauma infantil (usando una terminología que ella no usa). La pasión individualista queda marcada por ese borrado de la mujer, necesario para que la independencia del hombre se realice. La mujer es excluida de la genealogía, del logos, de la inteligencia y de la sociedad: es anulada. El hombre -entonces- queda marcado por un plus de individualidad necesario para resolver su complejo de dependencia mal resuelto y culpable. 

 

La sociedad que el niño forma con la madre en sus primeros años jamás se resuelve completamente. La mujer-individuo se transforma en la sociedad: madre-hijo. Nunca la madre volverá a actuar como si fuera un individuo aislado. Y esa sociedad no depende del hecho físico del parto sino que puede desarrollarse hacia un hijo no biológico. La maternidad tiene un principio pero no tiene final. La mujer -como perteneciente a la cultura primitiva (mítica) es topológica: la niña, la adolescente, la esposa y la madre no tienen las mismas prioridades, su verdad depende de su situación. Como la coherencia es un defecto adaptativo, la mujer está mejor adaptada a sus distintos papeles que el hombre, que no solo es más rígido sino que aprecia la coherencia como si fuera una virtud (probablemente porque así lo exige el logos). El honor, el valor, el patriotismo, el sentido del deber, la lealtad, la abnegación… son rasgos de su carácter que residen en el mesencéfalo (el cerebro de los mamíferos), es decir rasgos anteriores al logos (Laborit), lo que indicaría que Kant tenía razón y la ética es estructuralmente biológica, pero que se consolidaron e incluso crecieron en las mutas de caza y en la guerra.

 

Porque hay otra cuestión que incide en la fuerte individualidad masculina y es la naturaleza agresiva del hombre. Biológicamente su papel es defender y alimentar a la familia, es decir que la tendencia a la lucha, a la caza, está causada por la evolución. La guerra, la forma de dirimir conflictos por medios violentos, está arraigada en el macho humano. Podemos pensar que lo normal es la paz y que la guerra es la anomalía, que tarde o temprano volverá a la paz. Pero también podría ser al revés. Al fin y al cabo la luchas por las hembra y la caza (por la alimentación) son la norma en la naturaleza, por lo que si no se ha producido una inhibición de la agresividad, la tónica debería ser ésta. Los animales han ritualizado la disputa por las hembras para minimizar daños y la caza responde a una técnica depurada que se beneficia de los individuos defectuosos, mejorando la especie predada. Nada de esto ocurre con el hombre que dirige individualmente (mediante la razón) la práctica y el aprendizaje de la lucha, y que se desentiende del instinto hasta hacerla letal. Por ello, debe recurrir a una adquirida repulsión por la violencia (“no matarás”) -o cuando menos, epigenética, es decir temporalmente desenchufada-como inhibidor de una conducta que de otra manera sería habitual. 

 

Es la cultura, entonces la que se encarga de la inhibición de la violencia. Esa cultura que el hombre ha generado con la acumulación de logos y la institución del maestro -guía y pedagogo- con la clara intención de hacer desaparecer la identidad femenina, es decir su individualidad. Cuando el hombre constituye la genealogía del “uno” su individualidad es máxima y la de la mujer nula. En cuanto madre nutricia, expulsada de la divinidad y del logos la mujer tiene seriamente recortada su capacidad de ser individual. Pero llueve sobre mojado porque biológicamente ya era más proclive a la conservación de la especie que la del individuo (ella misma). Su escaso número de óvulos los convierte en un bien preciado, motivo de estrategia, pues cada uno representa un nuevo ser en potencia. No es el caso del despilfarro de millones de espermatozoides de que hace gala el macho. Generosidad, empatía, solidaridad, altruismo, son virtudes sociales que apuntan más a la conservación de la especie que del individuo y son inversamente proporcionales a la individualidad.  

 

Por último hay que incidir sobre el desarrollismo y el culto al progreso del hombre -que le lleva a esquilmar los recursos- frente al, concierto de la mujer con la naturaleza, su conservadurismo y su respeto por el orden natural. La ecología es una ciencia inequívocamente femenina, y hoy, dramáticamente esencial para la conservación de nuestra especie. 

 

El desgarrado. Febrero 2024.




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